Donostia. Ángel Robles sigue teniendo objetivos. Y los quiere cumplir. Ayer, cuando acudimos a esta entrevista a la que él mismo se prestó, discutía con su esposa, Palmira, la posibilidad de regresar a su casa y dejar atrás casi dos meses de ingreso hospitalario. "Esta noche duermo en casa", insistía. Los esfuerzos de Palmira fueron en vano. Una ambulancia le trasladó, a las 15.30 horas, desde la habitación 336 del hospital Donostia hasta su casa, donde espera recibir este fin de semana a su hija, que vive en Madrid. "Si te pasa algo en casa, yo no soy médico, y te puedes morir ahí. Aquí estás mejor atendido. Hazlo por tu hija, que viene enseguida, y luego ya decides lo que quieras", le azuzaba ella. "Nos veremos. Seguro que nos veremos, pero en casa", contestó él.

¿Por qué esta entrevista?

Palmira: Quiero que se sepa lo que han hecho con él. Nos han tenido dos años y medio, desde 2007 hasta 2010, haciéndonos placas y más placas y diciendo que no se veía nada. Si hubieran seguido investigando, que es lo que tenían que haber hecho, quizá se habría saldado. O quizá no..., pero no les perdonaré nunca que no hayan hecho nada todo ese tiempo.

¿Cómo empezó todo?

Ángel: Yo había trabajado en la planta de Victorio Luzuriaga en Pasaia hasta 1990 y luego pasé a Victorio Luzuriaga Usurbil. En 2007, el año que me prejubilé (con 60 años), fui a la médico de la empresa y me quejé de que me dolía el pecho. Me mandaron a sacar placas y dijeron que no había nada.

Pero el mal seguía ahí...

Ángel: Placas, placas y más placas. Nunca se veía nada. Un día volví y le dije a la médico, ahora me duele el pecho por este otro lado... Más placas. Fuimos con ellas a la médico de cabecera. Iba perdiendo el tiempo. Tomaba antiinflamatorios un día tras otro... Llegué otro día y le dije, ya no solo es el pecho, también me duele la espalda. Entonces me hicieron placas de la espalda. Más placas.

Palmira: Él pedía que le diesen algo para el dolor, aunque fuera veneno.

¿Y así hasta cuándo?

Palmira: En abril del año pasado nos fuimos de vacaciones a Gandía, pensando que le haría mejor...

Ángel: Conté unos 40 antiinflamatorios en total los que me dieron, pero de allí volví muy mal. No podía ni respirar. Me ahogaba. Fui a la médico, y no estaba; había una suplente. Ángel, aquí no veo nada, me dijo, pero te vas a ir al radiólogo para que lo vea. Me pidió un TAC urgente y luego me mandaron al neumólogo.

Y allí lo supo...

Palmira: Hace nueve meses, en marzo, le dijeron que no había nada que hacer.

Ángel: Le fui claro al doctor Esteban. Le dije: Cuando voy por la calle y piso una cagada de perro, no digo ¡ay!, he pisado una caquita. Digo, me cago en el puto perro. Entonces me dijo que tenía un tumor en el pulmón, que afecta a parte de la pleura. Me envió al oncólogo, el doctor Paredes. Este me preguntó que a ver qué sabía. Le dije lo del cáncer. Y es crónico, añadió.

¿Si pudiera pedir algo ahora?

Palmira: La vida (rompe a llorar).

Ángel: Con que una sola persona salvase la vida, me daría por satisfecho. Y claro, protección para las cuatro personas que se quedan, ayuda para ellos. Son mi mujer y mis hijos.

¿Viven con ustedes?

Ángel: Con nosotros viven dos que tienen una minusvalía. El pequeño trabaja en Gureak.

¿Cómo se siente?

Ángel: Yo me siento tirado. Si al menos hubiera visto venir al toro, y le hubiera dado unos cuantos muletazos... Pero esto es como si el toro hubiera pasado de largo y me hubiera dado una coz.

Palmira: Ha estado toda la vida trabajando. Desde los 17 años, se ha tirado casi 45 años trabajando en la misma fábrica. Estaba de encargado, se reunía con directores y ahora ni siquiera se han preocupado por cómo está. Eso es lo que más le ha dolido.

¿Conocía usted esta enfermedad?

Ángel: No. Lo malo no era cuando poníamos el amianto, sino cuando se quemaba -lo utilizaban como revestimiento del horno como aislante de calor-. Lo peligroso era cuando se quemaba, por el polvo que soltaba. Eso es lo que dicen. Nunca pensé que esto podía pasarme a mí. Solíamos calentar los bocadillos sobre unas placas de amianto que poníamos sobre las cucharas de caldo.

¿A quién culpa?

Ángel: A todos y a nadie. Si nadie tenía conocimiento de lo que pasaba, que es lo que dicen, no puedo culpar a nadie. Ahora, si alguien tenía una sospecha y no ha hecho nada para evitarlo... A partir de eso, a todos.