Para Alberto Velasco contar historias sobre el colectivo LGTBI o bailar con su cuerpo, que se aleja de los cánones estéticos impuestos, son actos políticos. No sabe si su activismo es intencional o no, pero lo cierto es que siempre acaba creando filmes o producciones teatrales de alto contenido reivindicativo como el cortometraje que presentó este miércoles en el Edificio La Bolsa de Bilbao, ‘El rey de las flores’. Inaugura de esta manera el ciclo de cortos de Bilbao Bizkaia Harro en el que se abordan diferentes aspectos de la diversidad de identidades. Todos, incluido el de Velasco, se están proyectando este fin de semana en la estación de San Nicolás.

Este filme aborda muchas problemáticas, entre ellas, la de la disidencia de género, porque a Víctor le apasiona la danza, una actividad “de niñas”. Usted también es bailarín y, como el protagonista, vallisoletano. ¿Fue esta película una catarsis para usted? ¿Subyacen elementos de su autobiografía tras esta?

Sí. Hay elementos de mi autobiografía y hay una catarsis, un reencuentro, un perdón, una sanación a través de la película.

¿Un perdón por parte de usted para usted mismo?

Sí, de mí para mí mismo. Yo quería bailar de pequeño, pero como no tenía referentes de chicos o de hombres gordos que bailasen, entendí que ese mundo no era para mí. Eso sí, siempre he contado con el apoyo de mi familia para todo, que es algo que no está reflejado así en el corto. Mi vocación artística fue apoyada totalmente por ellos. El personaje siniestro del padrastro, en este corto, refleja a toda la sociedad que te implanta ideas que te hacen entender, aunque no sea de manera explícita, que hay cosas que no puedes hacer. En mi caso, bailar.

Otra de las realidades que muestra es la de las vidas LGTBI en el mundo rural español. ¿Qué problemas específicos cree que enfrentan estas personas en este contexto?

A mí me parece importantísimo subrayar que todo el mundo sabe quién eres. El anonimato es prácticamente imposible. Por eso, toda la gente disidente en un entorno rural escapa a las grandes ciudades para pasar más desapercibida y desarrollar una vida alejada del qué dirán, que en los pueblos es muy importante. Luego, creo que existe una figura, encarnada por las mujeres mayores, que está llena de sabiduría. En muchas de ellas he encontrado un respeto y un encuentro con las personas disidentes desde un lugar muy tierno.

¿Se acaban convirtiendo en confidentes?

¡Exacto! Son lo que en Madrid llamamos mariliendres –término del argot LGTBI que describe a aquellas mujeres heterosexuales que sienten una especial afinidad por los hombres gays o bisexuales– de 80 años y de pueblo. Te hacen ver que no pasa nada, que tú puedes ser quien quieras ser y que te apoyan.

¿Existe una dicotomía entre el campo y la ciudad en este sentido?

Las violencias están en todas partes. Camufladas de una manera o de otra, pertenecen al sistema y los pueblos y las ciudades están en el mismo sistema patriarcal, de relaciones sociales heteronormativas… Escapar a todos esos lazos, en un entorno rural o en otro más urbanita, es realmente difícil.

Teniendo todo esto en cuenta, ¿es la percepción de la ciudad como un espacio de libertad irreal?

Creo que llegas a la ciudad con un ansia de libertad. Libertad que acabas teniendo, porque no vas a estar señalado y pasas a formar parte de un complejo mucho más grande, pero ahí están las violencias en el sistema. Tú no puedes ser una persona totalmente libre.

Al hilo de esta pregunta, a su juicio, ¿es el cine un elemento que construye identidades y visiones del mundo o, al menos, muestra realidades?

Por supuesto, tanto si es fiel a la realidad como si es pura fantasía. Creo que la ficción completa la realidad de manera majestuosa, y presenta maneras de vivir a gente que no tiene ni idea de que funcionan así. Yo siempre digo que las historias del cine y la televisión son ventanas abiertas al mundo para que la gente se haga una idea de lo que ocurre en él. Y por eso es muy peligroso. El cine es una herramienta y un arma muy poderosa para cambiar, transformar sociedades. Pero también para manipular, porque el colectivo LGTBI no es como se le representa, y por eso es tan importante que las personas queer hagamos películas.

¿Cómo puede contribuir el mundo audiovisual a sensibilizar al espectador sobre los problemas inherentes al colectivo LGTBI?

Lo fundamental para mí es que la voz y la narrativa las tengan las personas del colectivo, que no vengan personas de fuera a contar nuestras historias como si fuéramos un animal exótico, que es lo que pasa muy a menudo. Así, se acaba mostrando una parte muy superficial de nosotros y de nuestra problemática. Pero, al final, nuestra existencia está marcada por esta condición, y creo que somos los y las artistas del colectivo quienes tenemos que contar nuestras historias.

¿Y hasta qué punto ha contribuido a estigmatizar a un colectivo que, per se, ha sido históricamente oprimido?

Te van a realzar y vas a ser un personaje súper interesante, poliédrico, pero luego te van a caricaturizar. Son las dos caras de una misma moneda. También creo que es importante entender el prisma desde el que se hace y entender cuál el objetivo, ver si hay maldad o no; si hay capacidad de reflexión o no. Por ejemplo, Paco León hizo de mujer trans en una película y no pasó nada. Las cosas no empezaron a cambiar en este sentido hasta que Scarlet Johansson dijo que no iba a interpretar a una persona trans porque ella no lo era. Y, entonces, puso este debate encima de la mesa. Tiene que haber alguien que de un primer paso para que algo cambie.

Usted, ¿por qué hace cine y teatro? ¿Por qué cuenta historias? ¿Hay intencionalidad activista en su trabajo?

No sé si hay intencionalidad, pero no me sale de otra manera. La existencia de las personas disidentes en el mundo del arte es política. Bailar con este cuerpo es político y contar las historias que cuento también es un acto político.