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Aquellos chicos de la calle Erreka

Hilario Azkarate, José Antonio Álvarez y Felipe Lejarazu, vecinos de Elorrio, recuerdan sus títulos de 1960 en el Manomanista de Primera, Parejas aficionado y Manomanista de Segunda, respectivamente

Aquellos chicos de la calle Erreka

elorrio

En Elorrio nace un aroma imperecedero, instalado en los tiempos dorados de los pelotaris vizcainos, antiguos aires con un toque de modernidad. Ocurre que frente a la iglesia de la Purísima Concepción, coronada con la plaza Gernikako Arbola -centro neurálgico del pueblo, no en vano, aunque sea jueves la calle hierve-, existe un templo pagano. Un frontón de cemento gris, tan antiguo como el tiempo, que exprime el devenir de un pueblo, capaz de coronar la historia. Dicha cancha, con unos bancos de piedra fría a modo de gradas, está rodeada de árboles viejos, intrincados. Bajo la sombra que dan las frondosas copas de los árboles en verano, los más jóvenes, en los años cincuenta, cuando la pelota era el único deporte, se cobijaban de los rayos del sol mientras los mayores jugaban eliminatorias. "A nosotros nos echaban cuando éramos los pequeños", señala José Antonio Álvarez, campeón del Parejas aficionado en 1960. Aquel año, el manista elorriotarra Hilario Azkarate, seis veces campeón manomanista, se alzaba con su primera txapela del mano a mano y Felipe Lejarazu vencía en el Manomanista de Segunda. Los tres de la misma calle, la calle Erreka, antiguamente conocida como Carlos VII. Un hito para Elorrio, un hito para Bizkaia. "Nunca en la historia volverá a pasar nada parecido. Ni aquí ni en la China", admite José María Fernández de Arroiabe, amigo y compañero de Azkarate.

DEIA: Ya han pasado cincuenta años de aquello, ¿qué recuerdan?

HILARIO AZKARATE: Los que ganamos todos contentos. Recibimiento en el pueblo, después una comida...

JOSÉ ANTONIO ÁLVAREZ: Al haber ganado los tres fue una cosa con el ayuntamiento que... ¡madre mía la que montamos! Recibimiento con banda y todo. Todo el mundo participó: guardia civiles, elorriotarras...

H.A.: Era la primera vez que salimos campeones, yo lo veo normal. Es como ahora con España, que en algunos sitios lo celebrarán.

Un gran momento.

J. A. A.: Fíjate tú. Mira que coincidencia que los tres habíamos nacido en la misma calle. En la calle Erreka. Vivimos allí hasta casarnos ¿no? Nadie desapareció hasta el matrimonio.

H. A.: Sí, yo me fui con 29 años, hasta esa edad viví en Erreka, ahora vivo un poco más arriba.

Vamos que eran viejos conocidos antes de conseguir las txapelas e incluso llegarían a enfrentarse.

H. A.: Solíamos ir al Deportivo a jugar, en los Campeonatos de Bizkaia, Torneo GRAVN, que era como el Campeonato de España de aficionados, íbamos a Iruñea, a Gasteiz, a Logroño.... Allí coincidíamos.

Hacían ustedes más kilómetros que Willy Fog yendo de pueblo a pueblo, sin embargo sus inicios están en este frontón, ¿no es cierto?

H. A: Cierto, empezamos en este frontón. Había muchos que eran mejores que nosotros, también eran mayores. Ellos eran los preferidos. Nosotros, cuando se cansaban ellos, podíamos entrar a jugar.

J. A. A.: Estábamos los chavales jugando y, entonces, llegaban los mayores y... ¿recuerdas? Nos decían que nos fuéramos para atrás, que les tocaba a ellos.

H. A: Entonces no había más deporte que la pelota, había algunos que sí que hacían fútbol, pero pocos.

J. A. A.: Cuando éramos chavales usábamos un sistema en el que entraban dos parejas o manomanistas y jugaban entre ellos hasta hacer un tanto. Luego se rotaban las parejas. ¡Qué recuerdos!

H. A: Mire, es que si no era imposible jugar. Estaba todo el mundo allí, en el frontón. Fíjate que en el Campeonato de aficionados se llenaba. ¡Con entrada y todo!

Y si llovía, ¿qué hacían?

J. A. A.: ¡Pues jugábamos en el pórtico de la iglesia! Recuerdo que había un cartel que ponía: Prohibido jugar con la pelota bajo multa de dos pesetas. Y si veíamos llegar al alguacil, como ninguno teníamos ese dinero, pues a correr.

H. A.: Luego hicieron otro en los Marianistas. Más pequeño y cubierto y en la parte derecha la tenía libre.

J. A. A.: Si echabas un dos paredes y llovía, ¡la pelota mojada!

H. A.: Está claro.

J. A. A.: También estaba prohibido jugar al fútbol en el frontón. (risas) Se jugaba con un balón de goma. Entonces, soltábamos la pelota, le dabas unas patadas y enseguida venía el alguacil con la vara esa que llevaban...

¡Otra vez a correr!

J. A. A.: ¡Pues claro!

H. A.: Además, aquí también jugaban a pala: los Begoñeses, Amorebieta IV... y esos venían por Berrio Otxoa o en fiestas para jugar.

Lo de ustedes es algo impensable. ¡Tres campeones en la misma calle!

H. A.: Había otros que jugaban en profesionales...

J. A. A.: Beitia, Larburu, Amilibia, Ugaldeas, Gezalas... En nuestra época había muchos manistas de Elorrio...

¿Qué significaba para ustedes la pelota?

H. A.: Pensabas en hacerte profesional. Todos soñábamos con eso. Unos querían y otros no querían, eso depende de cada uno.

J. A. A.: Yo ya tuve dos llamadas de la empresa de Bergara para debutar y les dije que no me interesaba, que tenía otros compromisos con los que apechugar y prefería ser un aficionado.

H. A.: Me viene ahora a la mente que Beitia era también de la calle Erreka.

J. A. A.: ¡Es verdad! Jugaba el torneo de federaciones...

H. A.: ¡Y fue profesional!

J. A. A.: ¿Beitia?

H. A.: Sí, sí... jugó en Sestao y el Parejas de Segunda con Txitxan. ¿No te acuerdas? Jugó un año o dos.

J. A. A.: Sí, era más joven que nosotros, tuvo un accidente en un ascensor y tenía la izquierda muy justa y, aun así, llegó a profesional y con la derecha le daba...

Qué me dicen de la pelota actual, ¿la siguen?

H. A.: ¡Por la televisión y el periódico! Han cambiado las pelotas, los frontones y los pelotaris.

J. A. A.: ¡Hasta la forma de jugar! Hoy en día yo me quedo extrañado por cómo entran al cuero de sotamano. Restar los saques de esa manera...

H. A.: En nuestra época era imposible. Los saques iban todos para el zaguero y ahora entran mejor los delanteros.

J. A. A.: La calidad de los cueros, hoy en día, es bravísima.

H. A.: Son más vivas, más botonas.

J. A. A.: Antes venía al frontón el pelotero y se ponía a hacer la pelota. Cuando éramos chavales venía un tal Ambrosio...

H. A.: Ambrosio Zabartegi se llamaba.

J. A. A.: Pues nos daba las pelotas duras para darle fuste. Para hacer de máquina.

¿Y los pelotaris?

H. A.: Hay buenos, pero ha cambiado todo. Las cosas antes eran de otra manera.

J. A. A.: Yo en todos los partidos que veo me pongo a pensar cómo, antes, los zagueros cortaban la pelota al txoko y, ahora, se busca el rebote porque tienen facilidad con el material que tienen. Antes si botaba la pelota entre el 6 y el 7 ya era un prodigio.

H. A.: Cogen aire y rematan. Además, entonces había Primera, Segunda y Tercera y ahora todos son de Primera (risas). Debuta uno y seguido le ponen en un campeonato importante.

J. A. A.: Hay bastantes manistas que ya tienen una edad y hay que dejar paso a las siguientes generaciones.

H. A.: Sí, pero antes teníamos que jugar mucho. Todo para curtirnos.

J. A. A.: Y destacar mucho en Segunda.

H. A.: Y la empresa si no le gustas te manda para casa. Antes no había eso. No había nada: ni contratos, ni seguridad social, ni nada. Las empresas también barren para casa. Es que no había nada, si tenías un accidente sí que te cubrían. No había que pagar a Hacienda ni nada. Una vez ya tuve alguna preparada en Bilbao.

¿Qué es lo que más recuerdan de la txapela?

H. A.: Lo que más recuerdo fue el recibimiento, con toda la gente del pueblo, con los más allegados. Nos hicieron un homenaje a los tres, nos dieron un reloj. ¿O era una cadena?

J. A. A.: Sí, fue una cadena. Fue una cosa... Estaba todo el pueblo esperándolo. Hilario fue el último que sacó la txapela, Felipe y yo ganamos antes. Yo la saqué en Madrid. 22-2 ganamos. Eso ya ha pasado. Unas veces te quedas tú y otras el contrario.

H. A.: ¡Cuánta razón!

J. A. A.: A nosotros el alcalde nos dijo que lleváramos la txapela y la copa. Y al llegar Hilario ya estaba toda la banda de música, con gente y así. Hay una anécdota que nunca se me olvidará: nuestra calle tenía, antes de llamarse Erreka, una placa que ponía calle de Carlos VII y el alguacil, que se llamaba Lucio Etxebarria, iba echando cohetes con la banda y nosotros. Al pasar por esa placa le dijo al alcalde, Pedro Altuna: ¡Pedro! A esta calle hay que ponerle la calle de las pelotas (risas). Nunca se me olvidará.

¿Y de sus etapas de pelotari?

H. A.: ¡Las chicas! (risas) Ellas no querían andar con nosotros, porque decían que éramos aldeanos.

J. A. A.: Lo que pasa es que en la época de la pelota con 17 años ya estábamos jugando. Todo el día sin parar. Con 47 años jugué mi último partido con Berrio en Güeñes, de veteranos. Me dije: Ya está bien.

H. A.: Hubo mucho sudor y lágrimas. Todo en esta vida no es ganar. Yo perdí tres finales.

J. A. A.: ¡Pero ya son nueve finales! Eso no lo hace cualquiera. El único que jugó nueve finales, que son once, fue Retegi.

¿Alguien puede con esos récords?

H. A.: A Irujo le veo capaz de batir todos los récords. Además no se inmuta por nada.

J. A. A.: Para mí es uno de los actuales que puede hacer mucho. Tiene mucha potencia, velocidad...

¿Cómo eran los botilleros?

J. A.: A.: Estaba el botillero con la botellita (risas).

H. A.: Mi hermano Andrés fue un gran botillero y nos daban un poco de coñac. Antes los partidos del mano a mano eran muy agotadores. Había que luchar y nos daba mucha paciencia. Él nunca chillaba en el frontón, pero en casa sí. Me sacaba quince años. En los partidos de parejas en Bergara te ponían un poco de coñac, de agua... y podías echarle unos sorbitos. Ahora hay de todo. Yo recuerdo que antes teníamos que poner la chaqueta a la vista porque algunas veces nos la podían quitar.

J. A. A.: Antes no podías dejar ni dinero ni nada. Alguna vez había cabinas, pero pocas.

¿Y la preparación?

H. A.: Cada uno a su modo. Ibas al monte y comías sano. Eso sí, cuando tocaba juerga, había juerga.

J. A. A.: Los domingos que no había partido, íbamos a misa de 6.30 horas y después toda la mañana al monte, hasta la 13.00 o las 14.00. Sin parar. Eso siempre que había fiesta y si no entrenamientos después de trabajar.

H. A.: Entonces no había ni gimnasios ni nada.

¿Qué ocurría cuando jugaban juntos en el pueblo?

H. A.: Aquí era la comidilla. Se hacían apuestas.

J. A. A.: Siempre había favoritos. Nosotros dos, Felipe, que tenía una zurda excepcional, y alguno más.