Sinceramente, en una carrera de 20.000 personas, el rival es uno mismo", enmarca un corredor popular, que el pasado domingo disputó la Behobia-San Sebastián y prepara la Santurtzi a Bilbao, cuando se le cuestiona sobre cuál es motivo, el estímulo principal para ir al límite en una carrera que se plantea como una fiesta y donde el único laurel es la honra. "Te picas contigo mismo y sigues adelante. Eso es todo". Ese pensamiento, de una concreción demoledora, fuerte como la cabeza de un martillo, sintetiza el espinazo que vertebra las pruebas populares, teñidas de los perniciosos efectos que emanan con fuerza desde las entrañas de la competitividad, un virus que ha impregnado hasta el tuétano a muchos deportistas aficionados. "Sigues adelante. Eso es todo". ¿Pero hasta dónde, cuál es el límite? "El límite nos lo tiene que poner nuestra capacidad física. No hay que superarla. Con eso se evitarían muchos riesgos. Hay que correr con la cabeza y no engañarse a uno mismo", esgrimen los médicos deportivos consultados por este periódico en la antesala de la Herri Krosa, prueba que patrocina DEIA.
"Toda carrera popular, del tipo que sea, condiciona, porque produce un extra de motivación entre los que participan. Solo con el hecho de ponerse el dorsal y las zapatillas, se elevan las pulsaciones", describe el doctor Javier Bilbao. El fallecimiento de una aficionada, (en este caso había pasado reconocimiento médico previo) en la Behobia-San Sebastián, coloca el acento sobre el riesgo de una pruebas populares que en ocasiones son mal interpretadas por los deportistas amateurs, donde el sobreesfuerzo está muy presente; "mucho más de lo aconsejable", dictamina Iñaki Iñigo, médico vinculado a la Herri Krosa, que emplaza a "llegar holgado a meta y pararse por el camino si es necesario si uno se siente mal. Y si no se acaba, no pasa nada" para evitar problemas que, en ocasiones, derivan en la fatalidad.
Los fallecimientos por muerte súbita en deportistas aficionados acaparó el estudio realizado por la doctora Araceli Boraita, especialista en cardiología. La experta cifró en alrededor de 200 los fallecimientos causados por la 'muerte súbita' (fallos cardíacos en su mayoría). Si bien estadísticamente su incidencia es muy baja, lo cierto es que esta causa de fallecimientos genera alarma por su vinculación a la actividad física intensa. "Si bien es cierto que nadie queda a salvo de la muerte súbita y entre deportistas profesionales también suceden, los deportistas aficionados tienen más posibilidades porque no existe un control tan exhaustivo sobre su estado de salud y no están tan preparados como los profesionales para aguantar la actividad física intensa", explican los galenos a este diario. Jefa del Servicio de Cardiología del Centro de Medicina del Deporte del Consejo Superior de Deportes, Araceli Boraita expone en las conclusiones de su investigación que existen tres causas que llevan al fallecimiento a los jóvenes menores de 35 años mientras practican algún deporte: las miocardiopatías, las anomalías congénitas en las arterias coronarias y la patología aórtica congénita. "Aunque esas son las causas principales, en ocasiones la autopsias tampoco revelan las causas de esta clase de muertes. Son las llamadas autopsias blancas", explica Kepa Lizarraga, médico deportivo.
Pruebas de esfuerzo Para combatir en lo posible los fallos eléctricos en el corazón, cortocircuitos impredecibles en ocasiones, los médicos señalan a la prevención como el principal plan de ataque, aunque "la muerte súbita es una espada de Damocles que amenaza a todos", agrega Bilbao. Sin embargo, un chequeo previo es un buen comienzo, el campo base para iniciar la ascensión hacia cotas más altas, más si cabe cuando se practica deporte. "Las pruebas de esfuerzo son necesarias para saber si estamos en condiciones físicas para hacer deporte. Este tipo de exámenes sirven para detectar anomalías en el corazón en la mayoría de casos". Sucede que entre los deportistas aficionados todavía no ha enraizado suficientemente la cultura de la prevención y del chequeo médico, a pesar de que desde las propias organizaciones de carreras se anima a ello.
Descartados los caros estudios genéticos, cuyo coste, alrededor de 1.000 euros (antes estaban en 3.000 euros), se emplean para examinar en profundidad a los deportistas de élite, una prueba de esfuerzo detallada, denominadas directas, donde además de un electrocardiograma, se calcula el consumo de oxígeno del deportista, cuesta entre 80 y 100 euros. Para un examen más sencillo, se deben desembolsar 50 euros. "A muchos no se les pasa ni por la cabeza que necesitan un chequeo", alude Iñaki Iñigo. "Básicamente es un problema conceptual. Hay muchos que prefieren gastarse en unas zapatillas lo que cuesta una prueba de esfuerzo", dice el doctor Bilbao.
Las razones para no acudir a un revisión anterior a competir son variadas, pero parten principalmente desde la falsa percepción de "que uno todo lo puede", expone Iñaki Iñigo. "Hay que tener cuidado con ese tipo de pensamiento porque lleva a la inconsciencia y a asumir riesgos innecesarios", analiza Javier Bilbao. Es en ese instante, deformada la realidad, cuando empiezan los problemas. La algarabía de las pruebas populares da, por definición, cabida a toda clase de aficionados. No hay filtros. En esas manifestaciones deportivas coinciden personas que han realizado pruebas de esfuerzo, que se cuidan, que entrenan a lo largo del año, que conocen donde están sus límites y justo el perfil opuesto; aficionados que se lanzan a la carretera por motivaciones tales como una apuesta, estrenar unas zapatillas o a los que, simplemente, se les ocurre salir a correr porque sí ese día, sin ninguna clase de preparación o hábito de correr. "No se puede meter a todos en el mismo saco, eso está claro. Los hay que están muy bien preparados y los que apenas se han preparado. Es ahí donde surge el peligro", apunta Bilbao.
¿Es sano el deporte? Responsable de cuidar los mil metros finales de la Herri Krosa, Javier Bilbao no deja de asombrarse cuando observa la escena de miles de participantes camino de la línea de meta de la Gran Vía de Bilbao, una recta donde quedan al descubierto las consecuencias del esfuerzo. "Ves a gente que corre con un estilo alarmante, con claros síntomas de fatiga y agotamiento". Una fatiga extrema provoca "ir ciegos, como si estuviéramos groguis", alumbra Kepa Lizarraga, que ha participado en muchas pruebas populares. "Con las fatigas extremas el azúcar en sangre disminuye, no llega tan bien al cerebro, cuyas neuronas se alimentan de azúcar. Eso provoca que no sepamos bien lo que hacemos. No somos conscientes de lo mal que vamos y eso es la antesala del susto".
Lo que no puede ser, suma el doctor Iñaki Iñigo, es que "después de correr uno tenga que estar tirado todo el día en el sofá porque no puede ni moverse. Eso no es sano".
Elevado al altar de nuestro tiempo, el deporte, asegura Kepa Lizarraga, se vende como "sinónimo" de salud, pero esa afirmación generalizada no es del todo cierta. "El ejercicio físico es sano, es bueno para la salud. En cambio, el deporte, puede serlo o no, depende de cómo se practique, de lo que se obligue al cuerpo. No hay más que ver como acaban los cuerpos de muchos deportistas de élite tras años de esfuerzos". Didáctico, Lizarraga echa mano de la mecánica, del rendimiento de las máquinas, para apuntalar su opinión. "Pensemos en el motor de un coche que siempre va revolucionado. Probablemente tendrá menos vida y sufrirá más durante el tiempo en el que funcione que un motor que se lleva bien de revoluciones, sin forzarlo al máximo". Si el desgaste en las máquinas es perceptible e influye claramente en su rendimiento "imagínate qué puede ocurrir en el ser humano, que precisamente no es una máquina. Esa idea hay que tenerla muy presente a la hora de hacer deporte. Tenemos que saber cuáles son nuestras posibilidades y no obsesionarnos con metas inalcanzables. A mayor exigencia, mayor riesgo". Por culpa de esa inconsciencia, dice Bilbao, se corre el riesgo "de obtener más sufrimiento que beneficio del deporte".
Un mundo de motivaciones ¿Qué sucede entonces para que los deportistas aficionados traspasen los límites en las pruebas populares con tanta frecuencia? Las motivaciones, las razones, parecen tan numerosas como personas dispuestas a competir en ese tipo de pruebas. Sin embargo, los expertos consultados por este periódico sugieren que "el afán de superación, la veta competitiva, tratar de ser mejores que el resto" está detrás de un comportamiento que debería chocar con el espíritu fundacional de esta clase de certámenes, que nacen como punto de encuentro para disfrutar del deporte. El deleite, empero, no parece imponerse en las pruebas populares si no va acompañado de marcas, de mejoras, de ganar puestos, de ser mejor que otros o que uno mismo.
"Es curioso que en una carrera con 25.000 participantes para algunos quedar el 6.500 sea una deshonra si se puede ser el 6.400. Hemos llegado hasta ese punto", indica Iñaki Iñigo, que no entiende "que la satisfacción de algunos sea ser mejor que el vecino y cosas de ese tipo". Las disputas en esos pelotones, entre semejante avalancha de personas, son infinitas y son los menos los que entran a meta sin parar el reloj y atender la marca que han hecho. Es una imagen que se repite miles de veces, una escena que se acompaña con una reacción instantánea: felicidad, resignación, decepción...
"En este tipo de carreras ves a un padre con 50 años echando un sprint contra su hijo de 20. Probablemente el padre vaya reventado y el hijo, sobrado, pero aún así compiten entre ellos", dice Iñaki Iñigo que entiende el pique siempre que se actúe con sentido común. "El problema, en muchas ocasiones, es que somos orgullosos, vanidosos, queremos ser más rápidos que el de al lado, aunque tal vez él esté entrenado y nosotros no, pero a muchos eso les da igual", define Javier Bilbao, al que le llama la atención que los aficionados se frustren en carreras de carácter popular: "no tiene ningún sentido". En medio de la vorágine, con la adrenalina tejiendo su red de influencia sobre el organismo, el participante es más instintivo que cerebral y es entonces cuando se cometen los errores. "Se acumulan muchos factores, pero el mismo hecho de los ánimos, hace a la gente ir más rápido de lo habitual y a más de uno le saca de punto", afirma Kepa Lizarraga, que cree que la mejor opción "es adecuarse a un ritmo asumible" y disfrutar en el camino.
Además de los ingredientes propios de las carreras, de su vida interna, del cableado de sus tripas, Iñigo y Bilbao cuestionan el perjudicial mensaje instaurado en la sociedad, que mira con cierto desdén a los que no son los mejores. "La competitividad se traslada a todos los ámbitos y eso se ve en las carreras populares". Ambos médicos también señalan ciertos eslóganes que sugieren que cualquiera puede ser Superman. "Esa propaganda de que no hay límites y cosas por el estilo no ayudan. Son ideas irreales, pero calan en la gente". Kepa Lizarraga se sacude esa influencia y focaliza en el interior de las personas. "La personas corren contra sí mismas. En el fondo es un reto personal". Saber medirse es la clave. Eso se sabe cuando uno puede hablar consigo mismo mientras corre. También conviene sonreír. Es lo más saludable. "Recuerdo que un atleta tuvo un susto y partir de ahí cambió de forma de correr. Me dijo: antes sufría. No disfrutaba. Ahora tardo dos segundos más pero llego sonriendo".