Cierro los ojos y rezo por la madre María Jesús Morillo Salazar (Ugao, 26-VI-1946-Loiu, 27-IX-2020), monja mercedaria vizcaina. A su vez me acuerdo de la canción Cuando un amigo se va. Tanto es así que la pincho en YouTube y veo al compositor Alberto Cortez, su intérprete, recitarla con pasión y me emociono. Dijo el cantautor argentino que escribió la canción al morir su madre, que había sido para él su mejor amiga. Qué bonita la cita para María Jesús que estará en el cielo leyéndome al lado de Dios, con el que se casó en una ceremonia íntima en la iglesia del Convento de Ibarra en Orozko, en 1968.

En verano de 1964 esta monja de Ugao tuvo unas fiebres provocadas por un virus y estuvo muy malita, tanto que los médicos que la atendieron dijeron que se apagaba. En el tiempo que estuvo ingresada en el hospital prometió a Dios que si salía de la enfermedad dedicaría su vida a él, a los pobres, a los necesitados y al cuidado de los mayores. Así fue. Promesa que cumplió.

En 1966, con 20 años, la joven ugaotarra entró en el noviciado del Convento de Ibarra, lugar especialmente bonito que se ubica bajo el espolón calcáreo del farallón de Itzina, en Gorbeia. Dos años después, en 1968, tomó los hábitos blancos de pureza y dedicación de por vida a los demás y a la fe cristiana.

En 1970 marchó a Madrid a un convento-colegio de la congregación y sacó el Magisterio. De la capital del Estado fue al colegio de las Mercedarias en Gernika-Luno, donde trabajó de 1989 a 1992. Durante ese tiempo fui dos veces a visitarla. María Jesús era muy amiga de aita, que era a su vez el cronista de la villa de Miravalles, a pesar de que se llevaban diez años de diferencia. Sin duda que la fe les unía mucho y por ello, a su vez, yo también profesé un cariño especial por la monja. De la villa foral fue al colegio de las Mercedarias de Loiu.

La madre María Jesús -curioso que le pusieran ese nombre con el que luego compaginó en la madre y en el padre- tenía un carácter fuerte, muy personal, pero si en algo podemos destacar en cuál era su primera pasión, tras la fe, era y lo fue su familia. Es difícil describirlo en estas líneas. Era su sangre y el aire que respiraba. Sus cinco hermanas, sus aitas, sus sobrinas... Se le cambiaba el color de la cara cuando les veía.

La más joven de sus hermanas era Mertxe. Cómo me acuerdo de ella cuando iba a visitarlas al convento en Orozko. Mertxe tenía síndrome de Down. Falleció hace cinco años con 63 primaveras. María Jesús veía por los ojos de Mertxe y lo mismo, al revés. Las dos eran una. Siempre cuidó de ella. Era su hermana y su ama. Allí donde fue iba con ella. Fue una vida conjunta, en armonía, en paz.

Volvamos al recorrido monacal. De Loiu marchó destinada a Lora del Río, cuidando a compañeras de avanzada edad. Hasta ese momento María Jesús portaba velo, pero en Sevilla hacía mucho calor y se lo quitó. Regresa a Loiu hasta que fallece hace pocos días, allí, en la paz de Dios, que hizo que se casara con él.

Mi informante es su sobrina Go-tzone Iglesias, amiga de toda la vida. Ayer le dije que viniera a Udiarraga Estankoa, donde escribo esto, y que me contase cosas de su tía. Ambos nos emocionamos con los recuerdos. Tomé cuatro apuntes para que puedan publicarse y quede constancia en la historia del trabajo silente que las monjas han hecho y hacen, aunque ya prácticamente aquí, no existan vocaciones.

Gotzone iba los fines de semana a Ibarra a estar con su tía. Se lo pasaba fenomenal en ese ambiente rural y dormía en la casa frente al convento beaterio, a la vera del río, que baja de Aldabide, Itzina, una surgencia que emerge en Arraba y aflora bajo las Achas. El recuerdo que guarda es el de cuando se acostaba en aquellas camas altas, con el ruido chispeante del río que balbuceaba al lado de su ventana.

Termina Gotzone diciéndome: “Iñaki, desde que tengo uso de razón y recuerdo, la tía era todo bondad”.

Goian bego, María Jesús Morillo Salazar.

Prometió dedicar su vida a Dios, a los pobres, a los necesitados y al cuidado de los mayores, y así lo hizo; promesa cumplida