bilbao - Medio siglo de carrera, más de quinientas canciones y ventas superiores al centenar de millones de discos avalan la trayectoria de Salvatore Adamo, un clásico de la canción romántica que ofrecerá un concierto el domingo en Euskalduna Jauregia, con patrocinio de DEIA.

Supongo que no necesitará cantar para vivir. Tiene una canción titulada ‘Es mi vida’. ¿Lo es la música para usted?

-Ese tema se lo dediqué a la gente y en él cuento mi historia de tantos años con el público. Ahora, con los años, me siento más en mi elemento que nunca en el escenario. Más que fuera, en mi vida cotidiana.

Deduzco, entonces, que necesita cantar para vivir.

-Sí, es como mi carburante.

¿Pensó de niño, cuando escuchaba a Brassens, que viviría tal éxito?

-Él, Leo Ferré y Jacques Brel fueron mis maestros. Cuando tengo ganas de escribir, oigo sus canciones porque son universales y no están pegadas a una época. Siempre suenan pertinentes.

Su padre fue minero. ¿Soñaba con cantar y huir de ese duro oficio?

-Mi padre trabajó mucho para evitar que yo lo fuera y fue una suerte porque es una profesión muy digna, aunque dura y casi inhumana. Apenas puedo imaginarme cómo se trabajará a 800 metros bajo tierra.

¿Cómo se logra sobrevivir a las modas durante medio siglo en algo tan voluble como la música?

-Tratando de no seguir las modas, aunque hay sonidos jóvenes que me gustan y los adapto a mi estilo. Yo me baso en la sinceridad, trato de ser honesto, ser yo mismo, sin cambios sobre o fuera del escenario. Trato de aparecer sin disfraces.

Ha cantado más de 500 canciones. ¿Qué las hace eternas?

-(Duda). Es el público el que decide, pero para lograrlo creo que debe nacer de mi corazón y llegar al de la gente. Si es el caso, el público se da cuenta.

Siempre le ligan con la canción romántica, pero usted tiene también temas bastante comprometidos con el ser humano, como ‘Manuel’ o ‘Vladimir’.

-Tiene razón, no vivo en una nube sino en la Tierra y sé exactamente qué pasa aquí, eso acaba marcando algunas canciones. Mi último disco en francés lo grabé una semana después del ataque a la revista Charlie Hedbo. Allí, me preguntaba si se podía seguir cantando al amor. Mi conclusión es que ahora, más que nunca, debe hacerse.

De raíz siciliana, es ciudadano belga y se le considera un cantante francés. ¿Es usted el ejemplo del ciudadano del siglo XXI?

-Soy europeo y lo practico desde hace más de medio siglo, ya que hablo alemán, español, francés, inglés, flamenco? Es mi manera personal de vivir un continente que debe encontrar una mentalidad común, ya que solo hemos trabajado la unión militar y económica.

Imagino que el ‘Brexit’ y el regreso de Gran Bretaña a la insularidad le parecerán un retroceso, ¿no?

-Totalmente. Vivimos un momento totalmente retrógrado.

¿Y el ‘America, first’, de Donald Trump? Suena similar ¿no?

-(Risas). Estoy esperando y confiando, creo que casi como todos, que Trump no haga las tonterías que le han llevado a la presidencia. Tenemos miedo de él, millones de personas, y confiamos en que el Congreso de su país controle alguna de sus tentativas más irreflexivas ligadas al racismo y a un retroceso social.

Su familia tuvo que emigrar a Bélgica y creo que tuvieron que vivir en unos barracones. No han cambiado tanto las cosas en este siglo.

-Cierto. Mi padre emigró de Sicilia a Bélgica a la búsqueda de una vida mejor porque no podía dar de comer a su familia. Ahora, la situación es peor, ya que se huye para no morir. Todo el mundo debe tener una vida decente. Escribí una canción titulada Emigrantes, pero no la grabé.

¿Por qué?

-No quiero parecer oportunista. Y por una cuestión de pudor. Si el mundo sigue igual, quizás lo haga con algunos compañeros músicos.

¿Tiene arreglo el ser humano o es su peor enemigo?

-(Risas). Lo podemos ser, sí, porque no tenemos respeto por el otro. Todos somos el otro de uno mismo. Y los defectos son de las personas, no de las comunidades, por lo que no se debe atacarlas.

Escribió una novela y un libro de poemas. ¿Qué buscaba?

-La canción te limita en sus tres o cuatro minutos; no sucede lo mismo con el libro. En mi novela hice un homenaje a mi padre, amigos y familia, dando detalles sobre, por ejemplo, el trabajo en la mina.

¿Sigue siendo embajador de Unicef?

-Siempre. He realizado misiones en Afganistán, donde llevamos doce millones de dosis de medicamentos contra la poliomielitis, y también en Kosovo y Vietnam. A los niños le faltaba vitamina D y se quedaban ciegos.

¿Qué veremos en Bilbao?

-Cantaré las canciones que todo el mundo espera, la mayoría de ellas en español. Serán algo más de un veintena en castellano y media docena en francés.

Además de amor, ¿habrá compromiso? ¿Cantará ‘Inch’Allah’?

-Claro, ahora reflejo en ella el dolor de todos en esa guerra. No podemos obligar a Palestina e Israel a amarse, pero sí a que vivan en paz y con cierto respeto mutuo.

¿Hay jóvenes en sus conciertos?

-En los últimos años, sí. Ellos necesitan también amor, dulzura y ternura, pero lo expresan con más distancia e ironía.