En Sarran, la meta más pequeña del Tour, con poco más de 250 habitantes, se agigantó el enorme Marc Hirschi, al fin victorioso, triunfante y feliz. Exuberante, el suizo que el 24 de agosto cumplió 22 años, puso en pie el patio de butacas del hexágono, impactado ante la majestuosa exhibición de Hirschi, desencadenado y obsesivo para alcanzar su sueño. "Ha sido increíble", recitó el suizo que encandila el Tour, enamorado de un ciclista pleno de arrojo y determinación. Conmovedor su empeño en Niza, donde fue segundo, y en Laruns, donde el destino le sacó la lengua después de completar una etapa hiperbólica para ser tercero, Sarran recibió a Hirschi tras otro acto heroico. El suizo tenaz arrebató el corazón del Tour con la victoria de los vencidos. Hirschi honró a Raymond Poulidor, ocho veces podio en el Tour, pero jamás maillot amarillo. Poupou perseveró a pesar de ello. Hirschi es terco. Pertenece a la estirpe de Poulidor. Probablemente ninguna victoria fuera tan justa y, sobre todo, tan necesaria en un ciclismo pendiente del potenciómetro y el cálculo como la de Hirschi.

Después de estar tan cerca pero a la vez tan lejos de El Dorado, de ver cómo le birlaron la gloria por media rueda, cualquier otro hubiera desistido, pero Hirschi, campeón del Mundo sub'23 en 2018, continuó adelante. Camina o revienta. "Hasta el último kilómetro no he querido ni pensar en la posibilidad de ganar", comentó sobre su bautismo en el Tour. Deslenguado sobre la bicicleta, el joven y tozudo Hirschi reventó la caja de caudales. Hirschi corrió al asalto, como los protagonistas de La Casa de Papel, su serie favorita. Hirschi, al que apodan Choco, dio el gran golpe. Lo planificó cuando al día le restaban cuarenta kilómetros y sonó la campana que encendía la mecha. Guerra en la canícula del Macizo Central. A las armas en el polvorín de Francia. Hirschi fue el primero en alistarse a la guerra. El suizo no es un país neutral y deseaba su botín de guerra. Tenaz, campeón de la determinación, Hirschi clavó su bandera en el Tour, el suelo más caro del ciclismo. Alquiló una parcela con las mejores vistas. Hirschi, irresistible, se las ganó después de que le sombrearan el gesto en Niza y Laruns. "Es increíble", dijo el suizo.

Erviti, Asgreen, Burgaudeau, Pollit, Luisle, Walshcheid regresaron al club de la lucha después de ser libres durante un buen puñado de kilómetros en la etapa más larga del Tour, de 218 kilómetros. Imanol Erviti se regaló unas horas de asueto. El de Iriberri, nanny de los líderes del Movistar, no tenía que ocuparse de nadie. Solo de sí mismo, aunque su movimiento era parte del ajedrez de su equipo. Erviti encoló su experiencia con otros grandes rodadores. Recorrieron buena parte del preámbulo del Macizo Central, donde el Tour honró la memoria de Poupou, el campeón del pueblo e icono insustituible en la Francia ciclista, a su paso por Saint-Léonard-de-Noblat, el lugar del descanso eterno de Raymond Poulidor. La escapada tuvo algo más de vida, pero pereció en cuanto el pelotón aceleró.

El Sunweb lanza a Hirschi

Entre carreteras estrechas y un ritmo frenético atacó en cascada el Sunweb con Benoot, Kragh Andersen y Hirschi, un ciclista colosal, el gran descubrimiento de la carrera francesa. Marc Soler y Schachmann se unieron al motín del Sunweb, deliciosa su lectura de la carrera, en las barbas de la subida a Suc au May. Hirschi, una de las mejores noticias del Tour, anunció otra exhibición cuando la carrera se puso seria. ¡Jarana! y Hirschi se lío a tiros como Tokio. El suizo, que acaricia los pedales con la potencia de una prensa hidráulica, se elevó varios cuerpos por encima del resto. Schachmann y Soler perseguían un fantasma. Se les esfumó ese loco maravilloso. Hirschi, desencadenado, boqueaba con el maillot abierto, para ventilar la ambición. El suizo, descomunal, condecoró la ascensión subido al sillín de su clase antes de doctorarse en el descenso con el arrojo de los kamikazes por los nudos de una carretera a sol y sombra. Hirschi apuró como una cuchilla, afeitando cada curva. Moto GP.

Amortizado el descenso, Hirschi, exquisito su perfil, los calcetines altos vistiendo sus gemelos de dinamitero, engarfió las manos en el manillar, agachó la cabeza y continuó en busca de su Ítaca mientras a Schachmann y Soler les borró el grupo que capitaneaba Alaphilippe y en el que estaba enrolado Pello Bilbao. El gernikarra se desconectó para estar cerca de Landa, con un problema en el cambio. Pello Bilbao le arropó y le dio cobijo. "No entendí muy bien que el equipo tomara esa decisión de mandarme parar, pero tampoco deseaba cargar en la conciencia con que ese u otro percance supusiera una pérdida de tiempo para Mikel. Soy el corredor del Bahrain con la misma talla y tengo que intentar permanecer siempre a su lado para cambiar la bici y ayudarle en lo que toque. El objetivo está claro: alcanzar el podio de París", expuso Pello Bilbao. Cicatrizado el agobio, el escalador de Murgia abrazó el final sin mayores sobresaltos. Para entonces, el suizo, imparable, se había desbordado. Río salvaje. ¡Jarana! Gloria y honor para Hirschi.