Bilbao- Se encuentra a las puertas de cumplir medio siglo esperando, ansioso, que se abra el telón en cada función. Josep María Pou (Mollet del Vallés, Barcelona, 1944) cambió los micrófonos de la radio por las tablas del teatro, consagrándose a él en cuerpo y alma. Desde ayer y hasta el sábado pisa el escenario del Arriaga, el lugar donde confiesa haber vivido “muchos de los grandes momentos de mi vida y mi carrera”. Esta vez lo hace convertido en Sócrates, bajo la dirección de Mario Gas, para dar “una lección de honestidad” encarnando a un hombre que fue juzgado y condenado por la misma democracia en la que tan firmemente creía.
Comienza la obra asegurando que la historia le atribuye una frase que ni siquiera llegó a pronunciar: el famoso “solo sé que no sé nada”. Anécdotas aparte, no hay mejor manera de condensar la manera en la que Sócrates veía la vida.
-Exacto, nos habla de su constante búsqueda del conocimiento. Es cierto que en un momento de la función Sócrates dice que es una frase que él no dijo en esos términos sino más bien dijo que “todos esos presumen de saber sin saber nada, mientras que yo siempre fui consciente de mi ignorancia”. Él mismo asumía que no lo sabía todo y el simple hecho de ser consciente le hace mucho más sabio que aquellos que creen que lo son.
¿Este Sócrates que desnuda sus pensamientos ante el público es más ciudadano que filósofo?
-Hay gente que piensa que como hablamos de Sócrates vamos a meter un rollo de filosofía. En ese sentido, el subtítulo dice mucho de la manera de entender al protagonista porque se habla de un ciudadano comprometido que es parte de la comunidad. Curiosamente, el otro día en Sevilla se me acercó una señora que me preguntó por la función. Cuando le comenté que estaba haciendo Sócrates me dijo que debía ser para intelectuales y no la iba a entender, pero le respondí que era una obra que hablaba sobre nosotros mismos. Al terminar una de las funciones, vi a una señora que avanzaba aplaudiendo por el pasillo del patio de butacas y resultó que era ella. Fue emocionante.
Resulta terrible ver cómo ese ciudadano es juzgado por una democracia en la que él cree.
-Es verdaderamente terrible que sea llevado a los tribunales por pequeñas envidias. Él no cobraba nada por compartir sus conocimientos, mientras que otros amasaban grandes fortunas y eso hacía que quedaran en evidencia. Pero por encima de todo, su proceso estaba guiado por el poder, que quería quitarse del medio a un tábano que no hacía más que picarles. Una de las acusaciones que le hicieron fue la de corromper a la juventud con ideas que ellos consideraban malas, pero lo que realmente les decía era que no se creyeran a pies juntillas las verdaderas oficiales sin preguntarse el porqué. Y es cierto que esa misma democracia que defendió y ayudó a crear fue la que le llevó a la muerte. No obstante, consiguió darle la vuelta con esa increíble lección final de honestidad que dio al asumir la pena de muerte que dictaban las leyes frente al delirio del resto, que sabía que las leyes eran tan flexibles y papel mojado como lo son ahora. Ese ser consecuente consigo mismo es lo que más emociona al espectador.
Pese a sus más de 2.000 años, el argumento no podría resultar de mayor actualidad.
-Resulta curioso porque cuando Sócrates nombra los tres males de la democracia -ocultación, corrupción y partitocracia- se hace un silencio y el público se queda diciendo como: anda, si esto me suena. Y hay casi hasta risas a veces porque ven en la historia que contamos un reflejo de todo lo que está pasando ahora y vemos a diario en los medios de comunicación.
¿Quiénes cree que son los Sócrates de hoy en día?
-Diría que en los últimos años se encuentran varios Sócrates, por ejemplo, en el ámbito de la investigación periodística y de la denuncia. Pero donde al final más existen es en la calle. Los Sócrates de hoy en día son seres anónimos, personas de las asociaciones vecinales, esos grupos que se reúnen para ayudarse en los desahucios, la gente que se planta con cuatro pancartas delante de un ayuntamiento... todos ellos son los que siguen empujando para que se encuentre respuesta a muchas cosas.
“El teatro es una tribuna desde la que hacer pensar al público”, dice.
-Y también para reflexionar sobre uno mismo. Esa es mi manera de entender esta profesión. Si me dedico a esto es porque creo que cada vez que la gente acude a un teatro y te entrega su vida durante dos horas para que tú se la llenes, esa generosidad no puedes desaprovecharla. Hay que intentar que se vayan a casa siendo mejores personas, más ricos en pensamiento y reflexionado sobre algo. Esa es la finalidad con la que he elegido y elijo todos mis trabajos.
¿Las obras que ha llevado al teatro son, por tanto, aquellas que le gustaría disfrutar como público?
-Por supuesto, creo que no hay mejor manera de expresarlo. Cuando leo un proyecto o varios, me decido por aquel que me gustaría ver como espectador y del que saldría conmovido.
En dos años cumplirá 50 años sobre las tablas. ¿En la piel de qué personaje le gustaría celebrarlo?
-No lo sé. Nunca he querido interpretar un personaje en concreto, salvo cuando comencé y quería hacer Cyrano de Bergerac porque me entusiasmaba; pero fue pasando el tiempo y no llegó. He tenido la oportunidad de hacer grandísimos personajes y entre ellos uno con el que todo actor sueña: el rey Lear. Precisamente, es muy especial porque lo hice hace doce años con Calixto Bieito, el nuevo director artístico del Arriaga. Más que personajes que me lleven al lucimiento personal, yo busco historias que me conmuevan. En definitiva, leo muchas cosas siempre con la curiosidad de encontrar más una buena historia que un buen personaje, pero aún no sé cómo celebraré los cincuenta años.
Lo que sí ha celebrado son los 70.
-A la vez que Sócrates, además. Cuando estrené la función tenía la misma edad real que tenía Sócrates en el momento de su muerte y es la primera vez que me pasa algo así. Cumplir 70 años me produjo una sensación extraña porque pensé: ¿de verdad soy tan viejo como él?
Y ahí vino la reflexión...
-Sí, ese siete me hizo pensar.
¿Sobre empezar a decir adiós a los escenarios de teatro?
-Exacto. No lo había pensado nunca y mentiría si dijera que me voy a retirar, pero es la primera vez en que he pensado que debería aflojar un poco mi ritmo de trabajo. Ya sé cuáles serán mis siguientes dos espectáculos, pero mi vida personal empieza a pedir más sitio y eso es algo que me ha ocurrido ahora. De todas formas, me gusta vivir aprendiendo, como si a mis 71 años aún tuviera 18.