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“Hacer cine y programarlo son dos idiomas diferentes”

Oskar Alegria presenta la aclamada ‘Emak Bakia baita’ en el Reino Unido

“Hacer cine y programarlo son dos idiomas diferentes”

Mánchester - Oskar Alegria (Iruñea, 1973) siempre recordará a aquel bobby que le preguntó, contrariado, si era un artista. “No lo sé? No. No soy un artista”, respondió, confuso. Se encontraba dentro de una cabina típica londinense. Llevaba cuatro horas tomando fotografías con el emblema turístico por excelencia como marco, cuando se le acercó el policía británico. “Fue mi primer crítico de arte -señala-; por primera vez me planteé si lo que estaba haciendo podía calificarse como arte. Lo inexplicable ante el orden, personificado este en aquel agente. Eso es para mí el arte, algo casi delictivo”, reflexiona. “Si la policía te pregunta qué estás haciendo, es que vas por buen camino”, apostilla con ironía. Eso sí, cuando le llevaron a comisaría en Roma y Tokio por el mismo motivo -tomar fotografías para su proyecto Ciudades visibles, lo tuvo claro: “¡Soy artista! ¡Soy artista!”, admite que exclamó.

Este “bautismo artístico” fue el fruto de una estancia sabática por el mundo, después de su periodo de trabajo en Euskal Telebista. “Fue una escuela de ritmo y agilidad, pero al cabo de un tiempo sentí que necesitaba crear algo propio, personal”, explica.

Alegria guarda algunas buenas anécdotas de aquel periplo, como aquella vez que conversó con una señora que llamó a la cabina desde la que estaba tomando sus (para algunos sospechosas) fotografías. “Ella quería saber quién le había llamado de aquella cabina. Al final, éramos dos aburridos conversando, ¡y descubrimos hasta quién le había llamado!”, recuerda. Las cabinas también le dieron algo de cambio. “No se imagina la de monedas que recopilé”, apunta.

Un cineasta “sin oxígeno”

El autor de la aclamada película Emak Bakia baita (2012) viajó la semana pasada a Reino Unido para presentar la cinta. Primero lo hizo en el centro de cultura y ocio HOME de Mánchester, en colaboración con el Instituto Cervantes, el Instituto Vasco Etxepare y la Universidad de Liverpool. En esta última ciudad también se proyectó su particular homenaje a Man Ray y a la enigmática casa Emak Bakia. El cineasta participó en las jornadas Hibridación y nuevas redes: las intervenciones críticas contemporáneas, organizadas por la Cátedra Manuel de Irujo. En las mismas también tomaron parte los escritores Harkaitz Cano e Ixiar Rozas, así como el crítico de arte Peio Aguirre.

Alegría considera “un gran regalo” el recorrido que le llevó hasta la casa que aparece en el filme original Emak Bakia (1926), de Man Ray. “Me embarqué solo en esta aventura. Fue un proyecto que acometí sin subvenciones ni un gran equipo”, comenta el director navarro, quien dice pertenecer a esa clase de cineastas “sin oxígeno”, cual alpinista intrépido del celuloide. Con todo, el periodista se confiesa un “intruso” en el cine.

Después del éxito de su debut en la gran pantalla, dice tener muchas ganas de rodar otra película, si bien reconoce sentirse presionado, principalmente por él mismo. “Hay quien me ha dicho que Emak Bakia baita tendría que haber sido mi tercera película: debería haber hecho dos menores antes de consagrarme con ella”, apunta entre risas. “En realidad, no tengo por qué hacer otra película”, contrarresta.

Punto de Vista

El pasado febrero culminó su tercer año como director artístico de Punto de Vista, el Festival de Cine Documental de Nafarroa, que ha cumplido su décimo aniversario y goza de muy buena salud. “En esta edición hemos batido récords de audiencia y proyección mediática”, se congratula Alegria.

En su programa contaron con la que se considera “obra cumbre del cine experimental”: La région centrale (1971), de Michael Snow. Este director nonagenario programó una cámara robotizada y dejó que esta grabara el desierto en Quebec durante tres días, desde ángulos imposibles para el ojo humano.

El resultado, una película de tres horas de duración. “Es un pulso que invita a divagar, a volar”, describe Alegria, a quien le gusta medir el éxito de una película de acuerdo al número de espectadores que abandona la sala antes de que el filme en cuestión termine. En el caso de la cinta de Snow, tan solo diez personas abandonaron antes de tiempo la sala. “El resto -150 espectadores- vio la película al completo y se quedó a la charla con el director -de una hora de duración- que siguió a la proyección”, recalca.

Su contrato como director artístico de este festival expirará el año próximo. Habrán sido cuatro años intensos, de mucho trabajo. Admite que ver unas 700 películas al año “te da buenas ideas, pero también pierdes frescura. Algunas se olvidan rápido -sobre todo si son malas-; pero llega un punto en que te pueden contaminar”. En su opinión, la producción y programación de cine “son dos idiomas diferentes”, a duras penas simultáneos. “Hay programadores cineastas, pero no les salen bien las películas”, sostiene.

Por eso, siente que ha llegado el momento de “resetear” y ver qué le deparará el destino en su próximo viaje sin oxígeno.