SE engalanó el frontón Bizkaia de Bilbao con camisetas verdes y un ambiente hasta la bandera para hacer un homenaje a la altura de Pablo Berasaluze. Fue el broche de oro a una carrera de 18 años y medio en el mundo profesional en el que el pelotari de Berriz supo reinventarse con un magnetismo especial con el respetable. Berasaluze, que primero fue el octavo de la estirpe y, después, el segundo como homenaje a su aita, es sinónimo de espectáculo. Berasaluze es garante de remate. Hombre en el cable de funambulista, el arte del berriztarra caló hondo a pesar de no llevarse jamás alguna txapela y su mayor premio es el cariño del público.
Lo del frontón Bizkaia de Bilbao de aquel 1 de octubre de 2016 solamente fue un parón en su actividad, porque Asegarce confió en él para engrosar las filas técnicas de su empresa, en la que trabaja de puertas para adentro. Berasaluze es sinónimo de frontón.
Una vez acabados los fastos de aquella tarde que parecía inacabable, pero que acabó llegando y terminando, desapareciendo como arena entre los dedos, Pablo Berasaluze se quedó en el vestuario del frontón de Miribilla solamente acompañado por Mikel Urrutikoetxea, gran amigo y compañero de excepción de aquel día. El de Zaratamo le ayudó a bajar al coche y meter los obsequios de un día inolvidable, en el que se le escaparon los sentimientos de agradecimiento, como le pasaba al público. Entonces, el parking del Bizkaia estaba ya en silencio.
Era el reposo del guerrero, el último de los caminos del pelotari Berasaluze y el inicio de la senda del ciudadano Pablo. En aquel paseo se cerró una etapa de manista exitosa y genial. Se acabaron las paradas al txoko marca de la casa, se le terminaron las diabluras, colgó el gerriko y, con él, la chistera de mago. En aquel viaje a las entrañas del frontón Bizkaia, cuando ya no atronaban las gargantas, Pablo sabía que solo era un hasta luego, que queda su legado.