Un escritor suele ser un hombre errático, de los que se mueven, miran y descubren las historias que luego escribirán; lo que en la Poética de Aristóteles se traduciría como mímesis –imitatio– del mundo. Sin embargo, Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) prefiere no moverse mucho de su casa y, a poder ser, tener el trabajo a un pasito de la cama, porque se decanta por “viajar con la mente y quedarme en mi hogar, que es donde mejor estoy”, asegura. De hecho, su madre solía decir que era como un hurón, pero en ese entonces todavía no se había percatado de que estaba trazando el mapa de su historia, de la vida de una madre –biográfica y creada– a la que le ha jurado la eternidad con su obra. El festival de Pamplona Negra le ha apartado de su locus amoenus en pleno corazón de Cataluña para preestrenar la programación de este año.

El ‘thriller’ se entiende como un género con el que se busca mantener al lector tensionado, con la esperanza de que al pasar de página vaya a ocurrir algo sorprendente. Sin embargo, no parece que usted lo conciba de la misma manera...

—De hecho –se ríe– he estado buscando esta mañana cuál es el origen etimológico de esa palabra, y viene del verbo to thrill que significa entusiasmar, provocar emoción. Y eso es lo que hago yo y la gran mayoría de los escritores. Se ha convertido en un género que no es, porque todos queremos que nuestros lectores tengan esa ansiedad por saber y experimentar contigo. En realidad, el thriller viene de la vida, que tiene que ser emocionante. No hay más secretos.

Con todo, el término ya está acuñado y parece que no hay espacio para una prosa emocional y vibrante como la suya.

—Si tuviera que explicarle a un niño qué es la literatura, le diría que hay dos tipos de lecturas. Por un lado, la de oficio, y, por otro lado, la de verdad. Yo soy lo que hago. Todo cuanto se lee de mí pertenece a mi realidad más verdadera, y mi lucha es que el lector sienta que estoy compartiendo todo lo que soy con él. A mí me gusta decir que soy muy verdad cuando escribo; casi más que cuando no lo hago. Porque en ese espacio me abro mucho más y me defiendo mucho menos de la vida. Además, es que yo no soy un gran relator, un gran cuentista. Yo vivo una historia y la comparto; no creo y regalo, sino que vivo una movida y te invito a que lo sientas conmigo.

En ese sentido, la crítica comenta que usted persigue reeducar la tensión a través de sus novelas...

—Así es. Y creo que eso solo se puede conseguir en el momento en el que entiendes la escritura como la vida. Y esto solo te lo da la edad. Todo cuanto vemos y cuanto conocemos forma parte de un descubrimiento, de un hallazgo, de un misterio. Por eso digo que la vida es un thriller desde que nacemos. Estamos constantemente tratando de resolver un enigma que nunca vamos a conseguir, y cuando estamos a punto de hacerlo ya no lo podemos contar. A partir de ahí, todo lo que hacemos parte de este circuito cerrado. En el fondo, todos escribimos novela negra porque soñamos con poder ir a la muerte y volver, pero nadie ha sido capaz de hacer eso. Ese es el gran reto que tenemos en la vida. Me provoca tanta curiosidad que a veces imagino que un mago me propone un pacto: qué le daría a cambio de ir, volver y experimentar la vuelta.

Con respecto a la historia de Amalia, que cerrará ‘Una vida’, libro que se publicará el 22 de enero, ¿cómo llega a su vida esta madre?

—Amalia aparece en 2014 y me cambia la vida porque me hace modificar la manera en que miro a mi madre. En ese entonces, se divorció tras 45 años de matrimonio y tuvo que aprender a vivir sola –a ser impar– y cambió su relación con todos nosotros. De repente, se convirtió en el centro neurálgico de nuestra vida y descubrimos a nuestra madre. Y yo caí totalmente fascinado ante esta nueva personalidad que florece sin la sombra de un padre que no le permitía renacer. Mi madre se convierte en el centro de mi vida creativa porque no daba crédito de lo que tenía y no estaba viendo. Redescubrí a una mujer que se reía de sí misma, de la vida, con una mirada peculiar, unas ganas flipantes de vivir y una envidiable capacidad para perdonar. Todo esto sin ser consciente de quién es. Así que escribí Una madre y, desde entonces, soy Alejandro Palomas, el de Una madre –se ríe–. Pero me parece maravilloso porque tuve la suerte de tener dos madres y que, además, convergieran en el tiempo. Fue hermoso ver a mi madre feliz mientras se leía. Era ver a dos familias que interactuaban con mucha complicidad.

Sin embargo, este último libro lo ha escrito con la ausencia de ella...

—Por eso tenía miedo de que el tono fuera distinto, pero ha sido al revés. Lo he escrito con la mayor libertad del mundo. Además, también he descubierto que mi madre está, a pesar de que no las veamos. De hecho, yo siempre he pensado que el motivo que potenciaba mi escritura no era otro que mi madre. Temía que muriera porque ya no iba a tener a quién escribir. Y eso no ha pasado porque cuando cierro los ojos, la veo y sigue conmigo. La orfandad de la vida real no está en mi vida creativa. Éramos dos impares que se conocían muy bien.

¿Dónde está el ‘thriller’ en ‘Una vida’?

—En realidad, lo que hace de una novela un thriller no es cómo se cuenta la historia, sino cómo quiere leerla el lector. Y tiene que ser con la avidez del entusiasmo. Si lees una novela mía, te vas a introducir en un viaje apasionante porque estaremos todo el rato surfeando encima de la emoción, vibrando de la manera en la que yo lo hice mientras redactaba el relato. En mis libros se entra en un lugar sensorial que es Alejandro, que no se disfraza de nada, sino que dice: ‘esta es mi familia, ¿quieres?’ Y tú entras por la puerta y eres parte de. ¿Por qué es thriller?, porque formas parte de mi historia, de algo que no estás leyendo, sino viviendo.

¿Y cómo es posible que, teniendo una perspectiva tan extraordinaria sobre este concepto, usted sea el hombre que da pie al festival Pamplona Negra?

—No se puede crear un festival en el que siempre se da lo que se espera porque eso no es thriller. No hay emoción. Lo que hay que hacer es provocar preguntas y abrir una puerta totalmente distinta. ¿Qué quiere decir que Pamplona Negra se abre con Una vida? Pues que estamos en el mundo intentando no morirnos, evitando que nos toque la hora. Los escritores que hacen novela negra juegan a desentrañar una muerte para evitar que nos toque a nosotros. En cambio, yo prefiero divertirme con la idea de la muerte porque es parte de la vida. Yo quiero que entremos sabiendo que nos vamos a morir. Y desde esa premisa, como un backstage de un festival de novela negra, vamos hacia la puerta. Mi objetivo es que entremos por la puerta de atrás y que investiguemos qué vamos a hacer hasta que llegue el momento de la muerte.

¿Hay algún hueco para el humor o la vida es, como dice Gillian Flynch, “un espejo de nuestros miedos y emociones más oscuras”?

—Con esta familia te tienes que reír hasta morir. Yo tengo muy clara cuál es la mejor frase que he escrito en mi obra literaria. Se la dijo Amalia a su hijo Fer y decía: “Hijo, estaba ayer tan aburrida que me tomé un gelocatil”. Y esto me lo dijo mi madre un día y tuve que colgarle –se ríe–. Lo que pasa es que, a pesar de que hay muchas bromas y mucho humor, se te corta la risa porque se viene la peor tragedia, que es algo que puede suceder perfectamente en cualquier momento de un día. En cuanto a lo de los miedos y las emociones oscuras, me parece un topicazo. No hay que ser tan intelectual. El thriller es emoción, te hace abandonarte en otro mundo y querer estar ahí para siempre. Te hace enamorarte.