bilbao - “¿Una vuelta para el abuelo? El abuelo no dice nunca la última palabra”, sugiere Alejandro Valverde, entusiasta y retador, desde la cumbre del Santuario del Acebo. Allí, el campeón del mundo se felicita de su hito. Otro más. El corredor infinito. Infatigable a los 39 años. Valverde, aunque a distancia, es el único que mantiene el pulso con el exuberante líder Primoz Roglic, un acorazado. Los dos compartieron plano y papel estelar en una cima que conquistó el burbujeante Sepp Kuss, que palmeó su victoria con los aficionados que festoneaban la cuesta definitiva de una ascensión que iluminó a Valverde y enfatizó a Roglic. Entre los dos astillaron a Pogacar y López, a los que lastraron con 40 segundos y apabullaron a Quintana, que se dejó 1:36. Roglic mantiene 2:25 con Valverde en la general y aumenta su renta. 3:42 respecto a Pogacar y 3:59 con Supermán López, sin vuelo en las alturas. Quintana, perdido, tintinea a 5:09 del líder.

Valverde, dispuesto a mantener el mano a mano con Roglic, coloreó con su arcoíris El Acebo, una hoja en blanco que convirtió en un papel de regalo para él y para Roglic. El ataque del Bala -“tenía buenas piernas y por eso he atacado de lejos”, apuntó- fue un estupendo obsequio para el líder, al que no se le conocen ángulos muertos. “No haber conseguido nada estaría mal, pero 40 segundos está claro que 40 son buenos segundos”, disertó Valverde, que se entendió de maravilla con el esloveno. Ambos se retan en duelo para el resto de la Vuelta, que hoy concede otro duelo al sol en la montaña asturiana. “Valverde es ahora el principal rival. Quedan días duros por delante”, avisó Roglic.

Una salva de cañón anunció un día de arengas, soflamas y propaganda en un territorio atestado de puertos, con tantos dientes de sierra que asustaba por eso de las heridas y de los cortes profundos. En Tineo no pudo estar Mezgec, con la cadera rota cuando se partió el pelotón en Oviedo. En el arranque todo fue quebranto, lamento y calvario. Cuentas de un rosario en el frenesí. Movistar cargó el ambiente, tenso e irrespirable. Se erizó de inmediato la carrera. El comienzo, a puro galope, fue una pesadilla. Sudores fríos. De discusión en discusión, con Arcas como acelerante y Marc Soler al asalto. En El Acebo, en su primer paso por la vertiente más serena, en el pelotón hubo mar de fondo. Apenas sobrevivían 40 corredores bajo la bota de la intensidad. Apalizados la mayoría, descascarillados y horneados. En esas idas y venidas, en esos jirones de piel, se conformó una escapada numerosa. Roglic, que colocó a Sepp Kuss en la fuga, ordenó a sus muchachos ralentizar la marcha. El Jumbo optó por rebajar el tono y correr todos juntos. Sin prisa.

Con los peones del esloveno en buena sintonía, hubo paz. En el alto del Pozo de las Mujeres Muertas, una vez olvidado el del Connio, nada era lo que se presumía. A la montaña le sostenía la leyenda. Los lugareños de los pueblos altos de Allande cuentan que el dramático nombre del lugar responde a una historia perdida en el tiempo y vertebrada por la tradición oral. Dice la historia que unas vaqueras de Luarca habían regresado en invierno en busca de unas mantas y otros aperos que habían olvidado en las cabañas durante el otoño. Una fuerte ventisca de nieve sorprendió a las mujeres en los altos del Candal. Se resguardaron en el pozo. La tormenta arreció durante varios días, de modo que imposibilitó la salida de las mujeres de aquel pozo. Quedaron atrapadas. Allí perecieron. Fue su tumba. Las encontraron en primavera, envueltas en sus mantas. Momificadas por el frío.

ataque lejano Otra leyenda versa sobre Valverde. La del hombre que es más joven cada día que pasa. Un desafío para la ciencia. Valverde, el abuelo de la Vuelta, es el más joven y entusiasta en su interior. Si los 40 son los nuevos 30, Valverde es un veinteañero con el arrebato propio de los adolescentes y el deseo de los niños frente a un escaparate de chucherías. Solo bajo esas coordenadas puede comprenderse a Valverde, capaz de noquear a López, Pogacar y Quintana en El Acebo. El campeón del mundo, el corredor de todos los colores, batió a todos salvo al pétreo Roglic, el líder con la frialdad y la dureza del mármol al tacto. El esloveno fue el único capaz de agarrarse a la rueda de Valverde cuando el Bala disparó a 7 kilómetros de meta después de una meteórica entrada al puerto. Las primeras rampas fueron un ring en el que se destacó Sergio Samitier, la avanzadilla de la fuga del día. El del Euskadi-Murias abrió fuella en un puerto hosco, con el asfalto en carne viva, rampas retadoras y algún que otro descansillo. Samitier soportó la tortura hasta que irrumpió Kuss, perfil de hilo, brazos de alambre y piernas de acero. El estadounidense del Jumbo voló con la ligereza de un colibrí. No tardó en agujerear a Samitier. Kuss, otro imberbe, mandaba sobre El Acebo. Valverde tiene la barba cerrada del bucanero. Por eso, cuando se rebeló, Roglic no dudó en prensarse al campeón del mundo. “Es una amenaza”, subrayó el esloveno. El líder se alió con el Bala y ambos echaron tierra sobre Pogacar, López y Quintana, que penó. Valverde y Roglic fortalecieron sus posiciones. El espumoso Pogacar y el valeroso Supermán inclinaron la cabeza en el mismo encuadre. Secundarios de lujo.

Las estrellas, Roglic y Valverde, no se pisaban los papeles. Respeto. Entente cordial. El esloveno, con esa pose hierática que le distingue, fuerte pero escaso de carisma, y Valverde, que sube a tirones y se bambolea, se instalaron en una renta de medio minuto a medida que crecía el puerto y se arrugaban los rostros. Jakob Fuglsang fue la liebre de López, encadenado a Pogacar en el duelo por el cajón de Madrid. Roglic y Valverde, varios cuerpos por delante, parecen fijos en la atalaya de la Vuelta. El esloveno y el murciano compartieron derroche por El Acebo, con su zona reservada para el cemento made in la Vuelta. Desde allí se desató la euforia del inalcanzable Kuss, tan feliz que tuvo la necesidad de compartir su dicha. Saludó a todo el mundo. Chocó su mano con el público en su mejor victoria. En El Acebo, Roglic y Valverde se dieron la mano. Pogacar y López lucharon en la baldosa de los 17 segundos. El tiempo que les separa por el podio y por el maillot blanco. Más atrás, Quintana se quedó pálido. Solo Valverde reta a Roglic.