El paso del tiempo, al igual que el consumo de alcohol, no parece tener efecto en Jorge Martínez, el líder de Ilegales, que a punto de cumplir 70 tacos acaba de editar su decimotercer disco de estudio, un Joven y arrogante (La Casa del Misterio. Warner) que combina sonidos eclécticos, tan cañeros como sugerentes, con letras de corte existencialista. “La arrogancia es inherente al rock”, explica Jorge en esta entrevista realizada de cara a su próximo concierto en Bilbao, en la sala Santana 27, el viernes 28 de marzo. “Ofrecemos sangre, sudor y lágrimas”, anuncia el músico asturiano.
¿Satisfecho? La respuesta al nuevo disco está siendo tremenda.
—De mis últimos discos La vida es fuego (2015) no funcionó tan bien, pero sí Rebelión (2018). Empezamos a salir de gira, especialmente a Latinoamérica. Allí la gente está muy loca, lo que me encantaaaa (risas). Y ya tengo previsto ir a México, Ecuador, Chile, Perú…
¿Hambre de escenario?
—Imagínate. Empezamos este fin de semana, en Sevilla y Murcia, y luego ya vamos a Bilbao. Estuvimos probando el repertorio y preparando la gira en Santana 27 con todo el equipo, ya que reúne unas condiciones increíbles y una magnífica acústica, como ningún sitio de España
¿Ha costado el disco?
—Hemos fabricado el juguete, las canciones, una a una, con cuidado y mimo, algunas las tumbamos y las rehicimos… Conservamos el sello del grupo, pero añadiendo sonidos novedosos. Y los textos están muy bien, son muy acertados (risas).
Creo que será un disco importante en su discografía.
—Es un gran trabajo, ya me están diciendo que cómo lo voy a superar (risas). Estoy preocupado.
‘Joven y arrogante’, desde su título, es como poner los pies sobre la mesa y dejar las cosas claras ¿no cree?
—Hemos sido jóvenes y arrogantes desde el primer momento. Aparecimos en los medios cuando las bandas hacían gala de no saber tocar, lo que nos parecía un insulto al público, algo que también somos nosotros. A esos, con arrogancia, los mirábamos con desprecio.
¿Por qué?
—Porque sabía que ofertábamos algo bueno. Ilegales no es un grupo de dar las gracias a todos, no somos un karaoke de nosotros mismos. No hacemos que cante el público, ofrecemos sangre, sudor y lágrimas.
Y vive del presente.
—Exacto, ni karaoke ni banda homenaje de nosotros mismos. Y muy orgullosos de las cicatrices que deja el tiempo. Estamos en una forma física y musical muy buenas, lo que es para ponerse chulo. La arrogancia es parte del rock’n’roll, inherente a él. Y vamos a poner toneladas de actitud sobre los escenarios al hacer un repertorio amplio con canciones nuevas y viejas, recuperando algunas olvidadas.
¿Es que cuesta mucho elegir?
—Sí, me gustaría tocar unas tres horas, pero nos acercamos a las dos por las pautas de funcionamiento de los locales. Serán más de 30 canciones, que sonarán sin apenas hablar, sin respirar, ni beber cuando la garganta está seca. Hay momentos que duelen.
La portada del disco tiene una gran carga bélica. ¿Es el signo de los tiempos que vivimos?
—Así es, vivimos tiempos de escalada bélica total y es obra de David Morei. Es previa a los enfrentamientos actuales, que se veían venir. Sí estaba la guerra de Ucrania, pero no la invasión de Israel a Palestina. Israel lleva 70 años incumpliendo las resoluciones de la ONU y ha aprendido muy bien cómo se ejecuta un genocidio, tal y como lo sufrieron ellos. Hacen lo que les hicieron, y lo increíble es, como canto en este disco, “el silencio es crimen”. ¿Qué hacen las potencias occidentales y orientales?
Falta la lucha callejera de los 80 y 90 y nos sobra ansiedad. Así se titula el tema que abre el disco.
—Es uno de los síntomas y constantes del siglo XXI. Se habla del acoso del progreso, pero es todo ansiedad y avanza en progresión aritmética. Nos está atropellando. Somos la misma especie que hace miles de años, con las mismas carencias y virtudes, pero vivimos inmersos en una tecnología con efectos positivos, pero también con una carga negativa que nos puede llegar a devorar. Hasta ahora recorríamos el camino hacia el abismo, ahora ya nos asomamos a él, alegres y despreocupados.
En Se abrirán los cielos dice que “el miedo está al nivel del peligro real”.
—Sí, es el tema más antiguo del álbum. Lo escribí hace tres años, mientras veía imágenes de Gaza, de un padre palestino con su hija muerta en brazos por el asesino ejército israelí. Gritaba al cielo, desesperado, y la canción salió sola. Es la menos comercial del disco, pero creo que es necesaria.
Aunque la Unión Europea pivote siempre sobre el mercado, en pandemia nos sacó de apuros. ¿Ahora, con el cambio de orden y la pinza entre Putin y Trump, morirá Europa, como sugería una de sus primeras canciones?
—Tengo la esperanza de que la historia me joda esa canción: Europa ha muerto. Debe entender que su capacidad para existir como agrupación y también cada una de sus naciones, pasa por la necesidad de tener un ejército global. Creo que han entendido el axioma de Vegecio: Si quieres la paz, prepara la guerra.
La gente de izquierdas y la que votó no a la OTAN está inmersa en un duro debate al respecto.
—El peligro es real. Un ejército europeo puede no ser solo disuasorio, sino determinante en el campo de batalla. Es algo inevitable, el fin de la hegemonía de Estados Unidos. Con ese ejército europeo eficaz, dejará de ser el guarda del mundo.
El mal, como siempre en Ilegales, pegado como una costra al ser humano.
—Es una constante, claro. Creo que Estados Unidos entrará en una recesión en los próximos ocho años. Muchos países dejarán de comprarles productos y los harán en Europa, Canadá, México… Trump carece de visión de futuro y sus votantes entenderán que hay un hombre blanco en una Casa Blanca que es un blanco perfecto. Por eso hemos rescatado para los conciertos el viejo tema Hombre blanco, ya que se están reeditando los primeros discos. Era premonitorio y describe bien a ese tipo de patanes.
Volvamos a lo musical. Se dice que el actual es un disco muy ecléctico –hay rock, punk, aires latinos y psicodélicos, guiños mods y al rockabilly de The Cramps, garaje…–, pero Ilegales siempre ha sido así. A Hola mamoncete se contraponía La casa del misterio, por ejemplo.
—Cierto, menos mal que alguien se da cuenta (risas). Siempre hemos sido incómodos porque éramos difíciles de encasillar, pero también una liberación porque algunos medios habían ensalzado a ciertos grupos que eran horrorosos en directo. Nosotros sonábamos bien. Esa variedad nuestra va unida a la solvencia musical. Me repugna toca con músicos limitados, prefiero tocar con estos psicópatas míos (se refiere a Willy al bajo, Antonio Tamargo, a la guitarra y teclados, y Jaime Balustegui, a la batería). Es gente bohemia e insoportable, como yo, pero muy capaz de tocar cosas valiosas. Partimos de lo peor para hacer lo mejor.
¿Conoce a algún guitarrista mejor que usted?
—Muchos, pero técnicamente. La mayoría se parecen a Mark Knopfler, a Hendrix y a otros. Son miméticos y en cuanto les oigo me cago en su puta madre. Hay que conseguir un estilo propio, una voz personal. Lo veo en artistas internacionales reconocidos que suenan anodinos en sus conciertos, lo que no se lo perdono porque acabo bebiendo más de la cuenta y voy a terminar con el hígado perforadísimo.
Lo raro es que no lo tenga ya.
—Sí, son muchos años, pero se regenera constantemente (risas).
Rockero, pero letrado e instruido. En las letras de este disco se advierte.
—Me acuso de haber partido con ventaja al heredar las bibliotecas de mis dos abuelos y de mi padre. Y las exploré a fondo, al igual que el medio exterior. Jugando al fútbol, con nueve años, me cansé y me lancé a explorar el mundo, los prados, los insectos, especies vegetales maravillosas… Se abrió un mundo nuevo y leí sobre ello, me volqué con la entomología y la ictiología, los libros de aventuras, el conocimiento científico y los libros de autores como Baroja. Vivía en Avilés, cuando aún le quedaba algún vestigio de naturaleza. Era el terror de las clases de ciencia y literatura, los profesores buscaban la manera de suspenderme y quitarme de encima.
Y hace años que se dedica a escribir canciones.
—Y con la arrogancia que me caracteriza, diré que mis letras son muy buenas, si no las mejores de España (risas).
¿Sigue defendiendo que prefiere una discusión a pelear aunque su imagen es más que conflictiva?
—La discusión siempre puede ser interesante.
Las peleas no, siempre las ganará usted.
—Casi siempre, es verdad. Pero en una pelea pierden las dos partes, al contrario que en la discusión, donde ganan ambas. Es de lo mejor que tiene el ser humano, ya que de la comunicación, aunque sea a gritos, surge el conocimiento.
¿Cultiva esa imagen macarra para ocultar que es un tipo sensible y tierno?
—No oculto nada. Es que padezco de ira y tengo un escaso capital de miedo. Intento cultivarlo, como hacían Tyson y su equipo, que le sacaban mucho partido. Es que me meto en líos con facilidad, no solo en combates con un igual, también con el mar al hacer submarinismo o con los animales salvajes. El mar ha estado a punto de matarme varias veces, pero ahora buceo menos porque he acabado perdiendo oído.
Vamos, que le van los desafíos.
—No es tanto un desafío, es más curiosidad. Ahora, por ejemplo, cerca de mi casa–estudio, aquí en Oviedo, están bajando los osos y los lobos a cargarse ovejas. Lo próximo será un niño, ya se lo ha advertido a los parroquianos. Quizás estemos presionando demasiado a otras especies, y ahí está el peligro.
Hablando de animales, ¿ve sus canciones como una manera de expresar esa rabia, de gruñir?
—Con total seguridad. El rock, en general y desde el principio, tiene un sentido guerrero muy claro, además de efectos curativos y terapéuticos.
¿Algunas incorporaciones recientes a su colección de guitarras?
—Varias, sí. Tengo aquí una Gibson Byrdland maravillosa. A veces me deshago con pena de algunas porque las tengo repetidas, pero acabo adquiriendo otras en busca de otros sonidos. Si quieres hacer las cosas bien, tocar rock es carísimo. Por ejemplo, para esta gira me he comprado dos mesas de mezclas y llevamos todo nuestro, incluida la microfonía. Ilegales siempre ha hecho estas barbaridades.