EL fin de la vigencia del acuerdo auspiciado por Naciones Unidas y la mediación de Turquía para asegurar el suministro de cereal del este por el Mar Negro –especialmente de origen ucraniano, pero también ruso– vuelve a poner en peligro la supervivencia de millones de personas. La amenaza de la hambruna fue encarada hace ahora un año mediante una decidida acción diplomática que permitió garantizar el libre tránsito de barcos, al excluirse del conflicto bélico sus rutas marítimas con origen en Ucrania y Crimea. Ahora, el mando ruso ha convertido en objetivo militar el tránsito de mercantes y la infraestructura portuaria específicamente destinada al envío de cereal. No hay duda al respecto de la voluntad de Putin de reabrir la crisis de suministro, cuyas consecuencias más dramáticas se pueden ver en poco más de dos meses en las regiones de África, donde dependen del cereal cultivado en el este para su supervivencia. Adicionalmente, la reducción de la oferta volverá a disparar los precios del grano en los mercados internacionales, con un efecto directo sobre la inflación en el conjunto de la cadena de suministros alimentarios: desde los productos transformados a los piensos que alimentan a las cabañas ganaderas occidentales. Las decenas de misiles rusos lanzados esta semana contra el sistema de exportación de cereal ucraniano buscan el doble objetivo de limitar los ingresos de Kiev y de castigar las economías inflacionarias de Europa. La estrategia requiere de respuestas en términos prácticos y éticos. En primer lugar, articular mecanismos en el seno de Europa que minoricen el impacto de los precios crecientes de la materia prima del mismo modo que se respondió conjuntamente a la amenaza al suministro energético, el primer órdago lanzado por Moscú contra las economías europeas. En segundo lugar, el chantaje que supone cargar a la comunidad internacional con la responsabilidad de evitar una hambruna en regiones que dependen del suministro no oculta que debe darse una solución, no solo por responsabilidad ética colectiva sino por la necesaria estabilización de esas regiones. Y es preciso denunciar sin ambages el crimen de guerra que supone esta estrategia del presidente ruso como se debe reiterar el rechazo al suministro de armas prohibidas que amenazan a la población civil, como las denostadas bombas de racimo.