‘Sable, Fable’, el Bon Iver más luminoso y abierto al pop y el soul
Justin Vernon edita un quinto disco feliz y de sonido caleidoscópico, y The Tubs uno con letras profundas coronadas de guitarras, estribillos urgentes y ‘jungle pop’
El estadounidense Justin Vernon, Bon Iver para los aficionados, abrazó la gloria como cantautor bucólico e icono de un folk indie ermitaño y quejumbroso que acabó por abrirse a la experimentación y a la electrónica en sus últimos trabajos. Tras lograr dos Grammy y colaborar con luminarias pop como Taylor Swift y Charli xcx, ha regresado este fin de semana con SABLE, FABLE (Jagjaguwar/Popstock!), un quinto disco en el que vuelve a la raíz, pasa de la aflicción a la alegría y se abre al pop dejando coloristas detalles sintéticos y lanzándose sin prejuicios a la música negra.
Compositor, cantante, productor y multiinstrumentista de 44 años, Vernon parece dispuesto con sus canciones nuevas, publicadas este fin de semana, a dejar atrás la angustia y la miseria y abrazar el color y la alegría con un disco caleidoscópico donde conjuga sus dos facetas: la del cantautor acústico y doliente, que ha dejado cumbres en monumentos minimalistas como For Emma, For ever ago y su álbum homónimo, y valientes experimentos vanguardistas ligados a la electrónica como sus dos trabajos más recientes, 22 A Million o i, i.
Sanación personal
SABLE, FABLE, primer disco largo de Bon Iver en seis años, parece narrar la historia de sanación personal vivida por Vernon en el último lustro en diferentes escenarios reales, incluida la inevitable cabaña en un bosque habitual en sus retiros naturalistas y emocionales. Sus 13 cortes ofrecen un periplo de sanación personal que parte del miedo, el dolor, la tristeza y la culpa, para acabar con la asunción del yo en una camino abierto a la luz, el amor y un futuro positivo.
Contemplado como un caleidoscopio que abraza todos sus perfiles artísticos –falsetes, piezas acústicas, sintéticas, lap steels country y una visión kamikaze del pop y diferentes ramas de la música negra–, su quinto disco, editado este fin de semana, ofrece 13 canciones claramente divididas en dos partes: los tres primeros temas y su intro, que se corresponden con los incluidos en el EP adelantado hace unos meses, y el material inédito.
El arranque llega en clave folk y acústica, con arreglos country y una voz poderosa aunque tierna con Things behind things behind things, en el que muestra su ansiedad, hartazgo e incomprensión de su situación personal y profesional. A pesar del dolor –“todo es hollín”– y la culpabilidad de Speyside, llega la aceptación a modo de lamento acústico con violines y una emoción que parte de la tristeza y desemboca en Award season, una suerte de gospel rebajado en intensidad con ecos country y una saxo bastante AOR que no puede ser más claro en su letra: “un nuevo camino se abre… puedes vivir de nuevo, lo que era dolor ahora es ganancia”, canta.
Y a partir de entonces, con las canciones inéditas, todo muta, en lo lírico y lo musical. “Me da miedo cambiar”, cantaba Bon Iver en el arranque del disco, pero era mentira, ya que el repertorio se enriquece en arreglos, colores, alegría y emociones positivas desde la celestial Short story y su verso inicial: “oh, la vitalidad del sol en mis ojos”. Parece abrir la ventana, retoma su famoso falsete y mezcla arreglos de cuerda y una pizca de electrónica para reconocer que “el tiempo cura” mientras se abre a la luz y posibles relaciones.
Tropezando aunque “firme como una roca”, como canta en Everything is peacefull love, un emocionante soul sintético en el que evidencia que la supervivencia pasa por los momentos de alegría y felicidad, se muestra luminoso con las voces filtradas y una base hip hop en el r&b Walk home; el soul electrónico con samplers y el apoyo de Dijon y Flock of Dimes en Day one; un If I only could wait compartido con Danielle Haim de voces soul, pegada pop y cobertura sintética ambient con guitarra eléctrica; el cruce de r&b, jazz y pop que es There´s a rhythmn o el tributo al Prince lúbrico en I´ll be there. Aunque a veces se escora hacia el AOR, se agradece la nueva vía que propone sin renunciar a su pasado.
The Tubs, letras profundas
Dos años después de su debut, Dead Meat, los galeses The Tubs se han confirmado con su continuidad, Cotton Crown (Trouble in Mind), como una de las bandas indies de rock más estimulantes de 2025. Liderada por las composiciones de su cantante, Owen O´Williams, y las guitarras burbujeantes de George Nicholls, firman un álbum donde las letras profundas y desoladoras –con más de un guiño al suicidio de la madre del vocalista, que aparece en la portada amamantándole ¡en un cementerio!– se equilibran con un lote de estribillos pop de altura y regusto clásico.
Las referencias de esta autodenominada Boyband celta con jungle resultan más que evidentes, de REM y The Smiths al folk rock británico que O´Williams mamó de su madre cantante, pasando por el lo–fi de los primeros The Strokes, el potente rock alternativo de Buffalo Tom y Bob Mould y el punk adolescente de The Undertones entre un equilibrio perfecto entre electricidad y las guitarras acústicas y melodías adhesivas en cortes como The thing is, los urgentes Freak mode e Illusion, y ese tributo a Johnny Marr llamado Narcissit. l