Leioa - Atrás quedaron los tiempos de lona. Hoy mismo cumple 65 años. En un solo golpe de calendario le llega la jubilación y soplar velas. Es el momento de echar la vista atrás y recordar las aristas de una vida cosida a las 16 cuerdas, aunque antes fueran solamente doce. El boxeo llegó de casualidad a un joven de 17 años, natural de Galinduste, Salamanca, pero residente en Eibar, en el barrio que le dio el apellido. Antes era Antonio Sáez. La leyenda se llamó Amaña. De nombre, Andoni. Los guantes entraron en su vida por una casualidad y se quedaron a vivir. Echaron raíces. Aún las echan en dos vitrinas que tiene en su casa de Leioa y en la que siguen quedando recuerdos de una vida. Los senderos le marcaron rutas desde Eibar a Elgoibar, su primer gimnasio, para después instalarse en Bilbao y tomar aviones rumbo a lugares remotos y no tanto. Andoni Amaña peleó en Francia, Suiza, Italia, Reino Unido, Dinamarca, Cuba, Polonia, Catalunya y, por supuesto, Bilbao. “Gracias al boxeo he vivido y he conocido muchos lugares”, dice. La capital vizcaina añora aún los dos cinturones del Campeonato de Europa que se le escaparon. Andoni Gago y Kerman Lejarraga tratarán de restañarlo el sábado en el Bilbao Arena. La leyenda de Amaña, que compitió con licencia federativa vizcaina, se inicia mientras aprendía a grabar metal para las escopetas fabricadas en la industria eibarresa. Así, Andoni apuntalaba el futuro de una localidad fabril con las cartas marcadas. La epifanía le llegó con antelación: el 5 de enero de 1971. Los renglones de su historia se armaron con plumas de oro: hubo astillas, hubo gloria, hubo mil golpes, títulos. Hubo gloria, saboreada a tragos cortos y placenteros.
Recuerda Amaña, tranquilo, mientras sonríe y apura un café, cómo con 17 años tomó una decisión que le varió el pulso. Era verano. Días largos y más calor de lo habitual. Novedades en Eibar. “Quería hacer deporte, así que me apunté a un gimnasio. Por las mañanas iba a una escuela de grabado y por las tardes, sobre las cinco o seis, iba a Elgoibar en autobús todos los días. No sabía lo que era el boxeo”, cuenta. Acabó forjando su vida sobre el escenario, con pantalón corto con su nombre bordado en la cintura y entrando en discusiones de guantes acolchados. Aquel día, el 5 de enero de 1971, Andoni tenía 17 años -cumplía 18 tres meses después-. “Se celebraba una velada de boxeo en Ermua. El combate de fondo era entre el campeón de Gipuzkoa y el de Bizkaia. El guipuzcoano falló porque estaba haciendo la mili. Me propusieron salir al cuadrilátero”, afirma. Aceptó. “No sabía con qué rival iba a boxear. Fue contra Manolo Reinosa. No sabía boxear y acabé muy cansado. Perdí a los puntos, pero me empezaron a animar para que continuara en el deporte”, evoca Amaña. La siguiente prueba llegó en abril, en Berriz. El rival fue Benjamín Bringas y el duelo terminó nulo. “El tercer combate fue el primero que gané y acumulé una buena racha de ocho o diez más. Peleé contra campeones de Euskadi, de Bizkaia... En el Campeonato de España de 1973 me cambió la vida”, analiza.
Andoni hace un parón en su historia. “Jamás pensé que iba a dedicar mi vida al boxeo. Mi intención era dedicarme a grabar en metal, pero...”, anuncia. La noria de la vida le dio una voltereta. Y prosigue. En aquella cita Estatal, Amaña ganó el primer combate, pero en el segundo le dieron perdedor contra un canario. Dio buena imagen. “Me propusieron después medirme al campeón de España, titular del equipo estatal”, recita. Fue en mayo. No tenía nada que perder. Todo lo contrario. Pactaron la cita en 68 kilos y el rival llegó tres por encima. Al equipo de Amaña le dijeron que si no quería boxear, que no lo hiciera. Su entrenador miró a Andoni y le dijo: “Ya que estamos en Cádiz -la cita era allí- puedes pelear. Puedes perder contra el campeón, pero también puedes ganar”. El vasco le tiró tres veces en el tercer round. El combate fue nulo. “Quitaron a mi rival del equipo y me metieron a mí. Mi ilusión era ir a los Juegos Olímpicos de Montreal en 1976”, define.
El servicio militar y los problemas en la mano derecha frenaron las ambiciones de Amaña. Comenzó la mili en el 74 y la terminó en marzo del 75. Mientras, bajo la tutela de Pedro Oyarbide Berastegi, trataba de mantener la forma. A finales de ese año, estaba seleccionado para ir a los Juegos del Mediterráneo en Argelia. Después de dos meses de concentración en Tenerife, la Marcha Verde eliminó esa opción de su calendario. España no contó con él para Montreal por “estar mal entrenado, al pasar tanto tiempo en la mili”. Los problemas de manos le apuntillaron. “En apenas un año me rompí cinco veces la mano derecha. De hecho, en mi segunda pelea como profesional me la fracturé en Madrid. El problema era que, después de un mes con la escayola, volvía a pegar al saco y el hueso estaba débil”, sostiene. En su cuarta cita en el ensogado de pago, frente a Juan Rubio Melero, el 1 de abril del 77, se lesionó de nuevo tras ganar por K.O. “Tuve que estar tres meses parado”, agrega con resignación. Dio el salto al no entrar en los Juegos. Aunque llueva, siempre escampa.
ÉPOCA PROFESIONAL “Era un deportista conocido y eso me gustaba. Sin embargo, cuando pasas a profesional, ves el deporte de otra manera y vas a ganar dinero”, agrega Andoni. Tras estar en el equipo estatal, ganar el cetro de España, pasar por los Mundiales de Cuba, en el Europeo de Polonia... su senda amateur terminó en Grecia. Debutó el 13 de noviembre ante Manuel Rico en Bilbao. Diez meses más tarde, consiguió el Estatal profesional superwélter. “Nadie había conseguido el cinturón tan rápido”, analiza Amaña. Lo hizo ante José Hernández (50-14-6) en el Palacio de los Deportes de Barcelona a los puntos. “En abril gané la defensa a Antonio León Galán en Bilbao”, asevera.
La primera gran oportunidad de su camino apareció en junio de 1979. Amaña llevaba un récord inmaculado de 26 victorias. Llegó la opción del Europeo. Andoni se fajaba bajo la promoción de Xabier Azpitarte. “A Marijan Benes (16-1) le conocía, porque coincidimos en una cita de aficionados en el 74. En el 75 quedó campeón de Europa y fue al Mundial en Cuba. Era un tipo bajo y fuerte, del Este, con 300 combates en aficionados”, declara Amaña. El 6 de junio de 1979, en la Plaza de Toros de Vistalegre de Bilbao, el serbio le arrebató el sueño continental. “Me ganó bien. Me tiró cinco veces. Era muy fuerte. Pensaba que iba a hacer mejor papel, porque antes había perdido por K.O. contra Tiger Quaye, al que yo había ganado antes. Era buenísimo”, cuenta el expúgil. En noviembre de ese año perdió el Estatal frente Hernández.
Entonces, ante los problemas con la báscula, Amaña ascendió a una división superior. Ganó el Campeonato de España en cuatro meses. “Al perder con Benes, subí al peso medio, porque me costaba mantenerme. Al año siguiente gané a Alfredo Naveiras (37-7-2) y estuve cerca de un año imbatido hasta volver a disputar el Europeo ante Tony Sibson (41-3-1)”, desbroza. Aquella pelea mítica fue el 14 de mayo del 81. El inglés era una institución. “La Plaza de Toros de Vistalegre es grandísima. Había mucha gente. Las expectativas eran máximas. En Bizkaia había mucha ilusión en el boxeo. El que ganaba, iba a disputar el Campeonato del Mundo. Me tiró en un round, pero le pude abrir la ceja en el último. Un médico de la Federación me comentó después que si él hubiera estado allí habría parado el combate, pero no fue así”, comenta Amaña.
llega el momentO “Después de perder aquel día, con 28 años, el boxeo estaba decayendo. Cambió mi perspectiva y tocaba sobrevivir. Mi promotor era Azpitarte y me organizaba las veladas. Llegué a hacer cuatro combates en dos meses”, argumenta el exboxeador. Aspiró tres veces más al Estatal superwélter y lo ganó en una ocasión (1984). Peleó otras cinco por el del peso medio: venció en dos, perdió otras dos y se llevó un nulo. “Contra José Lozano, en el 82, nos dimos un palizón. Ha sido el combate en el que más cansado he acabado. Fue nulo”, define. El camino había cambiado. “Estaba preparado para boxear prácticamente a diario. Me costaba estar en el peso y tenía que entrenar mucho”, afirma Amaña. “Tenía un sueldo para ir tirando y vivir bien. Mi salario mensual en el contrato con Azpitarte era de 100.000 pesetas. Ganaba eso, pasara lo que pasara. Por el Campeonato de Europa fue un millón de pesetas”, evoca.
La película ya había dado un giro de guion. Amaña conoció la miel y vivió del trabajo. El jornal, en un cuadrilátero. “Me dedicaba exclusivamente al boxeo. A finales de 1985 tuve una hija y tocaba empezar a mirar por ella. En junio, una persona me ofreció un trabajo en seguridad de Iberduero. Me lo dio sin conocerme. Fui con un compañero de un gimnasio de San Inazio. Había un antiguo boxeador, que me reconoció, pero no estaba el hombre al que íbamos a ver. Me llamaron después y me dijeron que el jefe de seguridad quería reunirse conmigo. Fui a su despacho y me preguntó si quería trabajar. Contesté que sí, para tener algo. Era viernes y me dijo que empezaba el lunes. Lo cogí”, analiza. Era el epílogo. Era el instante. El último combate fue ante Pierre Joly en noviembre del 86. “Llevaba desde julio trabajando. Al meterme con un rival bueno, que quería mejorar su récord porque yo estaba maduro, me pagaron 500.000 pesetas. Le dije a mi entrenador, Pedro, que o me daban eso o no iba y acabaron aceptándolo. Acabé limpio y dije que era el momento de parar. No me lo pensé. No iba a boxear más”, remacha Amaña. Terminó sus diez años de carrera en el profesionalismo con 47 victorias, 27 por K.O.; 17 derrotas, tres antes del límite,y un nulo. Después de unos años se enroló en Metro Bilbao. La segunda jubilación llama hoy mismo su puerta y pasará otra página más de una historia por escribir. Enciclopedia de vida, el salmantino con apellido de un barrio de Eibar y vizcaino por justicia está en nuevos senderos. La gloria siempre estuvo en el día a día. Amaña puede levantar los brazos y lanzar un suspiro al cielo.