bilbao - Han pasado dos décadas desde que el músico vallecano Ismael Serrano despuntara con Papá, cuéntame otra vez, como parte de la generación de cantautores de Pedro Guerra, Javier Álvarez o Jorge Drexler. El cantante actuará hoy en el Kursaal de Donostia y mañana en Bilbao, en Euskalduna Jauregia, en la gira de presentación de su disco 20 Años. Hoy es siempre (Sony), un trabajo multidisciplinar en vivo que aúna canción, cine y teatro. “La música es precariedad, como montar en bicicleta: no puedes dejar de pedalear”, explica.

Su disco se abre con una canción inédita en la que canta “ven, deja que te vea, cómo pasa el tiempo...’.

-(Risas). Y yo cumplo veinte años de música. Me gustaría pensar que he aprendido e incorporado estilos a mi música y que he perdido solemnidad y gesto circunspecto. Era cosa de la arrogancia de la juventud. Al empezar, sientes que la industria musical es un territorio hostil ante al que hay que defenderse. Además, crees que lo sabes todo.

Grave equivocación que resuelve el tiempo.

-Hoy sé que tengo pocas certezas y que, además, es saludable que sea así.

Hablaba de lo aprendido. Lo cierto es que ha ido incorporando aires de música latinoamericana, pop, bossa, jazz y hasta hip hop.

-Puede ser causa de mi vigencia. Me gusta huir de los lugares acomodaticios y emprender búsquedas pero sin renunciar a mi propio estilo. Ofrezco una lealtad a mi forma de entender la música y el oficio. El discurso no ha cambiado en veinte años y quiero pensar que esa lealtad se premia con más lealtad por parte del público.

‘Hoy es siempre’, titula el disco. Hoy como tiempo de soñar, vivir y creer.

-Tenía también otra idea para el título, que puede parecer contrapuesta. Era Todo cambia, sacado de una canción vinculada a Mercedes Sosa. Quería rescatar la positividad del cambio. Decidí el otro porque quise reflejar la lealtad a uno mismo, la emoción y la ilusión de entender la música como una terapia y esos nervios de salir al escenario que me siguen acompañando. El empeño de la pasión y la búsqueda no cambian.

De ahí que el disco además de éxitos tenga versiones y varios inéditos.

-Me gustan los discos en directo. Recuerdo ahora Entre amigos, de Aute; Mano a mano, de Silvio y Aute; el directo en Las Ventas de Serrat, uno de Sting o los de Peter Gabriel... Se grabaron con cariño y no fueron un mero protocolo de fin de gira.

¿Cómo se pergeñó el repertorio?

-Quería hacer un repaso de canciones antiguas dándole la vuelta a los arreglos originales y con una cierta épica y carácter de celebración, pero también dejar constancia de mis inquietudes actuales con temas nuevos y reconocer mis deudas y homenajear a artistas que me influyeron como Aute, Silvio, Luis Pastor o Sabina, y a otros, como el grupo de rock argentino Divididos, que encontré en mis viajes. En Rosario, concretamente, en un garito. Conocer otras realidades, músicas y culturas es uno de los mejores regalos de la música.

Sería difícil, ¿no?

-Fue arduo, especialmente con las versiones. Se quedaron fuera algunas, ya que falta Serrat y sus Palabras para Julia. Y Sosa y Jara siempre están ahí.

Rozalén es la única colaboración del disco.

-Porque es pura verdad. Hay cantantes que transforman en verdad lo que dicen y cantan. María es así, auténtica y genuina, sin impostación.

¿Se ve ya como un icono para las nuevas generaciones de cantautores como Rozalén o Andrés Suárez?

-Me veo reflejado en ellos. Rozalén es moderna y tiene vuelo poético y social. Y Andrés sabe estar sobre el escenario y tiene mucha poética. Ambos conectan con la tradición y conmigo. ¿Ser un referente? Me cuesta verlo... Me hace sentir mayor (risas). Pero un piropo así se agradece, sobre todo si procede de gente a la que admiras.

La escenografía de la gira es muy teatral y los músicos aparecen en un nivel superior del escenario. Usted, ni los ve.

-Y supone un problema, sí. Necesito una comunicación muy intensa con mi director musical, a través de los cascos para las entradas y salidas. Es un concierto muy teatralizado, muy de musical, algo que me gustaría hacer. Ellos tocan como en el tejado de un desván, donde se va dejando lo que no usas. Así, rebusco entre objetos perdidos y rescato momentos y canciones de mi vida. Hacer teatral el concierto me divierte y le da una especie de relato, ofrece una historia aunque no sea lineal. El diálogo con el público es distinto, ya que yo hablo con una rosa (la voz de Rozalén) que contextualiza las canciones. Es un reto bonito.

Debutó con el disco ‘Atrapados en azul’. ¿Seguimos igual aunque ahora los posibles futuros gobernantes vistan de naranja?

-Estamos viviendo un importante retroceso en libertades y derechos. Y no solo laborales, con la precariedad, especialmente de los jóvenes. Es muy difícil hacer planes y, por lo tanto, es complicado ser feliz. Y ese retroceso afecta también a la libertad de expresión y al control, el empeño por modular el mensaje de los medios y las redes sociales. Es un hecho que practicamos ya la autocensura.

Su amiga Rozalén lo reconocía hace unas semanas.

-Hace veinte años era impensable algo así. Y eso que la sociedad está alerta y más pendiente que nunca. El problema es que como reacción al 15-M y a los movimientos ante la crisis se ha reaccionado con el recorte de libertades. Existe una generación joven que se siente interpelada por esta sociedad y más protagonista que nunca. Eso puede hacer que las cosas cambien a medida que crezcan.

Me habla a medio plazo, como mínimo. ¿Y ahora, la izquierda ni está, ni se la espera?

-(Risas). Por eso digo que espero no lleguemos asfixiados. La izquierda está en revisión permanente, repitiendo los errores de siempre y cuestionándose los unos a los otros. Hay un cierto desconcierto en la izquierda al replantearse su papel y discurso. Y mientras tanto, suceden cosas terribles.

¿Se ha planteado que ya le queda menos para que le pidan en casa aquello de ‘Papá, cuéntame otra vez’?

-Sí, claro. Y mi generación no ha sido capaz de construir un debate propio. Nuestros padres y madres, sí, al igual que las generaciones más jóvenes aunque sin épica. Ellos son protagonistas ya de un relato efervescente. Espero poder contar a mi hija que al menos lo intenté.

Y mientras tanto, a seguir buscando canciones, como canta usted.

-La carrera del músico es una búsqueda eterna, de la canción definitiva que te defina y de una voz y un universo propio.

La carrera, que dicen los anglosajones.

-Eso. Y la sensación que tengo es que la música es como montar en bicicleta, que no puedes dejar de pedalear nunca. Yo siento su precariedad. Es algo común a todos los artistas, pero en la música hay un movimiento constante que no te permite relajarte. Y es algo que está bien, en cierto sentido.