AHORA que se está poniendo de moda el recorrer las ciudades siguiendo pistas para conocer su historia, el Bilbao Basket ha empezado la segunda vuelta con los mapas en la mano en busca del camino que le lleve a la permanencia. De momento, tiene a otros dos compañeros de viaje que aún no le han sacado ventaja en este juego de supervivencia, pero consumidas veinte jornadas aún está por conseguir lo que sí han hecho los otros 18 equipos que es lograr dos triunfos consecutivos. El último que lo ha logrado ha sido el colista Acunsa GBC, que ha sumado ante dos equipos de play-off dos victorias quizás de más mérito que valiosas, pero que permiten a los donostiarras engancharse a la cola de la clasificación y mantener la fe en lograr el objetivo.

Es algo que el Bilbao Basket necesita hacer cuanto antes para descifrar algo más el enigma que le ha propuesto este curso entre los efectos del covid, que han vaciado Miribilla, y las desgracias de las lesiones que están impidiendo a Álex Mumbrú consolidar una rotación fiable y a los jugadores, rendir en los roles asignados. El protagonismo va y viene, todos miran los planos, pero falta una aportación constante de un grupo amplio de la plantilla en el mismo partido o de un partido a otro. El domingo, por ejemplo, Alade Aminu, uno de los llamados a sujetar al equipo en estas semanas, pasó desapercibido, aunque más o menos compensaron la nula aportación del estadounidense entre Goran Huskic y Felipe dos Anjos, pese a que en ocasiones Babatunde Olomuyiwa les comió la tostada con su poderío físico. John Jenkins, otro de los refuerzos de urgencia, tuvo un día negado en el tiro, aunque no siempre se le encontró con buenos bloqueos, y el equipo lo acusó. Y en el puesto de tres, Jaroslaw Zyskowski y Álex Reyes fueron un agujero, casi nulos en ataque y defensa que hizo que el técnico prescindiera de ellos muchos minutos y tuviera que recurrir a quintetos más pequeños que desprotegieron la zona.

La derrota del domingo en Andorra es de esas de ver el vaso medio lleno o medio vacío, pero fue consecuencia de esa inconsistencia que aún no ha solucionado el equipo bilbaino. Cierto es que los hombres de negro no se rindieron nunca, pero de nuevo tuvieron que remar contra la corriente por su costumbre de desperdiciar muchas de las ventajas claras que generan. No es que se fallen tiros liberados, que eso forma parte del juego, sino que dilapida situaciones claras de ventaja por dudas o falta de determinación, algo que ante rivales que no conceden dos oportunidades se acaba pagando. Perdonar tanto llevó a que el Andorra, pese a cometer muchos errores en el manejo del balón, firmara un parcial de 20-2 en siete minutos, repartidos en sendos tramos del primer y el segundo cuarto.

Cuando funcionaba en ataque, le faltaba contundencia en defensa. Y cuando su defensa lograba frenar al ataque andorrano, llegaban los errores en ataque que hacían ver la victoria muy lejana porque la renta local parecía tranquilizadora. Mumbrú quiso frenar a los bases del Principado con ayudas muy altas de los pivots, pero eso obligaba a cubrir mucho espacio a las espaldas y había problemas para contestar los tiros o protegerse en las rotaciones defensivas. Los mejores minutos del Bilbao Basket en la retaguardia coincidieron con una zona y en ataque, con una mayor decisión de Huskic para finalizar en el poste bajo, dado que sus compañeros eran incapaces de anotar los lanzamientos exteriores.

En el último cuarto, no se anotó ningún triple, aunque el Andorra encontró tiros libres para seguir sumando, pese a su flojo porcentaje. El Bilbao Basket quiso ser más vertical, pero en ese tramo se encontró con tres tapones que le dejaron a diez puntos con 2:45 por jugar, justo cuando apareció Oriol Paulí para anotar seis puntos seguidos después de estar inédito hasta entonces. Mumbrú convenció a sus jugadores de creer hasta el final, los errores en los tiros libres de los locales le dieron vidas extras y los bilbainos estuvieron a punto de firmar una victoria para guardar como un comodín. Pero faltó esa referencia ofensiva, ese jugador al que confiarle los últimos balones. Podía haber sido Jenkins en la última jugada, pero de nuevo llegó una mala ejecución, una mala interpretación del mapa de los caminos a seguir para llegar a la orilla.