bilbao - El 1 de mayo de 1994, Ayrton Senna (21-III-1960, Sao Paulo) se hizo inmortal. Pereció el cuerpo, perdura el alma. Elevado por la mayoría como el piloto más talentoso de la historia de la Fórmula 1 -la prestigiosa publicación Autosport encuestó en 2009 a 217 pilotos de F-1 y encumbraron al brasileño-, sin embargo su figura trasciende del asiento de un monoplaza. O rei fue persona de espíritu filantrópico antes que competidor.

Senna era arduo defensor de los derechos humanos en las carreras. Empleó el altar sobre el que le alzaron sus resultados. 161 grandes premios, 41 victorias, 65 poles, 80 podios, 19 vueltas más rápidas y tres títulos mundiales (1988, 1990 y 1991). Fueron su altavoz. Un tipo comprometido. Rebelde. Con personalidad. Un poder fáctico que irritó el orden establecido.

Hace 25 años reclamó la suspensión del Gran Premio de San Marino para velar al austríaco Roland Ratzenberger, fallecido en la sesión de calificación en la curva Villeneuve, y por la seguridad de los pilotos en un Autódromo Enzo e Dino Ferrari de Imola que demostró llamar a la muerte en sus recodos. Faltaban escapatorias.

En 1994, la F-1 y su público habían olvidado el riesgo. Después de 12 años sin que ningún piloto visitara las puertas de San Pedro, en lo que era el mayor periodo sin muertes desde el nacimiento de la competición, Imola estrechó la vida. La carrera, un 30 de abril, a pesar del luto por Ratzenberger, se corrió. Lo decidió la organización. Show must go on. Son negocios.

El tricampeón Senna era ensalzado por pilotar sobre el filo de los límites de la adherencia, por su gestión del gas para salir de las curvas en lo que se denominó como control de tracción humano, por sus apuradas frenadas, por su agilidad y velocidad física y mental, por su capacidad sobre mojado... Magic Senna, le decían.

Aunque en 1994, Senna arrastraba frustración: habían transcurrido dos años sin campeonar, lo que le motivó a abandonar el McLaren que le vio coronarse en sus tres ocasiones para correr en el equipo Williams-Renault, a bordo del FW16, un proyecto con halos de campeón. Era el coche que albergaba las mayores expectativas.

No obstante, el monoplaza dio problemas: Senna no encajaba en el habitáculo, la máquina era rápida pero salvajemente indócil, además la prohibición de la suspensión activa y el control de tracción mermaron las prestaciones del bólido. Si bien, Senna era un romántico. Detestaba la naciente guerra electrónica, así como la burocracia que atenazaba la F-1. Demandaba simpleza: “Pura competición, puro pilotaje, sin dinero, sin política, es lo que me hace feliz”. Purista.

Antes de dispararse la carrera del Gran Premio de San Marino, tercera cita del calendario, Senna no tenía puntos -sumaba dos abandonos-, a pesar de sus tres poles. Por otro lado, el Benneton-Ford era menos potente que Williams aunque sobradamente ágil con un tal Michael Schumacher que irrumpía esa temporada tras la retirada del tetracampeón francés Alain Prost, el gran rival de Senna; el mundo era de O rei Senna o de El profesor Prost. A pesar del Williams y sin Prost, Senna seguía siendo el favorito, aun con las dos victorias que atesoraba el revolucionario Schumi a esas tempranas alturas del año.

“Ayrton, no corras” El sábado, Senna montó en el coche de seguridad y acudió al lugar del siniestro de Ratzenberger. Su fuero interno le reclamaba ser El ángel de la guarda, que le apodan al ya difunto Sid Watkins, el neurocirujano de la F-1, gran amigo de Senna. “Ayrton, no corras mañana”, requirió el médico al piloto tras la desgracia de Ratzenberger. “Te encanta la pesca. ¿Por qué no lo dejas y yo también, y nos vamos a pescar?”, espetó Watkins. “Sid, no puedo renunciar”, fue la respuesta. La organización impuso correr. Se corrió. También Senna, adalid de la seguridad, sumamente afectado por el difunto Ratzenberger. Nunca se sabrá por qué corrió. ¿Por profesionalidad, por evitar problemas con su escudería, por temor al qué dirán, por no proyectarse como víctima del miedo??

Las horas restantes hasta el comienzo de la carrera, Senna era un alma en pena. Evasivo. Vacío. Apagado. Un autómata movido por la melancolía. Convivía con el debate de su conciencia. No halló respuestas en la Biblia que siempre reposaba en su mesilla de noche. Sabía que el Señor viajaba de copiloto. Senna se sentía tocado por lo divino. “Nada puede alejarme del amor de Dios”, reza su lápida. Fue su discurso. Profundamente creyente. Si ganaba, era porque Dios lo quería. Era un elegido. Tocado por La Mano. Aquel día, Dios no le habló.

La curva Tamburello hizo carnal a Senna; también ejemplo de un verso que abogaba por la seguridad a tenor del peligro al volante. Le hizo mártir. Desde su muerte hasta la del francés Jules Bianchi, la última que cuenta la F-1, transcurrieron 20 años. Es el consuelo de las pérdidas de Imola.

Al tomarse la salida, un accidente hizo que por cuarta vez en la historia apareciera oficialmente en pista un coche de seguridad. La primera ocasión fue en 1973; la segunda, en el GP de Brasil de 1993, donde Senna, ante la invasión de pista del público, completó la vuelta de honor sentado en la ventanilla del safety car. Precisamente el Opel Vectra que ejerció en San Marino’94 se apunta como posible causa de la pérdida del control del coche del brasileño. No había experiencia sobre el correcto proceder y las consecuencias de la entrada del safety car. Senna había advertido en la reunión de pilotos previa a la prueba sobre lo lento que era el turismo y lo que ello implicaba: peligro.

Tras cinco vueltas a rebufo del safety car se reanudó la prueba. Los neumáticos estaban fríos, reduciendo la presión de las gomas y en consecuencia unos centímetros la altura de los coches. Senna conservaba la primera plaza que le dio la pole. En la vuelta siete, el Williams del brasileño se descontroló a 306 km/h y se disparó contra el muro exterior de la curva Tamburello. Nunca se sabrá por qué.

posibles causas del accidente Se desconoce si se debió a que la panza del coche rozó con brusquedad el asfalto por falta de temperatura en los neumáticos; si sufrió una fractura de la columna de la dirección del volante, porque estaba rota tras el impacto y se ignora si fruto del choque o se quebró en plena curva, aunque se sabe que Senna quería ganar comodidad en el cockpit y se recortó, y se soldó mal como prueba la fractura antes o después del accidente; o pudo ser un error humano en la conducción. Se barajó un pinchazo, pero se descartó al comprobar las ruedas.

La especulación se alimenta con la falta de imágenes. La cámara on board de Senna que Williams entregó para la investigación pierde la imagen instantes antes del accidente. Para Damon Hill, compañero de Senna, la respuesta es que Ayrton “murió por un error propio” del piloto.

El impacto se produjo a 211 km/h. Un brazo de la suspensión delantera derecha atravesó la visera del casco produciendo daños letales en el cerebro. Watkins acudió al rescate. Y describió: “Ayrton suspiró y su cuerpo se relajó. No soy religioso, pero pensé que su espíritu salía de su cuerpo”. Las lesiones, atestiguó Sid, eran irreversibles. La violencia del golpe causó muerte cerebral instantánea. Dios arrancaba a Senna de entre los mortales. A las 18.40 horas, con el mundo en vilo, en el hospital Maggiore de Bolonia adonde fue trasladado el cuerpo en helicóptero, se certificó la muerte; el corazón dejó de latir. Ayrton Senna se inmortalizaba a sus 34 años.

La carrera no debió celebrarse; con Ratzenberger se constató el peligro. Y menos, reanudarse. 37 minutos después del accidente de Senna, la prueba se relanzó. Ganó Schumacher. No hubo champán en señal de respeto al piloto austríaco; el estado del brasileño aún no había trascendido. Schumi era favorable a la suspensión. “Todo lo que podemos hacer es asegurarnos de haber aprendido la lección. Hay cosas que podíamos haber mejorado antes”, señaló. El que fuera presidente de la FIA solo un año antes, el francés Jean-Marie Balestre, dijo tras las muertes: “Había unos 100.000 espectadores en Imola, el templo italiano de Ferrari, y de anular la carrera se habría corrido un riesgo de consecuencias incalculables”.

En 1994 se abrieron procesos legales buscando implicados en la muerte de Senna; en 1997 se resolvieron con absoluciones; en 1999 hubo apelaciones con nuevas resoluciones de inocencia; en 2005 se reabrió el caso con igual final: sin culpables. Solo hubo víctimas. Ratzenberger y Senna no volverían. Quedó el legado: la seguridad; ese año se modificaron circuitos y después, el diseño de los coches.