- En su DNI es Raúl Gutiérrez, pero todos le conocen como Rulo. Fue líder de La Fuga, pero ahora sube a escenarios con La Contrabanda, y nació en Reinosa, pero viajó a Los Ángeles para grabar su cuarto disco en solitario, Basado en hechos reales (Warner) y repleto de tiempos medios, que hoy presenta en Miribilla, en el ciclo Las noches del Bilbao Arena. "Soy una mezcla de cantante de rock y cantautor. Ambos se dan de hostias, pero terminan con una birra en el bar", indica el músico.

Debía algo de rock a los fans ¿no?

—Sí, tío. En febrero pasé mi fatiga pandémica, un bache en el que no me salían canciones ni podía sumar al libro de poesía que estoy haciendo, Vértigos y norias. Fue un bajón grande y aunque afortunadamente podía haberme quedado en casa por motivos económicos, decidí, por convicción, salir a tocar.

A pesar de las incomodidades y la incertidumbre del momento.

—Pues sí, somos 20 personas en ruta y ahora vamos la mitad, pero sentí que tenía que tocar, por mí, en lo personal, y por defender la música en directo. Para volver a sonreír y sentirme vivo. Lo que no sabía es que lo iba a pasar así de bien (risas). Lo único que conocía es que el público, que lo vive con los cinco sentidos, tenía que estar sentado, así que creamos una formación y un repertorio para el verano.

¿Cuántos músicos y qué canciones?

—Somos cuatro. No se puede ir como a un teatro, solo dos y con acústicas, algo que me encanta, por cierto. Ahora, aunque no se pueda mover el trasero, la gente quiere mover el pie al menos (risas). La disposición en verano es otra. Así que voy con una mezcla de lo habitual y lo minimal. Tampoco se puede apabullar durante hora y media porque a ver cómo les bajas y cortas el rollo a la tercera canción. El orden de los temas también nos ha llevado tiempo, para explotar al final.

Hará temas de toda su carrera ¿no?

—Hago dos o tres de La Fuga. Voy rotando y se mueven entre Por verte sonreír, que compuse con 18 años, hasta cinco del último disco, con 41.

Es reciente 'Basado en hechos reales', pero todos sus discos son muy autobiográficos ¿verdad?

—Podría haber titulado así cualquiera de los demás. Se debe a ese componente autobiográfico de mis temas y que lo grabé en Los Ángeles, ciudad muy peliculera. Piensa que el estudio de grabación y la casa donde residimos estaban a ocho minutos de Hollywood Boulevard, el Paseo de la Fama. Se juntaron las dos cosas. De ahí parte la canción The end, que habla de abandonar una relación antes de que todo huela a podrido.

Alguno ha visto en ella una relación con su marcha de La Fuga.

—Eso es lo bonito de las canciones, que te las puedes llevar a cualquier lugar. Como Venecia sin agua, del primero en solitario, esa sí iba dedicada a La Fuga como primer y gran amor de mi vida, aunque pareciera de una relación. Al dejar el grupo sentí un gran vacío.

¿Cómo ha ido el trabajo en Los Ángeles con Thom Russo, colaborador de Johnny Cash, Michael Jackson, Cher, Juanes o Clapton?

—Venía de trabajar con Carlos Raya (productor de Fito), que no tiene que envidiar nada a los de fuera. Soy de grabar aquí, pero me siento más enredador ahora, no me he vuelto más hogareño y amarrategi. Soy vecino y colega de Raya, y habría sido lo más fácil volver con él, pero el tren de Russo pasó por segunda vez. La primera, con La Fuga, estuvimos a punto de trabajar con él. No nos atrevimos todos. Ahora nos lo propusieron y el flechazo fue tremendo. Había una conexión personal y musical con él.

¿Russo es de los intervencionistas o deja hacer?

—Es muy poco invasivo en las canciones, sí en el sonido. Es que yo soy cero productor, al contrario que músicos como Leiva, por ejemplo. Yo compongo y necesito productores a mi lado.

Siento que cada vez le da más importancia a las letras.

—Las he intentado mimar siempre, desde La Fuga, como Yosi, de Los Suaves. Les vi con solo 10 años. Me volaron la cabeza porque era música dura pero letras con emociones, aunque en casa oía de todo, con mi padre músico y mi madre currando en la radio. Escuchaba a la Creedence, Supertramp, Sabina, Dylan...

¿Se siente un cantautor rock?

—No puedo mosquearme con eso, es la verdad. He escuchado a Silvio, Aute, Pedro Guerra, Javier Álvarez, Andrés Suárez ahora. Tengo un cantautor dentro y compuse las 100 canciones de La Fuga con una guitarra acústica en casa. Ninguna en el local de ensayo y juntos. Soy una mezcla de cantautor y de cantante de rock. Los dos se pegan de hostias, pero terminan siempre tomando una birra en el bar.

Una letra antigua suya decía: "Entre Beatles y Stones, me quedo con...". ¿Con Aute, Sabina y Antonio Vega?

—(Risas). Me quedo con todo, ¿por qué no? Soy muy así, en la vida y en la música. Si hay calidad y emoción...

Lo digo porque el último disco está repleto de tiempos medios.

—Es verdad, tío. Me costó equilibrar que hubiera de todo, que no me quedara down (bajo). La gente desconoce que no decidimos qué disco hacer, que responden a un estado de ánimo y que las revoluciones personales bajan con la edad. No soy un viejuno, pero me he vuelto más reposado, como el tequila.

Pero no se ha cansado del rock ¿no?

—No, los conciertos son potentes y con una traca final que deja a la peña sacudida en su asiento. Resumiendo, hago los discos que me pide el cuerpo y mi momento vital. Y no reniego de ninguno de ellos.

¿Y sigue celebrando cada concierto como si fuera el primero?

—Claro. Empecé con el grupo Suicidio, con 14 años, y ahora, con 42, sigo con la misma pasión. En esencia, es la misma. Su pérdida sería lo peor que me podría pasar. De hecho, tengo ya prevista una gira para 2026; incluso cómo se llamará. Por eso la pandemia me frenó muchos planes. Es que soy muy disfrutón y tengo muchas balas todavía. Mi metralleta es como la de Rambo, la del pecho, cuya munición no se acababa nunca.