EN un Tour de Francia sin julio, fuera de fechas, extraño e indescifrable, sin lugares comunes ni referentes por lo inusual del curso, constreñido en apenas tres meses, donde todos combinan el ensayo y el error por culpa de la pandemia del coronavirus, en el Ineos comprendieron que ni Chris Froome, el último gran campeón, cuatro veces vencedor de la Grande Boucle, (2013, 2015, 2016 y 2017) ni Geraint Thomas ofrecían el nivel necesario para defender su jerarquía entre Niza y París. En realidad, desde la cancillería de la escuadra británica tampoco observaban a sus campeones para proteger el estatus de Egan Bernal, el último rey de los Campos Elíseos. De repente, el Tour más anómalo que se recuerda adquirió una dimensión aún más enigmática porque dos campeones de la memoria reciente de la ronda gala no tendrían un dorsal que colgarse en Niza. Ante un escenario semejante, nada de lo anterior tiene validez.

La carrera francesa, una aventura sin parangón de 3.487 kilómetros al corazón del ciclismo, advierte un viaje hacia lo desconocido, una trama ideal para una novela de Julio Verne. Lo que acontezca entre el 29 de agosto y el 20 de septiembre, será una cita a ciegas. No existe visionario ni bola de cristal capaz de averiguar la naturaleza que tome un Tour donde se agolpan las dudas e incluso la meteorología será muy distinta. La nueva realidad, que añora la vieja, es un territorio inexplorado y, por tanto, muy difícil de calibrar. El metro patrón anterior al covid-19 es hoy una medida caducada. El ciclismo del pulsómetro, el potenciómetro, las hojas de Excel, los cálculos, los datos y el big data, epítomes de los tiempos del control, se han visto seriamente comprometidos por una situación que nadie sabe cómo diseccionar. De alguna manera, el Tour será un banco de pruebas en sí mismo.

"Lo que acontezca será una cita a ciegas. No existe visionario capaz de averiguar la naturaleza que tome un Tour donde se agolpan las dudas e incluso la meteorología será muy distinta."

Desarraigado y expatriado Froome, el gran líder de una era inmaculada para el Sky/Ineos salvo por la aparición de Nibali en la retahíla victoriosa de la escuadra británica a través de Wiggins, Froome, Thomas y Bernal, el Tour será distinto desde todos los ángulos. Desaparecidas las certezas, se presenta una carrera que obliga a disponer de amplitud de miras y capacidad de sorpresa constante. Las silbantes excursiones del Ineos por el julio francés en la anterior década, no parecen garantizadas en una cita más poliédrica que nunca. Los efectos del covid-19 han apolillado las estructuras de la campaña ciclista y se han volatilizado los puntos de anclaje, las referencias con las que coser el relato en el Tour.

El Critérium del Dauphiné, prueba de acceso a la Grande Boucle y su examen preliminar, apuntaló la idea de la falta de un suelo firme, de la solidez de los antecedentes. En esta campaña apenas sí hay recuerdos y evidencias de la competición. Solo se sabe que los ciclistas han corrido muy deprisa, que respiran ansiedad en cada carrera, porque . En ese ecosistema asomó una tendencia que parecía olvidada: los desplomes físicos por pura fatiga. Varios líderes se vieron interpelados por esa cuestión y no menos fueron mordidos por el asfalto. Las caídas han sido otro referente de estos tiempos convulsos.

En esa dinámica y tras la cirugía de urgencia practicada en el Ineos, dos bloques están convocados a un choque de placas tectónicas que sacudirá el Tour. El clásico Ineos y el irreverente Jumbo. Los británicos apuestan por Egan Bernal, que comandará un equipo de un gran potencial y que contará con Richard Carapaz, reclutado para la causa tras cesar a Froome y Thomas, como alternativa. La del colombiano y el ecuatoriano serán las bazas del Ineos. Frente al experto conjunto ideado por David Brailsford, debatirá el Jumbo, que se mostró exuberante y dominador en el Dauphiné. Roglic y Dumoulin son los primeros actores de una formación imperial, sólida en todos los terrenos, pero sin el bagaje ni el conocimiento exhaustivo que el Ineos dispone de la Grande Boucle. En los márgenes de estas dos potencias se sitúan otros ciclistas con un menor sostén colectivo, pero que en un Tour tan abierto pueden cotizar más alto.

"Mikel Landa, con un equipo a su entera disposición y un recorrido que sobre el papel le favorece, presenta una de las alternativas al podio de París, más abierto que de costumbre"

Un equipo a sus órdenes Mikel Landa, que contará con el soporte del Bahrain, presenta una de las alternativas al podio de París, más abierto que de costumbre. El escalador alavés, una vez superados las dolencias de espalda que le apalearon en la última etapa del Dauphiné, muestra su media sonrisa ante un recorrido que favorece sus interés. Un Tour repleto de aristas, picudo y con una única crono dentuda en la penúltima etapa, es un vergel para Landa, líder único de su escuadra. El de Murgia tendrá ante sí una enorme posibilidad de mejorar el cuarto puesto de 2017, cuando solo un segundo le dejó fuera del podio de los Campos Elíseos. Mikel Landa no tendrá excusas. El recorrido le favorece.

Ese itinerario, donde se apilan ocho jornadas de montaña, cuatro de ellas con finales en alto y tres etapas de media montaña, también saluda con efusividad a Thibaut Pinot, segundo en el Dauphiné. El francés, al que le entusiasma la montaña, es otro de los dorsales a enumerar. En esa tradición, se enmarca la candidatura de Rigoberto Urán, Daniel Felipe Martínez o Sergio Higuita, que conformarán el trío escalador del Education First. Otro colombiano, Nairo Quintana, desprendido del Movistar, y como emperador del Arkea, tratará de ofrecer su mejor versión en un trazado amable para sus características. Emanuel Buchmann, cuarto en la pasada edición del Tour, quiere dar otro paso más en su evolución.

Todos ellos deberán encarar un recorrido exigente desde la segunda etapa. No habrá tiempo para el rodaje ni la adaptación. El Tour no lo permite. El pelotón afrontará un total de 3.700 metros de desnivel con las subidas al Col de La Colmiane (16,3 kilómetros al 6,3%), el Col de Turini (14,9 km al 7,4%) y al Col d'Eze (1,6 km al 8,1%). En la primera semana se sumarán dos llegadas en alto, a Orcières-Merlette, 7,1 kilómetros al 6,7%, en la cuarta etapa, y al Mont Aigoual (8,3 km al 4%), previo paso por el Col de la Lusette (11,7 kilómetros al 7,3%), en el sexto día. Se adentrará después la Grande Boucle a través de los parajes de Los Pirineos. Port de Balès (11,7 km al 7,7%) y Col de Peyresourde (9,7 km al 7,8%) en la octava etapa y Col de la Hourcère (11,1 km), más Col de Soudet, y el Col de Marie Blanque (7,7 km al 8,6%), dejarán huella en la novena etapa.

El Macizo Central acaparará la atención con el Col de Neronne (3,8 km al 9,1%) y la llegada al Puy Mary-Pas de Peyrol, 5,4 km al 8,1%, en la decimotercera etapa. Será en el decimoquinto día de competición cuando asomen la Montée de la Selle de Fromentel (11,1 km al 8,1%) y el Col de la Biche (6,9 km al 8,9%) antes de la subida al Grand Colombier, 17,4 kilómetros al 7,1%. Será en la tercera semana donde se resuelva el enigma del Tour. Los Alpes dictarán sentencia. La traca final se enciende con las ascensiones a Côte de Virieu, Col de Porte, Côte de Revel y Montée de Saint-Nizier-du-Moucherotte antes de alcanzar Villard de Lans). El estruendo se intensificará con el Col de la Madeleine, 17,1 kilómetros al 8,4%, y llegada al inédito Col de la Loze, de 21,5 kilómetros al 7,8% un día después. El tríptico alpino retumbará definitivamente con el Cormet de Roselend, Col de Saisies, Col des Aravis y Montée du Plateau de Gliéres. La única contrarreloj individual de 36 kilómetros con subida a La Planche des Belles Filles lo fijará todo antes del festejo a París.