Nacido en Silicia y colaborador de artistas históricos como Burt Bacharach, Chaka Kahn, Michael Bolton o The Crusaders, el italiano Mario Biondi es sinónimo de elegancia con un repertorio que canta con voz profunda, bebe del jazz, el soul y la música brasileña, y que ha sido capaz de abarrotar escenarios míticos como el Royal Albert Hall londinense. Este viernes 11 de abril hace parada en Bilbao, en el Arriaga, a las 19.30 horas, con entradas desde 21 euros, para ofrecer su último disco: Crooning Undercover, un tributo a los crooners que incluye clásicos de Bacharach, Bill Withers, Julie Andrews, Antonio Carlos Jobim, King Pleasure, Freddy Cole y Al Jarreau. “Del jazz me encanta su libertad, pero el soul tiene un poder emocional extraordinario”, indica el músico italiano en esta entrevista.
Nació en una familia de artistas, ¿la música era habitual en su casa? ¿Qué recuerda de su niñez?
—Sí, vengo de una familia donde el arte siempre ha tenido un lugar importante. Mi padre, Stefano, era cantante, así que la música ha estado presente en mi vida desde muy pequeño. En casa respirábamos música; era parte de la vida cotidiana, no como algo especial, sino como algo natural y necesario.
¿Cómo fueron sus primeros pasos? Creo que proviene de un coro de iglesia, como los cantantes gospel.
—Sí, llegué a formar parte del coro de una iglesia. Vivía en Piano Tavola, cerca de Belpasso, en la provincia de Catania. Tenía 12 años y cantaba cantos gregorianos en la iglesia. Nuestro párroco nos enseñó tres o cuatro cantos, cada uno de unos veinte minutos, y todavía los recuerdo con toda la letra. El canto gregoriano es de una belleza absoluta. ¡Tiene una escritura única!
¿Puede que de esa experiencia venga su querencia por la música negra?
—Sí, desde muy pequeño sentí una conexión muy fuerte con ese mundo sonoro y con esas vibraciones. No era solo una cuestión de sonido, sino de sentimiento, de intensidad emocional.
El jazz y el soul son sus estilos favoritos. ¿Por qué, que resaltaría de ambos?
—Tiene razón, son mis dos grandes pasiones musicales. Cada uno de estos estilos tiene su propia esencia, pero ambos comparten una profundidad que siempre me ha fascinado. Del jazz, me encanta la libertad, que cada interpretación sea única. Hay un componente de improvisación que es pura expresión del alma. Por otro lado, el soul tiene un poder emocional extraordinario; es directo y visceral.
Pero su pasión va más allá, también adora la música latina, la de Brasil…
—Absolutamente. Mi pasión por la música brasileña es profunda y arraigada. Como evidenciaba en mi álbum Brasil, editado en 2018, los sonidos y la cultura del país carioca siempre han acompañado mi trayectoria musical. Ya en mis proyectos anteriores, la influencia brasileña se percibía en los ritmos y las armonías. Realizar un proyecto íntegramente allí, con músicos locales y dedicado a su cultura, era uno de mis sueños.
Sus discos evidencian también su gusto por los estándares y el mundo del ‘crooner’, que fueron la música popular de su tiempo. ¿Cree que son sinónimos de una elegancia y un refinamiento que le falta a la música pop actual?
—Es cierto, siempre me ha fascinado el mundo de los crooners y su elegancia, mesura y gran sensibilidad interpretativa. Eran maestros absolutos, no solo por su voz, sino por su forma de actuar en el escenario, por su forma de contar una canción. Ese tipo de música era popular, pero tenía un cuidado casi artesanal: en los arreglos, en el sonido y en la forma de concebir la interpretación.
¿Qué me puede contar de su colaboración con Burt Bacharach, toda una leyenda? ¿Cómo fue colaborar con él?
—Hablar de él es como hablar de un monumento viviente de la música. Fue un inmenso honor y me dio una profunda emoción poder colaborar con él. Hablamos de un hombre que ha escrito melodías que forman parte de la historia colectiva de la humanidad. Su música posee una sofisticación única, con esas armonías elegantes pero a la vez tan naturales, y un sentido melódico sencillamente brillante.
¿Qué podremos escuchar en su concierto en Bilbao, se basará en su último disco?
—El concierto en Bilbao se centrará en mi último álbum, que representa un capítulo importante en mi trayectoria artística. Será una oportunidad para compartir con el público los nuevos sonidos y emociones que este proyecto trae consigo, aunque también habrá una amplia selección de las canciones que han marcado mi trayectoria.
¿Qué formato trae al Teatro Arriaga?
—Para la cita en el Arriaga, se presentará una formación íntima pero potente, donde cada instrumento tiene su propio espacio y cada nota respira. Una dimensión más íntima que permite jugar con los matices, con las emociones y crear un contacto real con el público.
Colabora con músicos italianos de jazz como Franco Luciani, Paolo Fresu, Mario Schiavone o Rosario Giuliani. La escena actual es muy rica y variada, tanto en Europa como en Estados Unidos. Allí está el gran Gregory Porter, ya una estrella.
—He tenido la suerte de colaborar con muchos músicos extraordinarios, tanto italianos como europeos. La escena musical del Viejo Continente es realmente rica y variada, y se percibe una enorme creatividad y pasión en cada proyecto. También en Estados Unidos, el jazz es un lenguaje universal que une a los músicos, sin importar su origen. Cada colaboración me enriquece y me permite aportar algo nuevo a mi público.
¿La música lo puede arreglar casi todo, al menos durante la hora y media de un concierto?
— La música tiene un poder increíble, capaz de transformar incluso los momentos más difíciles. En esos 90 minutos, la música tiene el poder de hacernos olvidar nuestras preocupaciones, de hacernos sentir unidos, de hacernos viajar juntos. Es una energía indescriptible, una emoción que no necesita explicación. l