Bilbao- Pintaba como escribía. Para encontrarse, para reencontrarse. Henri Michaux (Nemur, Bélgica, 1899 - París, 1984) empezó a alternar el pincel y la pluma casi con cuarenta años. Una década antes no le interesaba para nada la pintura. Le molestaba más bien: “Apartaba los ojos de ella”, confesó él en una ocasión. Pero, una exposición de Paul Klee le dejó mudo.

Michaux abandonó sus estudios de medicina a los 20 años y se embarcó en un mercante hacia Sudamérica. Dos años después volvió a su detestada Bruselas y la lectura de Lautréamont le incitó a escribir. En 1924 se instaló en París; del surrealismo solo le interesaba Paul Klee.

“Empecé a pintar a mediados de la década de 1930, en parte como consecuencia de una exposición de Klee a la que asistí, y en parte a causa del viaje que hice a Oriente. En una ocasión, estando en Osaka, le pedí a una prostituta que me orientara y, para indicarme, me hizo un dibujo adorable. En Oriente todo el mundo dibuja”, confesó en una entrevista.

En 1955, no paró de experimentar, incluso con sustancias alucinógenas, bajo la supervisión del neurólogo bilbaino Julián de Ajuriaguerra, pero no de forma hedonista, sino con vocación exploratoria y científica, para “sorprenderse” de las representaciones que surgían de los estados de conciencia alterados.

El Guggenheim ha organizado la exposición Henri Michaux. El otro lado, en colaboración con los Archivos Michaux de París, que abarca sesenta años de su actividad creativa y da cuenta de las series y periodos más importantes de su trabajo. La retrospectiva incluye más de 200 obras y fue presentada ayer por el director del Museo, Juan Ignacio Vidarte; el comisario de la muestra, Manuel Cirauqui, y el director de los Archivos Michaux, Franck Leibivici.

Henri Michaux está considerado una figura inclasificable de la literatura y las artes del siglo XX, descrito en ocasiones como “poeta de poetas” y “pintor de pintores”. Produjo febrilmente miles de obras sobre papel de las que hoy apenas se alcanza a conocer la totalidad. Henri Michaux: el otro lado proporciona una mirada panorámica en torno a tres grandes bloques temáticos: la figura humana, el alfabeto, y la psique alterada. Las piezas están acompañadas de documentos y objetos que pertenecieron al artista, como estatuillas adquiridas en sus viajes por el mundo o instrumentos musicales.

recorrido La exposición recorre desde las primeras obras de Michaux, sus “fondos negros”, pasando por los “frotagges” -obras en las que pone objetos bajo el papel y frota hasta que aparecen formas- hasta llegar a los “dibujos mescalínicos” y la última etapa en la que el artista trabajó sobre lienzo y realizó obras en color.

Por supuesto, no faltan los dibujos eléctricos ejecutados bajo los efectos de la mescalina. La empezó a tomar en los años cincuenta. Lo mismo que el peyote y el hachís. “Para que la mescalina produzca su efecto”, afirmaba, “es necesario que encuentre vías ya trazadas, es decir, una disposición natural a la ensoñación”. Y sin duda, Michaux la tenía.

Deslumbrado ante las mutaciones psíquicas y sensoriales que generaban las sustancias psicoactivas, decidió explorar sus efectos en detalle, llevando a cabo numerosas sesiones hasta principios de los años sesenta. De ellas dio cuenta en conocidas obras literarias, como Miserable milagro y El infinito turbulento. Pero Michaux también quiso plasmar esas sensaciones en un gran número de minuciosos dibujos.

Tanto estas obras gráficas como las literarias le encumbraron como figura tutelar de la incipiente cultura psicodélica y la mística underground, aunque él dejó escrito como advertencia para los que pudiera venirles la tentación de juzgar en adelante su trabajo como la obra de un drogado, “que pertenezco más bien al tipo de bebedor de agua. Jamás licores ni excitantes y, desde hace años, ni café, ni tabaco, ni té. Tomar y abstenerse, sobre todo abstenerse. La fatiga es mi droga, para quien le interese”.

fantasmismo Él mismo confesaba que la única corriente pictórica a la que se podía adscribir era el fantasmismo, un movimiento imaginado por el propio Michaux para describir su arte de seres y retratos indefinidos.

El director de los Archivos Michaux explicó ayer cómo trabajaba el artista: echaba el pigmento sobre el papel y esperaba a que “apareciese” una forma, que después intentaba “fijar” con unos trazos. “No preparaba lo que iba a hacer, sino que se ponía en disposición de lo que iba a suceder sobre el papel”, señaló por su parte el comisario Manuel Cirauqui. Para transmitir la idea de cómo trabajaba el artista en su estudio, muchos de los dibujos expuestos se muestran sin enmarcar en vitrinas.

La exposición contiene una amplia presencia de los experimentos caligráficos de Michaux, quien estuvo también fascinado por las escrituras orientales y especialmente por los ideogramas chinos. El artista trabajó desde sus inicios en la creación de alfabetos inventados.

Murió en 1984, llevó siempre una vida retirada, lejos de cafés y escuelas literarias. No concedía entrevistas y odiaba la vida social, aunque tuvo siempre una gran influencia entre los artistas y escritores de su tiempo, y fue celebrado por figuras como el escritor francés André Gide y por el pintor británico Francis Bacon. ¿Pintor o poeta? En cualquiera de estas dos facetas por separado Henri Michaux merece ocupar un lugar internacional de privilegio. - DEIA

60 años de trayectoria. Esta exposición, organizada en colaboración con los Archivos Michaux de París, abarca sesenta años de actividad creativa y da cuenta de las series y periodos “más importantes” de su trabajo.

Más de 200 piezas. A través de más de 200 piezas, documentos y objetos del artista, ‘Henri Michaux: el otro lado’ proporciona una mirada panorámica en torno a tres grandes bloques temáticos: la figura humana, el alfabeto, y la psique alterada.

Abierta hoy al público y permanecerá en Bilbao hasta el 13 de mayo.