Cuando la Fórmula 1 visita Imola echa un vistazo a sus cicatrices. Es una mirada hacia el inescrutable recorrido de la historia. Es palpar las huellas de las curvas Tamburello y Gilles Villeneuve, donde un día el destino decidió poner fin a la vidas de Ayrton Senna y Roland Ratzenberger en el Gran Premio de San Marino de 1994. Imola es drama. Los sentimientos afloran. Pero la vida avanza sin detenerse, mirando de reojo a lo que pudo haber sido y no fue. Donde ayer unos lloraban hoy otros celebran sin olvidar un pasado necesario para comprender el presente. Imola se cobró víctimas, pero evitó otras que estarían por llegar. Allí nacieron debates sobre la seguridad, esa que tanto promulgaba Senna, un adalid del derecho a vivir. Coches de seguridad, escapatorias en las curvas, sistemas de fijación de los neumáticos, anclajes de los volantes, supervisiones de los monoplazas… Todo aquello cobró meticulosidad en Imola, aquel fatídico 1994. Jamás olvidado.

Los lloros hoy son alegría. La historia no se detiene. Es un reloj sin pilas. Los sentimientos son para los humanos. El tiempo es mecánico, una máquina infatigable. Sigue y sigue hacia delante. Mercedes escribió un nuevo capítulo de la historia. La historia trae situaciones contradictorias. La tristeza que colma Imola se vistió de alegría. El mayor periodo de dominación se firmó allí,, aparcando por un rato el llanto. Sacando a relucir sonrisas. Porque 1.500 personas brindaron después de trabajar durante siete años consecutivos poniendo en pista el monoplaza más próximo a la perfección. El irreductible Mercedes. Siete años conquistando el Campeonato del Mundo de Constructores. Desde 2014 hasta 2020. En el retrovisor queda el récord de Ferrari, el segundo mayor periodo de éxito, entre 1999 y 2004, rubricado por otra historia que terminó en tragedia, la de Michael Schumacher, que desde una ingrata vida convive con la era que le ha arrebatado todos sus récords, postrado, sin la ocasión de repartir enhorabuenas que concede su hijo, Mick, heredero del legado.

Lewis Hamilton, quién si no, lideró la gesta de una escudería que esta temporada cambió su decoración para poner su granito de arena en la lucha contra el racismo. Los coches negros sellaron el quinto doblete del año. “Son los héroes no reconocidos”. Hamilton señaló a esa legión invisible, los 1.500 de Mercedes, tras conquistar el Gran Premio de Emilia Romagna. Su novena victoria sirve en bandeja su séptimo título. Posee 85 puntos de ventaja con aún 104 por repartirse -cuatro carreras-. Si en la próxima cita, el G.P. de Turquía, acaba por delante de Bottas, igualará a Schumacher como heptacampeón, la última frontera para Hamilton.

Hamilton se muestra implacable. La mala salida, una vez más, no detuvo su ambición. “He necesitado dar todo desde la salida”. El diablo viajó ayer sobre ruedas. Aunque también comete errores humanos. El británico fue impreciso desde la segunda pintura. Cedió su posición a Max Verstappen. El holandés cogió el rebufo de Valtteri Bottas, que protegió su ventaja como poleman. La estrategia en Imola es similar a la de Mónaco. El circuito es una ratonera, sin encajonamientos, pero con apenas un punto de adelantamiento salvo error ajeno. Bottas podía respirar. Pero su imagen de abatimiento por una u otra razón, porque Hamilton le doblega o la mecánica falla, parece contaminarlo todo. “Tienes daños en el fondo del coche desde la segunda vuelta”, le dijeron en la vuelta 22, siendo líder. Bottas pisó sobre una pieza del coche de Vettel -fue 13º-. Funeral para sus aspiraciones a la victoria. Su ritmo decreció. En el primer sector perdía casi 4 décimas por vuelta con respecto a Hamilton. Verstappen se echó encima.

Ricciardo, al podio

Bottas ralentizó la marcha de Verstappen. Cuando ambos realizaron la primera parada en boxes, Hamilton se mantuvo en pista. Estiró el primer stint. Con vía libre, el ritmo de vuelta rápida del británico hizo que, al completar su cambio de neumáticos, pasara al frente de la carrera. Además, aprovechó el contexto de un coche de seguridad virtual, por lo que la ventaja creció. Era la vuelta 30 de las 63 previstas. A partir de ahí, cada giro aumentó la distancia. Se fue a 12 segundos; en el giro 58, por un safety car, se reseteó, para volver a crecer hasta los más de 5. Bottas se vio obligado a defender la segunda plaza, pero Verstappen, un comecocos, le adelantó. Nada más hacerlo sufrió un reventón de neumático. Daniel Ricciardo veía ante sí su segundo podio del año para Renault.

Ricciardo se protegió de Kvyat, que fue cuarto como punta de lanza de AlphaTauri, que perdió a Gasly en la vuelta 9, cuando rodaba en quinto lugar. Checo Pérez coqueteó con el podio, pero la decisión de reemplazar los calzos tras la entrada de un safety car en la vuelta 58 le privó de optar a más que una sexta posición, clasificando justo detrás del Ferrari de Leclerc. Carlos Sainz, que partió décimo, acabó séptimo, ante su compañero de McLaren, Norris. Los Alfa Romeo de Raikkonen y Giovinazzi, noveno y décimo, cerraron los puestos que reparten puntos.