Deep Purple, humo púrpura en un BEC entregado a la nostalgia del rock
La legendaria banda encandiló con sus canciones legendarias y el himno del Athletic a unos 4.000 seguidores
bilbao - La trascendencia histórica de sus himnos y la posibilidad real de que fuera la última vez que actuara en directo en Euskadi, dado que esta gira lleva el título de The long goodby Tour y el disco reciente, inFinite, provocó que casi 4.000 rockeros acudieran anoche al BEC para mostrar respeto a Deep Purple, icono del hard rock y una banda todavía más que solvente en directo a pesar de la edad septuagenaria de sus miembros históricos. La aportación de los nuevos, a la guitarra y teclados, con cierta deriva sinfónica, resultó apabullante y vital en una anoche en la que sonaron también Agate Deuna y el himno del Athletic.
Entre la lucha contra la nostalgia, ofreciendo todavía canciones nuevas procedentes de discos grabados en el siglo XXI, pero rindiéndose a la evidencia finalmente y renunciando a la pelea ante el deseo irrefutable de sus fans de escuchar sus clásicos de los años 70. Así se presentaron los Purple ayer en el BEC, con una respuesta ambivalente que pareció dejar satisfechos a todos, encima y debajo el escenario, respectivamente, ante una audiencia mayoritariamente masculina, madura y rockera.
Como si hubieran peregrinado desde el reciente Azkena Festival, a las 21.30 horas observaron cómo la gran pantalla situada tras el escenario (secundada por dos laterales) anunciaba el inicio del ritual con una recreación de la portada de su disco In rock, en la que los músicos actuales aparecían esculpidos en un glaciar (remitiendo a la iconografía de inFinite) en lugar de en la roca del monte Rushmore y en sustitución de varios de los presidentes de USA.
Deep Purple es un grupo valiente y refractario a vivir de las rentas. inFinite, su nuevo y más que solvente disco, resiste el peso granítico de su historia, sin salirse demasiado del guion pero aportando solvencia, sabiduría y una ejecución incuestionable. Por ello, su apertura, Time for Bedlan, inició el concierto, con un salmo casi litúrgico de Ian Gillan que dio paso a un trallazo de hard rock clásico y del bueno.
La garganta del vocalista no sonó tan poderosa a sus 72 años como el Popeye de su camiseta, pero incluso se atrevió a conjurarse con su juventud con Fireball y Bloodsucker, donde se permitió alguno de aquellos míticos gritos legendarios (con la cima de los agudos ya a medio camino) de los 70, que despertaron al público. El quinteto se mostró siempre bastante estático en un escenario amplio y libre de monitores, situados tras la banda, al igual que la amplia pantalla, que permitió seguir las evoluciones de los músicos (teclados y mástil de guitarras, principalmente) en primer plano, entre proyecciones de cascadas de agua, rostros femeninos, imágenes de nubes y del espacio y formas geométricas.
Las luces resultaron solventes, sin efectismos epatatantes y siempre en segundo plano, solo para subrayar lo realmente importante: la música y las canciones. Apoyados en un sonido contundente y con matices, los Purple fueron alternando el repertorio más actual con los rescates del pasado, pivotando sobre una sección rítmica apabullante formada por Ian Paice, con coleta y gafas de sol, a la seca batería; y Roger Glover, con pañuelo al pelo, al bajo.
La comercial y melódica Johnny´s band y la exótica The surprising, con un riff templado inicial muy a lo Metallica y constantes cambios de ritmo, resaltaron entre los temas recientes, que tuvieron el contrapunto de clásicos como Strange kind of woman y un Lazy con Gillan a la armónica, donde se lucieron (como en casi todo el repertorio) el guitarrista Steve Morse y el teclista Don Airey, dos virtuosos que utilizaron sus múltiples solos (con aportaciones propias, sin buscar calcar las líneas melódicas de los insustituibles Ritchie Blackmore y Jon Lord, y a veces retándose en duelo) para dar descanso al vocalista y orientar el sonido hacia territorios sinfónicos, caso de Uncommon man.
un riff mítico Con la nueva pareja tirando del grupo, especialmente Airey, que mezcló ruidismo con un guiño muy celebrado a Agate Deuna y al himno del Athletic en la larga introducción al ochenteroPerfect strangers, los Purple encarrilaron la noche con Space truckin’ (el “come on, come on” de Gillan mantuvo el tipo), que precedió al momento esperado de la velada, el riff mítico que introdujo un compartido Smoke on the water, con el humo púrpura de la nostalgia cayendo sobre el BEC.
Y llegó el largo y socorrido bis, con el corazón encogido al ser conscientes de que echaríamos en falta Child in time y Highway star. En su lugar, dos versiones: un Peter Gunn de Mancini en el que Airey jugó a ser Keith Emerson; y después Hush, con su popular “la, la, la” coincidiendo en la pantalla con explosiones coloristas. El agur, con Glover exigiendo minutos de gloria al bajo y Gillan repuesto tras tanto despliegue instrumental, llegó con otra leyenda juvenil, Black night, broche de oro de un concierto más que notable que el público puede que recuerde en el futuro como el último de esta banda mítica en suelo vasco.