Bilbao
POCAS empresas devuelven tanto a la sociedad sobre la que se asientan como una industria de bienes de equipo, que es en esencia una compañía que trabaja para otras, que es pieza clave en la producción de otras compañías. Babcock es uno de los ejemplos más palpables de Euskadi en este sentido. Un nexo que une como una cadena gran parte del cada vez más escaso patrimonio industrial vasco.
La zozobra vuelve a llamar a las puertas del fábrica sestaoarra. No es algo nuevo en su historia, forjada a lo largo de casi un siglo de vida, con el acero y el esfuerzo de sus trabajadores inyectando pulso en sus venas. De esa semilla enterrada en los albores de los años veinte, nacieron las calderas a vapor más seguras de todo el mundo, las locomotoras más potentes, los primeros tubos de acero sin soldadura, las grúas de descarga naval que durante décadas salpicaron de color la ría... También el esqueleto de los puentes del Ayuntamiento y de Deusto en Bilbao, de La Gaviota que desafía al mar Cantábrico frente a la costa de Bermeo, de la refinería de Petronor en Muskiz e, incluso, de la central de Lemoiz.
los orígenes
El despegue industrial
El viaje puede terminar en breve si los políticos no encuentran una solución a los problemas que ha generado la quiebra del grupo industrial austriaco propietario de Babcock, pero empieza en la segunda etapa de la revolución industrial.
El estadounidense de origen escocés Stephen Wilcox patentó en 1856 la caldera de tubo y once años después formó junto a George Babcock la empresa a la que quedarían ligados sus apellidos durante más de 140 años. Fácilmente reconocible por su acrónimo (B&W), el sello ha marcado a fuego Ezkerraldea y Bizkaia en general desde su implantación en Sestao en 1920. Hasta el punto de que ha pasado a formar parte del universo léxico de los vizcaínos, no del todo acostumbrados a las sonoras conjunciones de consonantes, y que han rebautizado la empresa como La Balco.
Incluso hay vinculada a B&W una expresión local, te van a pagar en chapas de La Balco, para advertir del riesgo de impago. Los primeros empleados de Babcock cobraban parte de su sueldo en chapas que podían canjear en la cantina de la compañía, carecía de valor fuera de sus muros.
Aquellos primeros trabajadores iniciaron la producción un 1 de julio de 1920, tras más de dos años de obras en La Vega de El juncal, junto al río Galindo. Juan Urrutia, el fundador de Hidroeléctrica Ibérica (el embrión de la actual Iberdrola), posibilitó con sus contactos la llegada de Babcock a Sestao. La empresa estadounidense encontró un potente socio, Altos Hornos de Bizkaia, que pasó a formar parte del accionariado. La alianza entre una compañía eléctrica, un fabricante de bienes de equipo y la siderurgia más potente de Europa en el proyecto tenía poderosas razones de ser. En la planta de Sestao se fabricaron turbinas y calderas para la generación de electricidad, así como los hornos en los que se fundía el acero.
El primer pedido fueron dos calderas para Fundición Asturiana (Mieres) y una grúa puente encargada por Hidroeléctrica Ibérica. El éxito del proyecto fue inmediato, la plantilla inicial de 300 trabajadores casi se multiplicó por seis en 1922, cuando 1.653 empleados acudían todos los días a la planta.
Otro de los primeros encargos fue una locomotora Mastodonte para la compañía Los Caminos del Norte de España. Se abrieron entonces dos sendas paralelas, la del desarrollo del ferrocarril y del crecimiento constante de Babcock. En la fábrica de Sestao se construyeron en torno a 1940 las últimas locomotoras a vapor de la península, dando paso a los nuevos tiempos, el gasoil y la electricidad, a los que también se adaptó. Durante la postguerra colaboró en la reconstrucción urbanística e industrial de Euskadi y los puentes de Bilbao y numerosas industrias recuperaron su actividad.
tiempos modernos
Crisis y privatización
La edad moderna de B&W está plagada de sobresaltos. Tras la Guerra Civil, siguió creciendo y en 1976 alcanzó su plantilla máxima con 5.250 empleados. El desarrollo de la industria energética abrió grandes oportunidades y se aprovechó, pero los ecos de la crisis del petróleo arrastraron a la compañía a un pozo del que ya no pudo salir.
Tras suspender pagos en 1977, el Estado acudió a su rescate en un proceso que concluyó en 1982 cuando el antiguo INI se hizo cargo del cien por cien de su accionariado.
El proyecto público no resistió los embates de la crisis de 1993. B&W quedó herida de muerte justo en un momento en el que el Gobierno del Partido Popular decidió privatizar empresas para adelgazar el gasto de la administración. No acertó el Ejecutivo Aznar ni con el primer comprador ni con el segundo, que apenas ha resistido diez años. Tras una década de movilizaciones la plantilla, es hoy de apenas 391 trabajadores.