“¿Es menos persona quien no es madre ni padre? No”
El autor valenciano visita Bilbao durante la gira de presentación de su última novela, ‘Adiós, pequeño’, con la que ha ganado el Premio Fernando Lara de 2022
“Mi madre hubiera sido más feliz si yo no hubiera nacido”. Con esta demoledora frase inicia Máximo Huerta la que considera “la novela de su vida”, donde fija la atención en la identidad de las personas más allá de su condición como madres o padres. Y sobre todo lo hace en el caso de las mujeres de la generación de su madre, que vivieron una época en la que no tuvieron libertad total para elegir su futuro.
Con su última obra acaba de ganar el premio Fernando Lara y ya está entre lo más vendido. Intuyo que me dirá que le hace más ilusión el aval del público.
—Los lectores dan libertad, ahí tenía razón Almudena Grandes. Si hay muchos lectores puedes escribir lo que quieras. El aval de la crítica es un reconocimiento a una parte de mí que me gusta: la de contar historias. Pero tengo que poner por delante a los lectores. No escribo para la crítica, sino para ellos.
¿Cree que el género autobiográfico está gozando de un prestigio que no siempre ha ostentado?
—La crítica que lo ha denostado no tiene ni idea. Hay pocos libros por encima de En busca del tiempo perdido de Proust o París era una fiesta de Hemingway. No hace falta buscar una literatura lejos, cuando tienes cerca una que contar y medio hecha.
Dice que la literatura debe ser valiente. ¿Se puede ser valiente escribiendo ficción o solo es un adjetivo válido para lo autobiográfico?
—No, cuando uno escribe tiene que ser valiente y arriesgar siempre. La valentía debe ser innata al autor, al narrador, al novelista. Tiene que ir por delante, escribas lo que escribas.
Su madre, que ha sido la mayor fuente de información para este libro, no podrá leerlo. ¿Le apena?
—Tiene un tumor en la cabeza. Lleva dos libros míos que no ha podido leer y ha sido una gran lectora. Soy lector gracias a ella y a mi abuela. Mi madre representa a todas esas madres que tuvieron que acostumbrarse a vivir sobre la marcha, mujeres que dejaron de ser mujeres para pasar a ser madres y perdieron la identidad. Hablo de esas mujeres invisibles en este país tan ingrato.
En ‘Adiós, pequeño’ habla de cuando las mujeres y los hombres eran madres y padres antes incluso de conocer su propia identidad.
—Somos muy egoístas pensando que nuestras madres y padres son solo madres y padres. No, antes de nosotros fueron jóvenes, enamoradizos, canallas, bailaron y coquetearon. Hay que hacer ese ejercicio de imaginarte a tu madre como mujer soltera, libre e independiente; y que te hubiera podido elegir. ¿Cuántas mujeres en este país no pudieron elegir por las circunstancias, el miedo al qué dirán o a verse atropelladas por un matrimonio o un embarazo inesperado?
Como usuario de redes sociales, se habrá dado cuenta de que incluso hoy en día muchas personas se describen a sí mismas como “madre o padre de”, como si se tratara de un aspecto que continuara determinando la identidad de una persona.
—Incluso mucha gente conocida lo hace. ¿Eso te marca? Están muy orgullosos de serlo, pero a mí sorprende. ¿Es menos persona quien no es madre ni padre? No. Muchos ponen en su perfil: secretario de tal, director de tal y padre. Me sorprende muchísimo. Y me da un poco de pereza y un poco de ternura, por no decir otra cosa.
En la época en la que ambienta la novela muchas parejas aprendían a quererse una vez que estaban casados. Ahora, al contrario, hay una tendencia a rehuir el compromiso y a buscar relaciones efímeras. ¿Hemos pasado de un extremo a otro?
—Vivimos en una sociedad demasiado dispersa, con muchos inputs, zapeando por la vida todo el rato. No arreglamos un jarrón roto como hacen los japoneses, compramos otro. Esa velocidad nos está matando, vamos veloces no sé a dónde, hasta el hostión final.
En su libro se habla también de la enfermedad. ¿No se puede saber en qué consiste hasta que uno vive el deterioro de una persona cercana?
—Envejecer, como digo en la novela, solo es para valientes. Y ver la vejez de la gente que amas, que va perdiendo facultades, es un ejercicio en el que tienes que aplicar una positividad que, a lo mejor, no tienes. Yo me encuentro en ese episodio: contándole cosas positivas a mi madre para que ella ralentice la muerte y disfrute de las pequeñas cosas. Es la única manera que tenemos de alejar la llegada de la muerte: disfrutar de las pequeñas cosas y ser conscientes de que cada día vale mucho.
La vida no engaña, ¿pero la memoria?
—La memoria es muy novelera y todos somos escritores de nuestra propia novela. Más allá de que en cada familia habría más de una novela, la inspiración no hay que buscarla en paraísos lejanos, sino que puede estar en el rellano de casa o en la recepción de un hotel. Cuando rememoramos acontecimientos y anécdotas las novelamos, endulzamos y edulcoramos. Sobre todo las de la niñez, cuando las convertimos en algo idílico. Yo no revisitaría la niñez ni loco.
¿El paso del tiempo ayuda a relativizar los dolores del pasado...?
—Sí, porque el dolor no tiene memoria.
¿...o los intensifica porque no sabes hasta qué punto han condicionado tu presente?
—Todo condiciona nuestro presente, lo que somos, nuestra personalidad; pero afortunadamente el dolor no tiene memoria. Sabes que en algún momento lo pasaste mal, pero ya no sientes ese dolor.
Hay una cita de Julian Barnes que dice así: “Si la memoria se inclina hacia el pesimismo, si retrospectivamente todo parece más negro y desolador de lo que fue, podría facilitar el tránsito a la muerte”.
—Acierta plenamente. Gracias por recordármela. Soy una persona que siempre mira al futuro, pero sí me gusta recordar de dónde vengo: soy el hijo de un camionero y de una mujer que cosía para intentar completar ese sueldo. El futuro no sé dónde estará pero mi pasado sí sé dónde está. Es importante mantener, como hacían las abuelas, botes de conservas con esas fragancias. Olvidarlo como pueblo y como persona, nos invisibiliza; lo que hemos vivido es lo que nos hace importantes.
Asegura que debería apostatar del periodismo.
—Hay días en los que uno apostataría del periodismo porque esta profesión debería hacer un mea culpa y entender que nos equivocamos mucho. Hay que ser honestos con esta profesión. El clickbait está matando el periodismo, el periodismo va más a precario porque las empresas quieren pagar menos y ganar más. La solución es exagerar con un titular para que la gente entre, eso es tratar a las personas solo como consumidores y no como ciudadanos. Es una pena.
¿Y qué hay de la inmediatez que impide contar bien una historia?
—Es tiempo de que el periodismo tenga menos prisa, si no, la prensa morirá. Todo con más calma. Es hora de que el reportaje esté más trabajado, la noticia, el análisis. Es la forma en la que sobrevivirá el periodismo.
¿Cree que algún día dejarán de preguntarle por su breve incursión en política?
—La recuerdan todos mucho más que yo. Un día tendré que escribir un libro para que dejen de preguntarme. Seguramente cuando escriba un libro nadie me preguntará. (Se ríe).
Describe ‘Adiós, pequeño’ como “la novela de su vida”. ¿Qué le queda a uno después de eso?
—Creo que me quedarán muchas novelas que escribir pero ninguna será tan importante como esta por lo que significa, porque a quien le he pedido que me cuente lo que necesito para esta historia envejece, llega a la demencia... No habrá nunca una novela tan importante como esta y, afortunadamente, está siendo un éxito, porque ha conectado con la historia de todas nuestras familias, como si fuera un espejo. No sé qué me queda por hacer pero jamás me pongo metas, porque ¿y si no las cumplo? No soy runner.
¿Diría que es una novela generacional?
—Sí, de hecho Luis Landero presentó esta novela y dijo: Estoy viendo a mi padre en tu novela. Esta novela trasciende a todos y es atemporal.
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