Sobral, recuperado de sus problemas de salud, maduro, alejado de la locura poseurovisiva y con un disco reciente, BPM, cuyo título alude a los latidos del corazón sanado del músico, recala hoy viernes, en el SKA de Santurtzi. “El año después de Eurovisión fue una locura”, dice.

¿Qué tal su corazón?

—Muy bien, gracias. Funciona perfectamente, tengo un corazón sano.

Me dijo que “los años locos” de Eurovisión y sus problemas de salud no le habían cambiado, que habían incrementado su deseo de vivir y sentir aún más.

—Supongo que es un proceso de adaptación y maduración que se está produciendo constantemente. Fueron dos cambios, el trasplante y la victoria, muy poderosos que necesitaban de tiempo para ser asumidos.

¿Ser padre ha hecho que siga más “embriagado de pasión” que nunca, como canta en una de sus canciones?

—Sin duda. Hay hechos en mi vida muy potentes, y no quiero entrar en competición contra mí mismo, pero ser padre es lo más maravilloso que me ha ocurrido, y que ha cambiado no solo lo cotidiano y la logística, sino mi capacidad de amar.

Estará más cómodo con el grado de exposición pública actual.

—Mucho más. El año pos-Eurovisión fue una locura. Bonito, pero loco.

Se considera un intérprete más que compositor. Quizás sea porque cuando canta parece un actor.

—No sé cuál es la razón. Pensé que al cantar mis propias composiciones la manera de interpretarlas iba a ser más sentida y especial. Pero he descubierto que no, que a nivel emocional no veo diferencia entre cantar una canción mía o de otro autor.

A pesar de ello, su último álbum largo, ‘BPM’, lo ha compuesto en su integridad. Creo que fue un proceso doloroso pero liberador.

—Lo primero fue el hecho de ser capaz de hacerlo, de componer un disco entero. La disciplina, las decisiones, las temáticas, las letras… eso se lo debo a mi hermano Leo Aldrey, productor y coautor. Y luego, desnudar mi alma. Una vez superada la enfermedad, creo que sirvió para dejarla atrás, y comenzar una nueva etapa.

Tras ‘BPM’ editó ‘Sal’, un EP minimalista, de solo voz y piano. ¿Hay espacio para estas canciones y formato en sus conciertos?

—Lo intento siempre. Procuro que mis conciertos sean un reflejo de las emociones humanas, que estén la mayoría de ellas. Desde lo más recargado, extrovertido y loco, hasta lo más íntimo y sencillo. Uso todos los recursos posibles, y a veces, solo la voz, ni siquiera la amplificación. Según el momento, el espacio y público.

En acústico y solo, ¿se siente más desnudo, se expone más?

—Si lo analizo, sí, pero procuro no hacerlo mucho. Cantar es algo que me encanta, y me gusta hacerlo en cualquier formato.

Su última canción es ‘Al llegar’, con Jorge Drexler.

—Comparto con él la manera de entender la música, el arte, además del amor por la profesión y su respeto por los procesos creativos que finalizan en la composición de una canción. No me cansaré de proclamar que es una fuente de inspiración.

¿Cómo se compuso? Podría haberla firmado Drexler por sonido.

—Sí, entre Aldrey y yo, ambos seguidores de Drexler, la compusimos para que la cantara conmigo. Conocemos de memoria su repertorio, e intentamos acercarnos a su estilo, para que le resultara cómodo.

“Dos almas buscando, llegar a otro lugar”, canta en él. ¿Adónde se dirige y se acerca ya a su propósito?

—Cada vez más. Trabajo para no tener una meta concreta, sino aprender a disfrutar del camino y del viaje que supone llegar a otro lugar. Porque todos los propósitos cambian de forma al llegar, y a veces pierden esa magia que creías que tenían y hay que generar uno nuevo.

Su madre era traductora simultánea. ¿Seguirá cantando en portugués, castellano, inglés, francés…?

—Cada lengua tiene una sonoridad diferente, y la asociamos también a estilos diferentes. Eso me ayuda a aportar ese detalle, esa sonoridad a cada canción. Para mí, la bossa nova, el bolero, el pop... tienen idiomas, lenguas propias.

‘Al llegar’ estará en un futuro disco titulado ‘Timbre’.

—Estoy ilusionado e impaciente por saber lo que dirá el público, porque hemos puesto mucho trabajo e ilusión en él. Será más sereno que este Bpm, pero con la misma energía e intensidad que siempre intento poner en todo lo que hago. Tendrá grandes colaboraciones.

Se le suele ligar con un jazz que se atreve con el fado y la bossa, pero tiene un estilo muy personal.

—Lo intento, pero no como objetivo, sino que sale de forma natural. No tiene mérito, pues no lo sé hacer de otra manera. Creo que es a lo que todos los artistas aspiramos, a que nuestra música sea muy identificable con nosotros.

¿La melancolía puede ser un camino para la felicidad?

—No sé si es un camino, pero sé que está en el camino a la felicidad. Como otras muchas emociones.

Cantó en el Arriaga el himno del Athletic. ¿Le gusta el fútbol, lo repetirá en Santurtzi?

—Sí, me gusta el fútbol, aunque no soy un forofo. Me gusta practicarlo, y procuro hacerlo una o dos veces por semana. Y no me gusta repetir una sorpresa, dejaría de serlo.