Nació con buen pie y sigue a toda máquina
La empresa bergararra Lazpiur cumple cien años. Inició su andadura como una pequeña fábrica de calzado y acabó convirtiéndose en una de las principales compañías de bienes de equipo de Euskadi y ahora vende a 25 países
hAY muchos casos en los que la pasión por la tecnología y el afán emprendedor se lleva en los genes. Un buen ejemplo es la familia Lazpiur, que mantiene desde hace cuatro generaciones un negocio que ha dado muchas vueltas pero que sigue manteniendo el espíritu inicial de su fundador: producir de la manera más eficiente gracias a la innovación en mecánica y electrónica. De ser en su nacimiento una pequeña fábrica de calzado situada en el corazón de Bergara, Construcciones Mecánicas José Lazpiur se ha convertido en una empresa puntera en soluciones integrales en la automatización mecánica de líneas y procesos para la mejora de productividad. Así, produce maquinaria y utillaje para variados sectores como automoción, transporte ferroviario, forja, construcción y electrodomésticos, entre otros. El próximo 6 de noviembre celebra su primer centenario en un momento en el que está saliendo airosa de la crisis económica global, ha cambiado de imagen corporativa y afronta el futuro con aspiraciones de crecimiento.
Su gerente, Miguel Lazpiur, explica la historia de una empresa que su abuelo inició en el año en que se declaró la Gran Guerra en Europa. A principios del siglo XX Bergara contaba con un gran tejido industrial, centrado sobre todo en el sector textil. En la localidad mahonera había una fábrica de calzado llamada Pedro Díaz de Mendibil y Cía. y José Lazpiur Aguirrezabaltegui se asoció con él. No se sabe qué sucedió en esos primeros años pero sí está documentado que en 1914 el abuelo del actual director de la compañía estaba solo y la empresa ya se llamaba José Lazpiur y Cía. Su responsable, que contaba con estudios y había sido factor en la estación de Bergara de los Ferrocarriles Vascongados, era amante del arte y la tecnología de la época, un avanzado a su tiempo con inquietud emprendedora. Miguel Lazpiur, que recuerda a su abuelo como “un hombre muy elegante; solía llevar leontina con reloj de sonería y era muy aficionado a la fotografía”. Al fundador de la empresa “le gustaban enormemente la mecánica y los automóviles y en la fábrica incorporó maquinaria increíblemente avanzada”. En los primeros años llegó a tener 150 empleados y fabricaba 250 pares de zapatos al día.
La Guerra Civil española cambió la situación de la empresa y la familia. José Lazpiur, simpatizante del nacionalismo vasco moderado y de la República, hubo de exiliarse en Bilbao y la fábrica fue incautada, mientras sus hijos se alistaron como gudaris para luchar contra el franquismo. La planta cambió de manos y se centró en el negocio del corte de cuero, para proveer de material al bando rebelde. Terminada la contienda y transcurridos cinco años desde la incautación, José Lazpiur recuperó la fábrica, con problemas financieros y en franca decadencia. En ese momento se incorporó su hijo, Pepe Lazpiur, que volvía del exilio en Sevilla. La familia decidió dar un giro y dedicar la maquinaria a producir clavos, manteniendo el negocio de los zapatos de forma residual. A la muerte de José en 1957, Pepe continuó con la producción de clavos durante quince difíciles años en los que, como ese producto no daba lo suficiente, tuvo que dedicarse a vender chatarra para las acerías del entorno.
Patente en el cuartel
Ya en los 60, Miguel -que había estudiado junto a su hermano Agustín formación profesional y había trabajado como tornero-, animó a su padre a comprar un torno de segunda mano para poder fabricar piezas para talleres. “Con una bicicleta iba, cogía los trabajos, los fabricaba en la planta y los volvía a llevar”, cuenta Miguel Lazpiur, que llegó a ser presidente de Confebask, entre 2005 y 2011.
El empresario Julio Azkalgorta les empezó a pedir encargos y, con la gestión de Pepe Lazpiur, el diseño de su hijo Miguel y la incorporación de su otro hijo Agustín como responsable de la producción, el negocio tomó impulso. Con la actividad zapatera ya desaparecida, la empresa se centró en el mecanizado de piezas y poco a poco dejó de lado también la producción de clavos, vislumbrando la posibilidad de elaborar máquinas enteras.
Miguel hubo de cumplir el servicio militar pero no por ello dejó de trabajar. En una nave del cuartel de Loiola siguió diseñando y fue allí donde en 1964 realizó su primera patente, un alimentador de aspas (ahora la empresa tiene veinte patentes). El auge de la actividad industrial cooperativista en la zona y el surgimiento de plantas dedicadas a electrodomésticos permitió a Lazpiur elevar su actividad y recibir numerosos encargos, hasta verse en la necesidad de trasladar en 1970 la actividad a un nuevo pabellón. Entonces tenía con una decena de trabajadores. El salto cualitativo se produjo cuando la empresa Mai le encomendó la fabricación de máquinas insertadoras destinadas al sector de la automoción, pedido al que le siguió uno mayor para la multinacional Ford.
En los 80, Lazpiur creció hasta la veintena de empleados y amplió instalaciones. En los 90 comenzó como proveedor de la empresa Patricio Echeverría, que a su vez suministraba a la multinacional GKN. Esta compró la forja a la firma vasca para implantarse en Euskadi y empezó a trabajar con Lazpiur. En 2000 estableció una joint venture con GKN para gestionar esa planta de Legazpi con 50 personas, una unión que duró hasta 2013, cuando Lazpiur vendió su participación.
Receta anticrisis
En los últimos treinta años la empresa ha trabajado en la calidad en gestión y producción y por la internacionalización. “Los clientes, muchos de ellos multinacionales, nos empezaron a exigir en los 70 la calidad certificada”, detalla Miguel Lazpiur. A raíz de ello, la compañía fue una de las primeras en Euskadi en obtener certificados ISO y después, de la mano del Gobierno vasco, emprendió el camino hacia la calidad total. En 2004 obtuvo la Q de Plata y dos años más tarde, la Q de Oro.
A la hora de salir al exterior la firma se dio cuenta de que tenía carencia de idiomas no solo en el equipo comercial sino en todos los trabajadores. Para solucionarlo, elaboró un plan de formación para unas 40 personas de la plantilla, que acudían a las siete de la mañana a la planta y recibieron durante varios años clases impartidas por siete profesores de inglés, uno de alemán y otro de francés. A partir de entonces, en la contratación de nuevo personal los idiomas tienen un peso importante. “En los 80 salíamos a Europa y veníamos acomplejados del nivel de calidad pero a finales de los 90 ya no teníamos miedo a los competidores directos; les tratábamos de tú a tú”, narra el gerente de la compañía, cuya hija, Jone, trabaja ahora como directora financiera.
El esfuerzo por la calidad y la internacionalización y un plan de estricto ajuste han sido la receta de Lazpiur para superar la crisis. Tras años complicados, en 2012 consiguió volver a números positivos. La firma centenaria no renuncia a su apuesta por la tecnología y no descarta que en uno o dos años abra una implantación productiva en un país aún por determinar. Así quiere emprender los siguientes cien años, creciendo y trabajando en desarrollos más innovadores.
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