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El surf vasco se hace mayor

La Federación Vasca cumple veinte años al frente de un deporte con medio siglo de vida en Euskadi

El surf vasco se hace mayor

bilbao

los veinte años son asociados a la juventud, a la inocencia de quien aún está en el principio del trayecto y que no tiene miedo a aprender de los errores. Así se encuentra la Federación Vasca de Surf (EHSF) que este año cumple su vigésimo aniversario con el semblante juvenil y unas ganas fervientes de seguir haciendo las cosas bien, como hasta ahora. Dos décadas brindando al surf un mejor escenario y un respaldo a los aficionados vascos que cada día mojan su neopreno en las olas del Cantábrico. Un camino arduo y tedioso que, año tras año, fue superando con creces. Sin embargo, el surf euskaldun hace mucho tiempo que dejó atrás la adolescencia y las primeras arrugas cincuentonas surgen ya en su rostro, pues su historia no comienza hace veinte años, sino que se remonta a mucho más atrás, cuando este deporte carecía de nombre y surcar las olas era una utopía tan sólo soñada por los ideólogos de lo desconocido.

Corría el año 1957 en Côte de Basques, Biarritz, cuando Peter Viertel, guionista y director de cine, más conocido como el marido de la gran actriz Deborah Kerr, desperezó su cuerpo sobre la arena y, con un extraño tronco de madera bajo el brazo, corrió directo al mar. Allí, bajo la atenta mirada de los curiosos que se agolparon en la orilla, comenzó a fluir encima de las olas en un baile sobre el agua que jamás había sido visto por esas calas. La sonrisa de Viertel, el interés por lo extraño y la seducción de lo exótico hicieron el resto. Los locales quedaron encandilados por el nuevo uso del mar y las perfectas condiciones de Biarritz la alzaron como la huida perfecta para los foráneos que escaparon de la masificación surfera de la costa californiana. El surf había llegado a Euskadi y era para quedarse.

años sesenta

El surf se inicia en Bizkaia

La expansión territorial no tardó en llegar y ya a principios de los sesenta el surf penetró en el Estado español en su expresión más arcaica: el planking, que consiste en tumbarse sobre un tablón de madera y dejar que la marea te lleve de nuevo hasta la orilla. Pero esa modalidad de deslizamiento impedía ponerse de pie y moverse sobre la tabla, algo que, al fin y al cabo, es la esencia del surf moderno, por lo que los más innovadores, influidos por las películas y revistas norteamericanas, decidieron dar un paso más en esta cultura incipiente. Existen muchas versiones acerca de la primera persona que anduvo sobre las aguas del Cantábrico, aunque las más fiables señalan al cántabro Jesús Fiochi como el pionero del surf. Sin embargo, el primer surfero en alma, la primera persona que sintió el surf no sólo como un mero deporte, sino como un estilo de vida, es José Luis Elejoste. Este vizcaino comenzó tarde su relación con el salitre pero quedó rápidamente encandilado por las sensaciones. Y es que, quienes lo prueban, quedan cautivados de por vida. Así, en 1964 Elejoste comenzó su viaje en las aguas de Plentzia, una playa considerada ahora de menor división, pero que en la época de los pantalones campana y las largas melenas descuidadas tuvo una ola de largo recorrido que hacía las delicias de los atrevidos.

En ese mismo invierno, ataviado sólo con un pantalón corto y embadurnado de alcohol para paliar el frío del Cantábrico, que con la inexistencia de neoprenos era devastador, Iñigo Letamendia siguió los pasos de Elejoste y se zambulló en La Concha con una tabla demasiado grande y pesada como para dejarle maniobrar. Andar sobre el mar fue una experiencia grata para el donostiarra, pero insuficiente para paliar sus ansias de aventura, por lo que ideó la forma de mejorar la calidad del surf. Todo lo que necesitaba era una tabla, una ola y pura adrenalina, el resto eran meros accesorios innecesarios, y si el mar y las ganas ya las tenía, llegó a la conclusión de que el problema residía en la madera sobre la que se apoyaba. Y así, ya entrando en los setenta, surgieron las primeras factorías de tablas lideradas por Letamendia, que fundó la empresa surfera vasca que sigue siendo la más puntera aún en la actualidad: Pukas. Sin embargo, a la sombra de la marca guipuzcoana también se formaron artesanos como Patxi Oliden, un oriotarra autodidacta que dedicó su vida entera a la construcción de tablas cortas y de bajo coste para el disfrute de sus vecinos. Un hombre que nunca surfeó pero que entregó tantas horas esta cultura que se convirtió en su vida.

los años 70 y 80

El asentamiento y la evolución

El tiempo trajo los avances, y gracias a la mejora de las tablas a finales de los setenta se produjo un aumento de la práctica del surf, comenzaron los viajes a mejores destinos y la ola de Mundaka se dio a conocer mundialmente; y con ella la peregrinación de surferos en busca de esa izquierda mítica. Y así llegaron los ochenta, la década en la que el surf entró con fuerza. Los aficionados vascos comenzaron a seguir, mediante noticias extranjeras, el transcurso de la máxima competición y los neoprenos chillones comenzaron a colonizar las playas, lo que provocó una ceguera temporal a quienes osaban mirarlos sin pestañear. Las marcas locales se expandieron más allá de las fronteras y las novedosas maniobras de Tom Curren, el campeón ochentero, monopolizaron todas las conversaciones de aquellos que se encontraban en el pico e intentaban, sin suerte, un amago de imitación.

Euskadi por fin apareció en el mapa del surf mundial y comenzaron los intentos de reunir a todos los amantes y unificar esfuerzos bajo la consigna común de una federación propia, pues la estatal era demasiado difusa y carecía de liderazgo. Asimismo, los máximos representantes mundiales del surf no dudaron en acudir a la recién descubierta ola de izquierda que tantos halagos recibía de quienes habían sucumbido a sus encantos. Y en 1989 se celebró el Mundaka Pro Am, un evento que paralizó a toda la localidad costera y alrededores, y reunió a los mejores surfistas del momento que hicieron las delicias de todos los amantes que se acercaron a la atalaya. Una fiesta del surf con la que se reconoció, por fin, el poderío de la ola que, desde entonces, fue considerada como la mejor izquierda de Europa.

los 90 y la actualidad

Y se hizo la Federación

Aún con la resaca que dejaron las mejores maniobras en Mundaka, en 1990 se produjo lo más buscado con ahínco años antes, la creación de la EHSF y la posibilidad de organizar competiciones internacionales, algo que ya se demostró que Euskadi era capaz de acoger y realizar. Con la seguridad que una entidad como la federación otorga, el surf comenzó a radicalizarse y se dejó atrás el énfasis por el deslizamiento para probar maniobras más agresivas como los aéreos, mientras que algunos nombres vascos ya comenzaron a sonar entre los más grandes de Europa. Ibon Amatriain, Eneko Acero o, el más actual, Aritz Aranburu, entre otros, hicieron olvidar a las estrellas californianas y plagaron con sus pósters las habitaciones de muchos que rezaban cada noche para poder emularles al amanecer.

En la actualidad y gracias a la labor de cobertura y expansión de la EHSF, el surf ya se vive con naturalidad y está completamente integrado tanto en la propia cultura vasca como en la imagen que proyecta Euskadi al exterior. Además, la calidad y variedad de playas y olas que posee la costa vasca, han llevado a Euskadi a erigirse como referente mundial y continental que acoge cada año centenares de competiciones entre las que destacó, hasta el año pasado, el Pro Mundaka, que acogió a los mejores surfistas del momento, y conformándose ahora con el Pro Zarautz, el mejor evento de la segunda categoría donde compiten los principales surfistas europeos.

Y así llegó el surf hasta nuestros días, una cultura que ha evolucionado con el paso del tiempo, pero cuya esencia sigue intacta y muestra de ello es la frase que Jesús Fiochi acertó a decir allá por 1971 y muchos surferos aún llevan tatuada en el alma: "Si el hombre pudiese volar, nadie cogería olas". Una afirmación que resume a la perfección la sensación de libertad y la ausencia de ataduras que se experimenta con el viento en la cara y el mar bajo los pies. La ola como compañera de viaje y el placer como el único destino de un camino que no acaba nunca, porque para los entusiastas de este estilo de vida la mejor sesión es la que van a disfrutar mañana. Y es que el surf es una droga o una religión gracias al cual el individuo, en este saturado mundo urbanizado, aún puede encontrar la ola perfecta y estar a solas envuelto por el mar, sus pensamientos y los susurros del silencio.