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Violista, cantante y pedagoga musical

Maitane Beaumont: “La música, y en especial si es compartida, puede dar chispazos de felicidad”

Convencida de que la música nos puede hacer más felices, Maitane Beaumont tiende puentes con este arte a través de vivencias íntimas de doce figuras como Albert Einstein, Erik Satie o Marian Anderson

Maitane Beaumont: “La música, y en especial si es compartida, puede dar chispazos de felicidad”

La clavecinista y pianista polaca Wanda Landowska vivió un momento fulgurante interpretando a Scarlatti al clave, en medio de un estruendo de cañonazos antiaéreos. Albert Einstein, en su casa, cada una de las veces que interpretaba al violín música de su adorado Mozart. Y Glenn Gould, aislándose del mundo con su piano y su silla enclenque en una sala repleta de micrófonos. Y es que el pianista aseguraba: mi idea de felicidad es pasar doscientos cincuenta días al año en un estudio de grabación. Son algunas de las vivencias íntimas que la intérprete y pedagoga musical navarra Maitane Beaumont rescata en su nuevo libro, Una idea de felicidad. Momentos fulgurantes de la música en el siglo XX.

En su libro anterior ya puso en valor el poder de la música y ahora vuelve a hacerlo de una forma diferente, a través doce momentos íntimos de otras tantas grandes figuras vinculadas a la música del siglo XX.

—Sí, ahora ya no me interesaba tanto hablar de los elementos propios de la música, ya sabemos que está hecha de sonidos y de silencios, sino hablar de la música como proceso, o de cómo podemos acercarnos a ella desde diferentes perspectivas: la interpretación, la composición, la dirección, la docencia... Me interesaban las profesiones relacionadas directamente con la música y otros entornos como la música amateur, la docencia o la danza. Y la excusa son doce personajes que vivieron y, sobre todo, desarrollaron sus carreras a lo largo del siglo XX y que tienen vivencias interesantes, que pueden propiciar que la gente se acerque a la música de ese periodo.

Son doce momentos “fulgurantes”, que tienen que ver con la felicidad, entendida como instantes felices.

—De hecho, el título, Una idea de felicidad, vino en el propio proceso de escritura del libro. Una vez escribí los tres primeros capítulos, desde la editorial me dijeron: no sé si te estás dando cuenta de que todos los momentos que vas narrando tienen un punto de felicidad, de acercarse al mundo de la música desde un punto de vista entusiasta, optimista; y ese es un eje vertebrador del libro. La historia suele centrarse en los grandes acontecimientos, y a mí me apetecía cambiar el punto de vista.

Además, en la intimidad hay universalidad. Esos “momentos fulgurantes” podemos tenerlos cualquiera con la música.

—Sí, era una de las cosas que más me interesaba, porque aunque hable de las vidas de personas que vivieron unos años completamente distintos a los nuestros, dentro de sus historias podemos encontrar cosas con las que identificarnos desde nuestro presente. Al fin y al cabo hablamos de la relación que tú puedes establecer con la música y de relaciones humanas.

¿Qué historias le han conmovido o sorprendido más?

—Hay varias. Hay una que igual es más desconocida, que es la de Imogen Holst, la única hija de Gustav Holst, el compositor que escribió Los Planetas. Ella tuvo una vida fascinante, en medio de la Segunda Guerra Mundial se dedicó a recorrer parte de Inglaterra dentro de un programa que tenía como objetivo establecer vínculos a través de las artes. En un momento difícil en que la gente necesitaba del contacto con los demás, ella establecía este tipo de relacionas a través de la música, e iba visitando diferentes pueblos y condados para montar un pequeño coro, una orquesta de cámara..., muchas veces con instrumentos no normativos, con dos cucharas de palo atadas con una cuerda; cualquier excusa para que la gente pudiera expresarse a partir de ahí. Hay historias más famosas como las de Leonard Bernstein o Erik Satie, y otra que aquí se conoce menos es la de Marian Anderson, una contralto afroamericana que aparte de tener una carrera en el mundo de la ópera bastante llamativa, para muchos fue la gran contralto del siglo XX, siempre estuvo luchando por los derechos civiles en momentos complicados en los que la segregación hacía que hubiera mucha gente discriminada por motivos de raza. Ella era una mujer, para empezar; era una mujer pobre negra, y a pesar de todo pudo desarrollar su carrera y convertirse en una artista muy celebrada allí.

¿Cómo fue el proceso de selección de las doce historias? ¿Ya las conocía o indagó para encontrarlas?

—Había unos personajes que desde el inicio tenía muy presentes, como la clavecinista y pianista polaca Wanda Landowska, que fue una pionera en lo que ahora se conoce como interpretación históricamente informada, y me interesaba por su carera profesional pero también por su vida personal, porque tiene una historia fascinante. También me interesaba la figura de Albert Einstein por lo que comentaba antes, por poder trabajar el punto de vista de alguien que se acerca a la música desde la parte amateur, y por reflejar cómo la música forma una parte importante de muchas personas aunque después puedan dedicarse a cualquier otra cosa. Y a otros personajes me los fui encontrando por el camino.

Ya que menciona a Albert Einstein, seguro que la música tuvo algo que ver en sus hallazgos.

—Sí, lo explico en el libro. Él aseguraba que no, que todo el trabajo que tenía con la física teórica y la pasión por la música a través de la interpretación del violín o el piano eran dos mundos que no se tocaban en principio. Pero una de sus mujeres decía que lo veía absorto en sus pensamientos, en la cuarta dimensión, que de repente salía de la habitación, iba al estudio de música, se acercaba al instrumento, y luego lo veía apuntando algo... Él tenía una manera muy creativa de acercarse a muchos campos y quiero pensar que parte de su trabajo tuvo relación con el trabajo de otras personas como Mozart, porque Einstein aseguraba que lo que quería era dar con un tipo de teoría tan clara, tan sencilla de explicar y tan elegante como es la música de Mozart, y lo consiguió.

Seguro que esa interconexión se dio. Algo que se echa en falta hoy es la integración de la música en nuestras vidas desde la educación.

—Bueno, yo creo que la música forma parte de la vida diaria de muchas personas, forma una parte importante del mundo audiovisual al que tenemos acceso directo. Y tradicionalmente en el mundo educativo sí que se le ha dado más importancia a materias que tienen que ver más con lo lógico, lo matemático y lo lingüístico, pero creo que cada vez somos más personas las que defendemos un tipo de educación que trabaje desde áreas más relacionadas con el mundo de las artes.

¿El disfrute más elevado de la música se logra en la intimidad?

—Creo que hay diferentes maneras de encontrarse con la música. Yo puedo encontrar disfrute en la intimidad, escuchando una música mientras voy conduciendo sola. Pero la música también me ha dado momentos fulgurantes cuando la he compartido con los demás, desde el punto de vista de la interpretación o desde la escucha. Como contaba Imogen Holst, la música es capaz de tejer vínculos entre las personas, y en las vivencias compartidas se pueden encontrar chispazos de felicidad.