barakaldo - Si cerrar su gira en septiembre en el Royal Albert Hall es “un puto sueño” para Fito, celebrar noches como las de este fin de semana en el BEC es una recurrente realidad. Unos 30.000 fans apasionados se dejaron la voz en dos conciertos intergeneraciones con unos Fitipaldis más rockeros que nunca liderados por un Fito rodeado de amigos músicos y que alió sus éxitos con guiños a Platero y Tú en dos veladas inolvidables, preñadas de exaltación y emoción.
El BEC es el Albert Hall para Fito. Su casa, a la que invita a miles de personas para disfrutar de unas canciones que ya no son solo suyas. Al bilbaino se le quedó pequeño el rock, el r&b y el boogie de Platero y Tú, y optó por abrir su campo de visión más allá de Leño, Clapton, AC/DC o Rory Gallagher. Y ahí sigue, 20 años después, pequeño pero muy grande, más cerca de Dire Straits o Springsteen. Y mazas, todo fibra, regalando sonrisas y melodías más abiertas, de esas mayoritarias que enganchan a txikis, jóvenes, matrimonios y hasta sesentones.
La del viernes, su primera noche, volvió a constatar su gancho. Fue verle, a las 22.30 horas, y una enorme sonrisa, con el consiguiente grito de júbilo, inundó el BEC. Aterrizó con la faz más directa, eléctrica y rockista de Fitipaldis tras la baja del teclista Joserra Senperena. Y también gracias a su cercanía, humildad y capacidad de entrega. A esa sencillez que le aleja del boato de la estrella del rock y permite que el público se vea reflejado cuando le canta a sirenas (o macarras) que te desvalijan la cartera por amor, a la necesidad de arriesgarse y equivocarse si se desea vivir a tope o a emborrancharse para olvidar los traumas diarios.
Fito hace canciones como la inicial Siempre estoy soñando para estar con esos fans que le recibieron tras un video animado donde unos Fitipaldis zombies tocaban en un cementerio con un fondo musical a lo Tarantino. Y arrolló desde el primer riff, tan profesional como cercano, en el centro del escenario, con un sonido atronador pero cristalino, un efectivo juego de luces y cero efectismos y trucos, confiando en sus canciones.
Fito prosiguió la primera parte con Un buen castigo, a lomos de rock sureño alentado una guitarra con reminiscencias a Knopfler, con un gran letrero luminoso con el nombre de la banda detrás y la ayuda de dos pantallas de video. “Vamos a cantar, bailar y pasarlo bien”, gritó Fito, con gorra, vaqueros, crucifijo y perilla de chivo, antes de interpretar Por la boca vive el pez, con el público como segunda voz del karaoke masivo.
Me equivocaría otra vez sonó con los ecos western de la guitarra (una de las muchas) de Carlos Raya, melenudo, virtuoso y ataviado con una camiseta rockista de Sun Records. Climent al bajo y Griffin a la batería sonaban como un metrónomo, puro sentido del ritmo, cuando cayó el boogie etílico de Los Secretos Quiero beber hasta perder el control, cantado (ejem) hasta por los más txikis. El baladón Donde todo empieza fue mecido por las luces de los móviles y el saxo del elegante Alzola, con sombrero y cada vez más en el papel del Clarence Clemons populista.
ayuda de los amigos Tras la versión de Todo a cien, de La Cabra Mecánica, y Garabatos, a los 50 minutos, comenzó la parte más divertida e inolvidable de la noche. Empezó con la participación de Muchachito, hombre orquesta telonero de la gira, el “primo” de Fito, “una alegría en el escenario y el camerino”, con el que tocó, en trío con Alzola, en acústico y sentado. No se pudieron divertir más con el country/blues No soy Bo Diddley y la rumbita Me tienes frito.
Después, turno para “dos grandes y viejos amigos”, el cantante y el guitarrista de Gatibu. Alguno se sorprendió con la introducción de Fito (”txoko txiki bat zara, edur artien lotan zagoz...”) en euskera de Urepel, canción que compartieron en 2002. Supo aguantar el tipo, incluso ante la voz dominadora de Alex Sardui, antes de quedarse sin palabras al presentar a Iñaki Uoho, exguitarrista de Platero y Tú.
“Fue un placer tocar con él, lo será siempre”, le presentó antes de evocar los riffs que dejó AC/DC en su día en el BEC con el rescate de Hay poco rock’n’roll, con Uoho jugando en su solo a ser Angus Young. Ahí se produjo la imagen de la noche, la de ambos Plateros unidos, cada uno al lado del micrófono, volviendo a tocar y disfrutar juntos. “Y con esta, que se caiga el BEC”, tronó Fito antes de interpretar El roce de tu cuerpo, la más coreada (hasta la ronquera) del repertorio.
fiesta final Un largo abrazo de despedida entre los viejos amigos fue el preludio de un final de infarto. Bajó el tempo con Entre la espada y la pared y en La casa por el tejado, con un metafórico fundido en las pantallas de video del rockero y el público, y el batería desmadrado, a lo Max Weimberg, dando paso a Antes de que cuente diez con Alzola en plan estrella.
En el bis confluyeron todas las emociones, carreras y saltos de Fito y su banda. Rescató, tras década y media, Rojitas las orejas. Sentado al borde del escenario, no necesitó nada más que dos focos, una cristalina guitarra acústica y su voz para encandilar a la peña. Esta, desaforada, sacó los móviles para acompañar Soldadito marinero (”una nueva”, la presentó) y la cantó como si le fuera la vida.
Otro rescate de Platero, Entre dos mares, que sonó mucho a Springsteen, precedió a la despedida con Acabo de llegar, que dedicó a La Cuadri del Hospi, la asociación de niños enfermos de cáncer. La respuesta fue otro karaoke entre un mar de brazos, con un Fito emocionado que abrazó a músicos y colaboradores en la despedida. Si le hubieran dejado, lo hubiera hecho con su público, uno a uno. Porque el BEC es su Royal Albert Hall; y él lo seguirá visitando para cantar mientras le aguanten los huesos.