La orfebrería pop de Ron Sexsmith regresa con ‘The Vivian Line’
El canadiense Ron Sexsmith hace orfebrería excelsa con la combinación de palabras melancólicas, melodías pop y una instrumentación muy básica. Así se lo han reconocido en su larga carrera Paul McCartney, Elvis Costello, Steve Earle, Rod Stewart y Chris Martin, de Coldplay, entre otros muchos músicos. En época de redes sociales y algoritmos, él se sigue guiando por su corazón, sus vivencias y ese amor que nos hace “superar los momentos difíciles”, como canta en su actual The Vivian Line (Cooking Vinyl), otra gema más de pop clásico, íntimo y melancólico, a veces barroco y con cuerdas, que le convierten en alguien “fuera de onda, que escribe poemas mientras la gente está con sus teléfonos móviles”.
Sexsmith tiene nuevo disco, sí, aunque no lo escucharás en la radio, ni aparecerá en las playlists de rabiosa actualidad. El canadiense siempre ha ido a su aire, ajeno a las modas desde que inició su carrera. “La música siempre ha sido lo más importante para mí, por encima incluso de mi familia”, nos explicó en una visita a Euskadi. De hecho, llegó a ella de manera tardía, cuando “trabajaba de mensajero y tenía ya un hijo de dos años”, porque “no sabía hacer nada más que música y canciones”, nos apostilló.
Y desde entonces, desde aquel debut de 1995 en cuya portada parecía un adolescente, ha ido regalando –a un público escaso pero muy fiel– discos de una belleza imperecedera y clasicista como Blue Boy, Time Being, Forever Endeavour o The Last Rider, en cuyas canciones, de Secret Heart a Gold in Them Hills, Get in Line, Snow Angel o Cheap Hotel, el pop directo y agridulce se aliaba con el folk, el country y algo de rock. “Crecí oyendo los discos de country de mis padres y una caja de 45 álbumes. La mayoría eran canciones de rock de los 50 y doo woop. Al mismo tiempo, la radio ponía constantemente más música melódica que nunca”, nos justificaba en su visita bilbaina.
El pop como guía
“Yo defiendo la idea de que toda la música que existe es pop”, nos respondió Sexsmith. El último capítulo de ese libro de notas semidesconocido que es su discografía lleva el título de The Vivian Line. Su título hace referencia una ruta rural cercana a la casa de Ron, que él ve como “una especie de portal entre mi antigua vida en Toronto y la actual en Stratford”. Su 17º álbum surgió allí, en “un corto periodo de tiempo” durante la pandemia, explica. Sus 12 canciones nacieron de forma imprevista hasta para su autor, quien pensó que su imaginación se había secado tras su anterior Hermitage (2020). “Los temas surgieron de la nada, encontré nuevas ideas y me emocioné”, apostilla.
The Vivian Line, disco “más melancólico que al anterior”, no defrauda. Sexsmith no lo ha hecho nunca y sigue a lo suyo, sin viraje alguno, fiel a sí mismo y a su manera de encarar la música: con sencillez, naturalidad, con la melodía como razón de ser y una voz dulce y emotiva que cautiva desde un arranque titulado A Place Called Love. Es una balada acústica y bucólica que fija el tono quejumbroso del álbum y que rezuma tanto melancolía como esperanza. “Es sobre el estado del mundo y lo difícil que es para todos”, explica Ron, que canta “en algún lugar de la noche más oscura existe un lugar llamado amor”.
Ese tono natural y sencillo recorre la mayoría del disco, con percusiones puntuales y leves secciones de cuerdas, como en Flower Boxes o en Powder Blue. Ahí tuvo mucho que ver el músico y productor Brad Jones. Antiguo colaborador en los primeros pasos de Ron, optó por “un pop barroco” mediante el uso de cuerdas, instrumentos de viento de madera e instrumentos como clavicémbalos en algunos temas. El resto fluctúa entre guiños folk –se oyen hasta gallinas– en la alegre A Bar Conversion, leves concesiones a arreglos country en Ever Wonder, joyas desnudas y emocionantes como When Our Love Was New y gráciles ejercicios de pop–rock accesible en What I Had in Mind.
Muy curiosa es Outdate and Antiquated, que suena autoirónica y alegre. En ella, Ron se reconoce “fuera de tiempo y anticuado, pertenezco al pasado… ellos están con sus teléfonos móviles y yo escribo poemas”. A pesar de ello, como canta en Diamond Wave, se siente afortunado porque, aunque “mi música nunca ha estado de moda” y “mi vida diste mucho del glamour”, su situación económica “no tiene efecto en mi música”. Preguntándose sobre su perdurabilidad se despide. “Por cada canción que oyes ¿cuántas habrán muerto al nacer? No es de extrañar que me sienta tan asustado”, canta. No debería existir tal temor con las suyas. No son solo “una melodía con palabras”. No, son pequeñas obras maestras, pura orfebrería pop.