“La historia de amor epistolar de mis padres era una novela que me debía hace 30 años”
La escritora catalana se abre en canal ante sus lectores en su última novela, en la que novela la historia de amor de sus padres gracias a las 800 cartas que se escribieron
Care Santos ha tenido que esperar mucho para poder escribir El amor que pasa, en la que rememora la relación epistolar de sus padres, Antonio y Claudina, en plena postguerra. Primero tuvo que vivirla, asumirla y después tuvo que esperar a que su madre muriera. Se lo prometió a ella. Conocida por sus novelas, tanto para adultos como para jóvenes, y también por sus cuentos, poesía y aforismos, Care Santos relata en su nuevo libro una crónica familiar, que comienza en la década de los cincuenta y muestra un país en constante transformación.
Ha confesado que nació para escribir esta novela.
Es una novela que me debía hace más de treinta años. Es la historia que mis padres contaban, de esas historias familiares que no valoras hasta que pasa el tiempo y puedes tomar un poco de distancia. Yo sabía que en algún momento iba a contarla porque es poderosa, rocambolesca, llena de casualidades increíbles, una historia de nuestro particular universo, del que surgí. Soy novelista, ¡cómo me voy a resistir a esa tentación de contar una historia tan poderosa y tan cercana!
La novela se basa en la correspondencia entre sus padres cuando empezaron a salir.
Así es. Mis padres se conocieron por correspondencia, por un juego de azar, que da mucho que pensar. Mi madre tenía 15 años, era catalana, no había conocido a nadie nunca que no fuera catalán y tenía la obsesión de casarse con un sevillano. Con una amiga escribieron al primer sevillano que aparecía en una sección de correspondencia de una revista de variedades cinematográficas. Ese sevillano era mi padre, pero él no había puesto el anuncio; en realidad, era una venganza de dos novias que había tenido al mismo tiempo, que eran hermanas gemelas y cuando descubrieron que el novio era el mismo, decidieron inscribirle en esa sección para vengarse. Mi padre recibió más de 500 cartas, entre ellas la de mi madre y la amiga. Y en la primera selección de 25 chicas pasó mi madre, pero no la amiga.
Y así empezó una correspondencia que duró más de dos años y que fue el inicio de su historia.
Eso quería contar, ese inicio peculiar de su historia, lleno de casualidades imposibles, pero también de la pasión y la locura del enamoramiento a distancia de alguien a quien no conoces. Mis padres no se conocieron hasta meses después de empezar a cartearse. No hubo otra vía de comunicación.
Ha confesado que a través de estas cartas ha conocido mejor a su padre.
Yo diría que he completado más a mi padre. El que yo conocí -habían pasado muchos años- era una persona más formada, un poco distinta. Reconocí de él algunas cosas, pero otras me sorprendieron mucho. Fue muy emocionante: las cartas contienen la esencia de la gente, su manera de sentir, de pensar, su manera de expresarse... Son 1.500 paginas, muchísimas. Fue una recuperación de la figura de mi padre y un descubrimiento en muchos casos.
No pudo escribir la novela en vida de su madre.
Le pedí las cartas porque sabía que existían, todos sabíamos que existían. Yo quería leerlas y sabía que quería escribir una novela con ellas. Y cada vez que se las pedía a mi madre me decía o bien que cuando ella se muriera o bien que las iba a tirar. Y, a veces, si se enfadaba, me decía que las había tirado. Pero las guardó siempre. Luego entendí que si ella hubiera estado con vida y hubiera leído las cartas le habría hecho tantas preguntas que ella quería evitar ese interrogatorio. No quería sumir a debate su vida sentimental.
Habrá sido un libro muy difícil.
El más difícil de todos; sobre todo, encontrar el tono, la voz con la que tenía que contar la historia, dónde había que cortar... Lo más difícil ha sido también sacrificar; todo no se puede contar porque hubiera sido una novela excesiva por todos los lados. Era un material muy emotivo para mí pero, precisamente por eso, muy peligroso. Todos los novelistas sabemos que hay que sacrificar cosas y es tan importante lo que sacrificas como lo que dejas.
La novela es también el reflejo de una época .
En 1.500 páginas de cartas cabe de todo. Hay una parte en la que mi padre se dedica a decirle a mi madre que la quiere, pero el resto habla de su época, de sus aficiones, de su geografía... Es un reflejo de una época, de ese tiempo tan gris que le tocó vivir y que una historia de amor ilumina.
No le tiene miedo a ningún género. Ha abordado la novela, el relato, la poesía, el teatro e incluso los aforismos...
Le tengo más miedo a algunos géneros que a otros. Los novelista estamos siempre tan amparados con la ficción que, de algún modo, prescindir de ella es como un salto sin paracaídas. Pero soy curiosa por naturaleza y me gusta, no sé si es bueno o malo, cambiar de género, aunque no sé si esto puede desconcertar a algún lector. También es cierto que tengo lectores que saben dónde buscarme y saben lo que quieren. Pero es cierto que me ha gustado siempre probar cosas distintas.
¿Con qué disfruta más, escribiendo para adultos o para adolescentes?
Disfruto igual y también sufro igual porque escribir no siempre es gozoso, aunque para mí siempre ganan los momentos de disfrute más que los otros. Si no, no escribiría, pero nunca es fácil. Tampoco hay tanta diferencia entre escribir para adultos y para jóvenes, a estos no hay que darles nada específico ni rebajarles tonos ni ponerles las cosas muy fácil. Al revés, hay que provocar, seducirles, hay que convencer a gente que no está convencida. Yo asumo la responsabilidad de convencerles.