el dolor más devastador, la añoranza, el sueño imposible del reencuentro... De eso va Ghosteen (Everlasting), el segundo disco de expiación de Nick Cave, su nuevo intento de conectar con su hijo adolescente muerto mediante un disco que supura espiritualidad y ternura, tanto en sus letras como en su música, alejada, parece que definitivamente, de los antaño habituales espasmos rockeros y kamikazes de su grupo, The Bad Seeds. “He encontrado la manera de escribir más allá del trauma”, admite el músico.

Aunque suene exagerado, más cuando el hecho se refiere a cuestiones absolutamente subjetivas e inabarcables, 2019 ya tiene su disco del año. Metacritic, la web que hace medias con las críticas de todo el mundo, le da un 100 sobre 100 a Ghosteen, la última lágrima sobre el pentagrama de Cave tras la muerte de su hijo Arthur, uno de sus gemelos, en 2015, tras precipitarse desde un acantilado tras engullir un ácido traicionero.

Nick Cave es uno de los músicos más inquietantes, personales y dotados de la escena rock de las últimas décadas. Esto sí es objetivo. El australiano, que se dio a conocer al frente de The Birthday Party, ha diseccionado como pocos grandes temas como el dolor, la culpa, la religión o las drogas. Y la muerte, a la que ha sobrevivido ni él sabe cómo en 35 años salvajes de música y escenarios.

Y es precisamente la muerte, que ahora vive en primera persona, la que vuelve a sobrevolar por su 17º disco junto a The Bad Seeds. Ghosteen, disponible ya en digital y plataformas de streaming desde esta semana aunque no se publicará en formato físico hasta el 8 de noviembre, parece erigirse como el cierre de la trilogía que inició con Push the sky away (2013) y prosiguió con Skeleton tree (2016), ya con su hijo muerto.

Fantasma adolescente “Todo está bien ahora”. Con este verso cerraba Skeleton tree. Como si la catarsis artística hubiera funcionado. No lo parece tras la escucha de Ghosteen, disco doble dividido en dos partes y cuyo título parte de la contracción de fantasma (ghost) y adolescente (teen). “La primera parte son los niños; la segunda se centra en los padres. Y Ghosteen es un espíritu migratorio”, según Cave, que asegura haber “encontrado la manera de escribir más allá del trauma, auténticamente, y tratando de todo tipo de temas aunque sin dar la espalda a la muerte de mi hijo”.

“Advertí que con un poco de práctica, la imaginación podría impulsarse más allá de lo personal y llegar a un estado de asombro”, indica sobre un álbum que en sus 70 minutos remite a la templanza de una de sus obras clásicas, Boatman’s call (1997). Cave se hace preguntas en el disco, mientras busca respuestas y paz, dejándonos pasmados, sin habla y con el corazón encogido mientras se van sucediendo las canciones, con los pianos y sintetizadores planeadores con ecos de David Sylvain, Sakamoto y, en ocasiones, a las pesadillas musicadas tiernas de David Lynch.

El autor desdeña del todo las guitarras eléctricas y el violín desquiciado del principal lugarteniente de Cave, Warren Ellis, único miembro de los Bad Seeds que no se revela como un mero comparsa del australiano que, entre atmósferas taciturnas, conduce con su voz profunda, versátil y repleta de matices, incluido el uso del falsete, un repertorio con escasas melodías con gancho y realzado por coros de un gospel introvertido, nada expansivo y exhuberante.

“Te amo, y la paz vendrá con el tiempo”, canta en The spinning song, en el arranque del álbum. “Mi bebé va a volver en el próximo tren, puedo oír el silbido, puedo oír el poderoso rugido”, prosigue en Bright horses, entre imágenes bíblicas de caballos brillantes y crines ardientes “en los pastos del Señor”. “Solo te estoy esperando”, clama en el excelso baladón al piano Waiting for you. En Night raid se niega a aceptar la derrota, recuerda a Vangelis entre coros litúrgicos en Sun forest y compara a su hijo con el mar, “salvaje y profundo”, antes de hacerlo con las estrellas.

El álbum, que tiene su joya en Galleon ship, con ecos de Leonard Cohen, se torna arido en su final, con un tema recitado y dos que superan los 12 minutos. En Hollywood, del que se agradece su crescendo y el bajo incansable de Martyn Casey, ofrece secuencias de incendios nocturnos, el mar de Malibú vomitando criaturas y una piscina en forma de lágrima. Y mientras sueña con poder asumir la muerte, deja versos como “queda un largo camino para que mi mente encuentre la paz” y “el pasado con su feroz resaca no nos dejará nunca ir”. !Uff! Un disco estremecedor. Otro más de Cave.