Habla Chris Froome (Nairobi, Kenia, 20 de mayo de 1985) de la fe del regreso, de la esperanza de volver a ser quién fue, de la ilusión por recuperar los sueños, pero al británico le responde la queja del dolor, la doliente rodilla derecha, que le obliga a parar una semana para descansar en pretemporada. “Tendré que alejarme de la bici al menos una semana para poder recuperarme bien”, dice Froome, que achaca la dolencia a la gran exigencia del entrenamiento, un intensidad que su articulación no ha asimilado bien. Indigestión.

“Durante los últimos 10 días, más o menos, he tenido bastante dolor en la parte exterior de la rodilla mientras pedaleaba. Desgraciadamente, creo que al volver a entrenar estas dos últimas semanas he tenido demasiadas ganas, he forzado demasiado. Después de unas semanas sin montar en bicicleta, quizá el cuerpo no estaba preparado para hacer un esfuerzo tan grande. Se ha agudizado y ha provocado un poco de inflamación”, detalla el británico, sombreado desde hace más de dos años. Froome rueda en la penumbra.

La realidad, tozuda, insobornable a los sentimientos, refractaria ante los deseos, niega repetidamente a Froome, empeñado en ser el hombre delgado que no flaqueará jamás. Aunque ese dolor amaine y retome el hilo de la campaña con entusiasmo, todos saben que Froome, 36 años y reconstruida milagrosamente su pierna derecha, no retornará a su Froome anterior, al campeonísimo enamorado del potenciómetro que trituraba a sus rivales con el orden del imperial Sky y su molinillo.

El aura del británico de los cuatro Tours, dos Vueltas y un Giro, se estampó contra un muro del Dauphiné de 2019. El terrible impacto del ciclista, que rodaba a 54 kilómetros por hora cuando reconocía la crono y se estrelló contra la pared, destrozó la pierna derecha del británico. El accidente le causó la fractura abierta del fémur además de la rotura del codo, la cadera y varias costillas. Astilló a Froome.

Los trozos del ciclista que dominó la pasada década quedaron diseminados en la memoria colectiva, pero no se han vuelto a unir. Fundido a negro. Desde ese instante, el del escalofrío que recorrió el espinazo de Froome, el británico persigue una utopía, una meta imposible. Su salida del Ineos, que fue su hogar, hacia el Israel, fue una mudanza donde pesaba más el marketing y el palmarés que una verdadera recuperación deportiva. En su última campaña en el Ineos, el británico se adaptó a otro rol. Colgó el esmoquin y se puso el mono de trabajo.

Finalizado el contrato con la estructura de David Brailsford, el Israel fichó a Froome en 2021 con la idea de conquistar el quinto Tour a razón de 5 millones de euros por campaña. Como reclamo para el proyecto Israelí, la figura de Froome funciona, es incuestionable. En lo deportivo se trata de un ejercicio de pensamiento positivo e imaginación que enlaza con aquella imagen del Cid Campeador ganando batallas después de muerto montado sobre su caballo. Eso dice la leyenda. Se cuenta que los árabes lo vieron salir del castillo cabalgando de nuevo sobre su caballo Babieca y del miedo que eso les produjo huyeron sin empezar la batalla. Pero el ciclismo es muy incrédulo.

POBRES RESULTADOS EN 2021

La lucha del británico resulta conmovedora, aunque quimérica. Su resistencia a asumir la derrota dignifica la lucha del ser humano contra uno mismo y no está dispuesto a claudicar a pesar de las numerosas señales. En el comienzo del curso, en el Tour de UAE, concluyó el 47º. Su siguiente aparición la hizo en la Volta a Catalunya. El británico finalizó en la 81ª plaza. El Tour de los Alpes subrayó su escaso vuelo. Fue el 93º de la general final. En el Tour de Romandía la ilusión vestía de gris oscuro. Alcanzó la 96ª posición en el recuento final. En su regreso al Dauphiné finalizó en la 47ª plaza. Sin huella, fue el 133 en el pasado Tour de Francia, antaño su patio de recreo.

El tramo final de la campaña deletreó una secuencia similar. 96º en el Tour de Alemania, 23º en el Tour de Eslovaquia y 56º en el Giro de Sicilia. En Italia cerró el curso con las clásicas. No logró terminar ninguna de ellas. Ni la Milán-Turín, ni Il Lombardia ni la Coppa Agostini. A pesar de ese cúmulo de datos, se agarra Froome a la capacidad de resistencia y a los mitos, a la narrativa del héroe que es capaz de resurgir de las cenizas. Pero más que el Ave Fénix, Froome es Ícaro, quemadas sus alas de cera. Renqueante, camina el británico, al que se le derrumba el suelo bajo los pies y le caen los pedazos de su imperio, hacia el ocaso. A Froome le espera el crepúsculo.