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Estados Unidos ya sabe quiénes son Kerman Lejarraga y Jon Fernández

Los púgiles vizcainos se mantienen invictos después de rubricar sendas victorias por la vía del K.O. en el segundo asalto en la neoyorquina Verona, donde el público quedó cautivado

Estados Unidos ya sabe quiénes son Kerman Lejarraga y Jon FernándezOskar González

BILBAO. El boxeo vizcaino prosigue su escalada internacional. Lo hace, además, cautivando en el mayor de los escaparates, el escenario estadounidense, la meca del boxeo mundial. Por la vía rápida y con una solvencia aplastante, porque así fueron liquidados los rivales, que claudicaron estampados contra la lona, inanes sus intenciones, por la vía rápida ante el delirio de un público que comienza a memorizar nuevos nombres de obligada atención en el ensogado, futuro pero también presente del cuadrilátero. Ocurrió la madrugada del sábado, en el Turning Stone Resort & Casino de la neoyorquina Verona, ante las cámaras de Showtime y en el marco de la serie ShoBox: The New Generation, la cuna donde se buscan referentes pugilísticos para el Siglo XXI. Allí donde se fajaron Jon Fernández (Bilbao, 1995) y Kerman Lejarraga (Bilbao, 1992), cohetes con guantes de boxeo, invictos con su grandiosa autoridad sobre el ring, donde los rivales se doblaron en apenas dos asaltos.

El viaje transatlántico es la consecuencia de haber desarbolado la competencia en Euskadi, España y Europa, donde esquivan a estos vizcainos con renuncias a combatir. Persiguiendo por tanto contendientes, prestigio y dólares, Jonfer y Kerman hicieron las maletas. Para el Revólver de Morga el de ayer era el estreno en territorio estadounidense, el primer episodio de la que se antoja como una gran serie. Además, Lejarraga sabe gustar.

La pose de velocista del hectómetro, al que solo le faltan los tacos de salida en los suspiros previos al combate, hacen de Kerman un peleador de aplauso fácil. Su presencia es cinematográfica. Pero no es actor de papel cuché; no engaña, porque su filosofía es la del paso adelante. Siempre. Gloria u horizontalidad. Kerman no especula. Es firmeza y tesón.

El dominicano José Antonio Bachata Abreu se presentaba con una tarjeta de 13 victorias y una sola derrota. Nadie le había mandado a la lona antes de tiempo. Lejarraga subía al ring con un cartel de 21 triunfos, 18 de ellos exprés. Una suerte de Atila del boxeo. Sin embargo, se armó de prudencia el de Morga, que prestó distancia a su contrincante, de gran envergadura y portador de más centímetros de fachada. La iteración en las series de golpeos del dominicano, de estrecho repertorio, fueron dibujando en la cabeza de Kerman el modo de proceder. Una vez interpretada la propuesta ajena, completada la fase analítica, Lejarraga comenzó a responder poniendo el epílogo a las manos lanzadas por Bachata. Cada serie de Abreu terminaba con un punto final de Kerman, que cruzaba golpes viperinos, precisos y contundentes para cerrar los intercambios. Se agotó el primer round y nació el ocaso de Abreu, desahuciado ante la inminente llegada de un huracán.

En el segundo asalto Kerman buscó el hígado del dominicano, como tratando de anular la diferencia de estatura, obligando a Abreu a recogerse, a doblarse. Cuando Bachata se retorcía, Lejarraga ofertaba golpes a la zona superior del cuerpo, a la testa de Abreu, que bailaba a ritmo de Kerman. Se atisbaba la senda del éxito. Visto el encaje de Abreu, el Revólver disparó con posta. Como si no fuera a contemplar un nuevo amanecer. Como es él, pegador infatigable. Con una cadencia de arma automática. Propició una tunda al dominicano que invitó al árbitro a detener el pleito. Entonces la emotividad se agarró a la garganta del invicto Kerman, a quien ya conocen en Estados Unidos tras su idílica carta de presentación. “Esta victoria se la dedico especialmente a Ignacio Echeverría, que murió siendo un héroe. Va por ti, Ignacio, y por tu familia”. De héroe a héroe.

K.O. con susto de Jonfer

Jon Fernández, inmaculada su hoja de servicios con 12 victorias, 10 de ellas sedantes, se medía en su tercer capítulo estadounidense al mexicano Juan Pochito Reyes (14-3-3), que quiso reeducar al Niño de Oro de Etxebarri. Cuando ambos dejaron atrás sus esquinas, Reyes, otro que no conocía la derrota por K.O., dotado de iniciativa, aspiró a intimidar. Pero Jonfer, aunque tierno de edad, no es dócil. Se maneja cual experto, técnica y tácticamente. Humilde como es, propuso respeto inicialmente, evitaba encajar manos con danza lateral, incluso reculando, porque en el ring no es de cobardes, pero con un contraataque dirigido con la precisión con la que un cirujano aplica escalpelo a su trabajo. Su conjugación de defensa y ataque, su manejo de los instantes, es un primor. Es puro control de situación y emociones. Cero visceralidades ni probaturas.

El campanazo que puso inicio al segundo asalto transformó en bestia sedienta a Jonfer, mensajero del dolor. El Niño de Oro es factoría de productividad. No da puntada sin hilo. Todo tiene sentido en un proceder acunado por un excelso abanico boxístico. Jonfer sintió la llamada de la urgencia; vio la debilidad enfrente, un rostro agónico, y se olvidó del concepto espectáculo. Toque de corneta. Coordinó excepcionales golpes altos y bajos; un maridaje de precisión, velocidad y fortaleza. Castigó hasta bajar la guardia ajena. Como broche, hizo de su puño una aerolínea. Lo elevó para caer en picado como águila a la caza de su presa. Un gancho invertido para la cabeza de Pochito. Cicuta de cinco nudillos. Terrible. Dramático. Abreu quedó petrificado como si hubiera dirigido su mirada a la griega Medusa. El de Etxebarri se congeló asustado. Había emitido 210 manos en menos de dos rounds. Un aspersor de golpes con el colofón de una inyección letal. Después de unos segundos horribles, Abreu cobró el movimiento. Solo entonces Jonfer celebró impoluto.

Las fronteras, por tanto, siguen en proceso de expansión para Kerman Lejarraga y Jon Fernández, que ya han instalado sus nombres en el boxeo estadounidense, donde esperan seguir recreándose para deleite de un público que vitorea el talento de los púgiles vizcainos.