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Diez años y unos días

Julián Retegi puso en los Sanmateos de 2001 punto y final a una carrera fructífera que le coronó como el pelotari más laureado de la historia

Diez años y unos díasDEIA

Bilbao

Logroño en San Mateo es un hervidero. Un 20 de septiembre de 2001, el Adarraga sin remodelar, efervescente, mezcla la pelota con días de fiesta, folclore y deporte. Cuando el juez tira la moneda al aire se acaban los corrillos en la contracancha. Después, para continuar la escena típica en los Sanmateos, tras el final del partido y las apuestas con los artekaris, los corrillos amanecen fuera; siguen apostando, pero ahora a las chapas. Alguien tira de banca, caen las dos chapas y el dinero se amontona bajo los pies de los apostantes. Son la cátedra. Y en el frontón, el duelo sonaba a réquiem, a despedida, a un agur anunciado. Un aroma añejo se apoderaba de las butacas de cancha. Julián Retegi Barbería, el mago de Eratsun, había dinamitado ya 27 años de aventura profesional y 21 txapelas por el camino. Julián había dicho basta y lo refrendó aquel día. El cuero lloraba la retirada definitiva del navarro, del número 1. Se mezclaban Aimar Olaizola, 25 años menor que el de Eratsun, y Carlos Armendariz, que inició una aventura en la empresa Frontis que acabó por vararse; mientras que Julián reinaba junto a Abel Barriola, quien regresó el pasado lunes a la actividad profesional tras cinco meses lesionado.

Retegi finiquitaba ese día más de un cuarto de siglo sobre las canchas. Explicaba en su día a DEIA Martín Ezkurra, botillero del magnífico delantero y su mano derecha, que "me da pena ver que su retirada está cerca, pero por otro lado veo que no puede. Está muy castigado. Si se sintiera bien seguiría por el amor propio que tiene, pero creo que debe dejarlo". Y el de Eratsun ya no podía. Pesaban los párpados del físico sobre su cuerpo, anguloso y fuerte, anudado a una potencia descomunal y una manera de ver los frontones sin resquicios. A un centímetro de chapa bailaba Julián, con el juego pretérito, el del bote, con la insistencia del perito y el imaginario del arquitecto. Enfrente, Aimar, otro de los baluartes de ese tipo de juego, como Abel Barriola, basando su estructura en la tecnología del bote, de la insistencia, del sacrificio, representaba la sucesión natural del rey navarro. Aunque en aquella despedida quedaba patente la distancia entre uno y otro: Julián se retiraba con 46 años a sus espaldas y el goizuetarra ni había nacido (13-XI-1979) cuando el número 1 alcanzaba su primer título del Manomanista de Segunda en 1975. Cuenta Ezkurra que, por aquel entonces, nadie confiaba en las posibilidades de Julián en Segunda, aunque las empresas querían meterlo en Primera al año siguiente. Decían de él que era demasiado débil, que andaba muy justo. Llegó a la final y la ganó contra el vizcaino Roberto García Ariño, quien años después caería también dos veces ante el de Eratsun en el mano a mano de Primera. Decían que andaba justo y Julián sacó a relucir la casta, la de los Retegi: familia pelotazale de la que él era el segundo ejemplar. Juan Ignacio Retegi, seis veces campeón del mano a mano, era el primero. Yla de cantero, oficio que desempeño en su juventud.

Tardó cinco cursos en volver a levantarse en el cajón del campeón. Lo logró frente al gigante Antxon Maiz, un zaguero pegador fortísimo. Desde aquel momento empezó a forjar su leyenda en txapelas. Nadie le bajó del Olimpo manomanista hasta nueve años después, fue Joxan Tolosa. Al año siguiente se cobró venganza ante el amezketarra -el gran año de Retegi-, mientras que en 1991 y 1992 lo hizo Ladis Galarza con él. El de Baraibar se rebeló tras una década perdiendo una final tras otra. Todavía le quedaba fuelle para una más, la de 1993, en la que Ladis volvió a besar la lona. En el Parejas le quedó tiempo para coronarse cinco veces y otras cuatro en el Cuatro y Medio. La última, aquella sobre la que corrieron ríos de tinta, aquella que le entronizó junto a Titín III en una de las mejores finales de la historia. En la jaula, los dos manistas deslumbraron, el de Tricio con 28 años; Julián, con 43, en un partido infranqueable con una voltereta imposible. Delirio.

En esos Sanmateos se enterró la leyenda en un cofre de oro. Con un parcial de 0-5 para Aimar y Armendariz. El último tanto, cuando marcaba el reloj las 21.55 horas, fue obra suya. Un error. De los pocos que tenía. Diez años ya sin el mago en las canchas. Y unos días. Esas jornadas en las que recupera las sensaciones, vuelve al frontón junto a su hijo Julen y retoma por unos instantes la pelota. Golpea. Mira a su alrededor. Y recuerda. Después, como botillero, aconseja a su retoño. Una década. Unos días.