durango - Bregado en mil batallas, curtido en decenas de proyectos -la mayoría culturales-, curioso insaciable, reflexivo y mordaz, Leopoldo Zugaza (Durango, 1932) sigue manteniendo el pulso de las cosas y gusta de llamarlas por su nombre. Su perfil afilado y sus diminutos ojos, escudados tras los cristales de unos anteojos finos, anticipan rigor. Con gesto grave y verbo suelto, Zugaza viaja al pasado para recordar los años primigenios de un proyecto que pasó de ser eventual a convertirse en piedra angular de la cultura vasca. No hay acritud en sus palabras, pero mantiene una “actitud crítica” hacia la feria. Él recuerda que en 1935 se organizó en Gasteiz una especie de simulacro de Azoka, de la mano de Eusko Ikaskuntza, pero tuvieron que pasar treinta años para que se organizara otra, más consistente, en Durango.

Para hablar de la Azoka, primero hay que referirse a Gerediaga, ¿no?

-Sí. Gerediaga se oficializó en 1966, aunque llevábamos años promoviendo la asociación. La feria fue nuestro primer proyecto importante.

Y surgió en un momento complicado.

-Sí, pero nunca estuvimos en peligro real, porque éramos muy cautos y muy responsables. La supervivencia de Gerediaga era más importante que una acción concreta. Si un evento o una actuación ponía en peligro a la asociación, no se hacía.

Se transformó en pocos años en la piedra angular del Duranguesado.

-Gerediaga adquirió un prestigio tremendo. Incidíamos en temas importantes. Intervinimos en la creación de la Mancomunidad, en el Plan Comarcal de Urbanización, etc... Todos los años reuníamos a los alcaldes de la comarca para, de alguna manera, leerles la cartilla; siempre de manera cortés, claro.

¿Existía la necesidad de disimular algunos objetivos de Gerediaga con otros proyectos paralelos?

-No, porque en la mayoría de los casos lo que hacíamos era lo que queríamos hacer. Éramos cautos.

¿Por qué abandonó la asociación?

-Abandoné Gerediaga cinco o seis años después de dejar la dirección de la Azoka, pero no me fui por líos ni por discrepancias. Me fui porque queríamos fundar una ikastola en Durango y porque quería que nadie involucrara a Gerediaga en ese tema, para que no hubiera problemas con la autoridad, que aún era reticente al tema de ikastolas.

La labor de Gerediaga va más allá de la Azoka, aunque parece que en los últimos años este propósito es el que copa la mayor parte de sus esfuerzos. Usted se ha mostrado crítico con este tema...

-Gerediaga no es solo la feria del libro. Era otra cosa, y me parece que se está quedando en eso, olvidando que sus objetivos se extienden a la problemática de toda la Merindad.

¿Sigue acudiendo con frecuencia a la Azoka?

-Estos últimos años he ido porque saco un boletín con un texto que me prepara Juan Luis Zabala sobre todo lo que se ha publicado en euskera el año anterior. Regalo el boletín en la feria, lo reparten mis nietos y voy allí con ellos, miro un poco los estands... pero es muy incómodo. La cantidad de gente que se acerca hasta Landako no deja espacio para mirar los libros con calma.

¿Le sorprende el volumen que ha alcanzado la Feria?

-No, porque yo era el único que creía que eso merecía la pena.

Al parecer, ni los propios editores lo tenían claro.

-Me decían que eso no le iba a interesar a nadie, que había unos 300 lectores euskaldunes, etc... Les visitamos a todos. Incluso fui a Arantzazu, a visitar a Villasante, y me dejó un ejemplar de Gero, de Axular, traducido al castellano, para exhibirlo en la Feria.

¿Cómo vivió usted esa primera Azoka y con qué capital se financió?

-La viví con cierta tensión. La Diputación de Bizkaia nos dio 3.000 pesetas y la Diputación de Navarra 500.

¿Y con eso cubrieron los gastos?

-Que va. Lo que pasa es que hubo mucho trabajo voluntario y otros no cobraron nunca. Todavía hoy no sé ni el agujero que pudimos hacer. Pudimos pagar la imprenta, creo, el cartel, etc... El carpintero que hizo los cajones donde se exponían los libros no cobró nunca, los pintores de los estands eran Ceferino Urgada y José Luis Larrañaga, y tampoco cobraron. La Ferretera Vizcaína sufragó el perfil metálico que sujetaba las casetas y tampoco cobró un duro... No había de dónde.

¿El plano organizativo fue tan precario como el económico?

-No, estaba todo perfectamente organizado. Tenía incluso un plano de cómo iban a ir las mesas. Eso me lo hizo Jesús Astigarraga, mi socio.

Supongo que usted viviría con cierta emoción aquella feria primigenia...

-Sobre todo con preocupación, porque había cierto riesgo de que alguien hiciera alguna tontería, alguna cosa que se saliera de tiesto, alguna reivindicación política... Incluso recibí alguna crítica por haber ninguneado alguna propuesta de carácter político. Para mí, lo fundamental era que la Azoka permaneciera, porque entendía que era un instrumento aglutinador muy importante, una actividad que podía ayudar a la gente a despertar a nuestro propio mundo cultural, que apenas conocíamos.

¿Se acuerda del primer día?

-Perfectamente. Me acuerdo que hizo un calor tremendo, y los otros dos días lo mismo. Parecía verano. Hubo mucha gente y los visitantes compraron muchísimo.

Libros y discos desde el principio.

-Sí, pero yo no era partidario de meter discos. Primero, porque era una feria del libro, y segundo, porque no había mucha producción. Además, yo me empeñé en que fueran editores y no libreros, porque los libreros exponen todos lo mismo, es decir, lo que más se vende, y el editor lleva lo último y también su fondo. José Luis Lizundia me convenció para que incluyera el disco en la feria.

En 1965, en pleno franquismo, supongo que la Azoka estaría controlada por las autoridades, ¿no?

-Hay gente empeñada en decir que aquello fue algo épico, pero no fue así. No hubo peleas ni persecuciones ni líos de ningún tipo. ¿Nos vigilaban? No sé, no nos enteramos. Yo tuve mucho empeño en que participaran todas las diputaciones vascas y lo conseguí; aparecían en el cartel que hizo Andreu Uriarte. Aquello fue un sello de garantía. De hecho, se me acercaron dos personas que me dijeron que una feria del libro no se podía hacer sin la autorización del Instituto Nacional del Libro Español. Yo me hice el tonto y les dije que no sabía nada, pero les enseñé el cartel y cuando vieron que participaban las diputaciones, se relajaron. Luego supe que no eran policías. Uno de ellos era el delegado en Bizkaia del INLE... ¡Y resulta que era miembro de Labayru!

¿Hubo muchos libros en euskera?

-La oferta euskaldun fue exigua. En euskera estaba Itxaropena, hubo diccionarios... De Arantzazu vino Joan Mari Torrealdai con la revista Jakin, que estaba hecha a multicopista, y con la trilogía del padre Lizarralde...

¿Y arrancaron también con un programa de actividades paralelo, como se hace ahora?

-Sí, pero no tenía nada que ver. Todo se hacía dentro de la feria, no fuera. Poníamos un tablado dentro y traíamos al bertsolari Enbeita, a Oskorri... A mi entender, lo de programar 300 actividades es un invento estúpido. No tiene sentido, salvo que se quiera hacer un festejo y que la Azoka sea una cosita más dentro de ese festejo.

¿Quiere decir que esas actividades y los nuevos espacios (Ahotsenea, Saguganbara, etc...) están fagocitando la Azoka?

-Sin ninguna duda. De todos modos, depende de cuáles sean los objetivos, claro. Si el objetivo es promocionar el libro vasco, atraer a la gente hacia él, no es el mejor modo, porque en Landako no hay espacio para parar a ojear un libro; el flujo de gente no te deja verlos con calma. La feria se ha vuelto incómoda para el amante de los libros.

Los responsables de Gerediaga argumentan que hacen grandes esfuerzos para acomodarse a los nuevos tiempos. Y las propuestas de los últimos años vienen marcadas por ese propósito.

-Lo siento mucho, pero voy a hablar claro: ahora parece que todo lo moderno es lo bueno, pero hay cosas tradicionales o antiquísimas que no debieran caducar nunca. Por ejemplo, el esfuerzo está desacreditado, no va con los tiempos que corren, pero el pelotazo sí. La palabra dada lo mismo, antes era ley y ahora no vale nada. ¿Ha cambiado la Azoka? Sí. ¿Hacia dónde? Pues no se sabe, porque se supone que el objetivo primigenio era impulsar y dar a conocer el libro vasco, y ahora el propio trajín de la feria no te permite verlos. Se ha cambiado el sentido de la Azoka, porque nació para el libro y se aceptó que hubiera discos para relanzar una industria que por aquel entonces no estaba boyante. Hoy la cosa es diferente y el disco está mejor que el libro, por mucho que se quejen las productoras y los músicos...

Y luego hay cosas que no tienen sentido y que se han ido infiltrando: calendarios, agendas, cuadernos, cuestiones de contabilidad, juegos... de todo. Es decir, están subvirtiendo el verdadero sentido y vocación de la feria.

¿Usted es partidario de fraccionar la Azoka?

-Sí. El disco debiera llevar vida propia y se podría hacer una feria del disco y otra del libro infantil y juvenil en distintas fechas del año. Lo digo sin acritud, pero el único objetivo de este proyecto no debe ser solo el aumento de visitantes.

¿Y cómo ve el futuro de la Azoka?

-No es lo que veo, sino lo que pido. Y pido una reflexión profunda sobre la feria, pero con gente seria que tenga caudal cultural y de gestión.

Ya se hizo un Plan Estratégico...

-Sí, tiene un nombre bonito... Pero hay que hacer un análisis serio. Vamos a hacer una Azoka que realmente tenga calidad. Hoy en día parece que el éxito de la Azoka se mide solo por el número de visitantes, que es abrumador. Eso sí, yo me fijo y de cada diez que están paseando solo uno se compra un libro o un disco. Las bolsas los delatan.

Sus propuestas podrían restar visitantes a la Feria.

-Claro, y las tacharán de elitistas, supongo. Pero, insisto, habría que centrarse en divulgar el libro y complementarlo con otro tipo de cosas, como estudios de mercado, por ejemplo. En Durango sobra todo lo que no sea libro vasco.

De todos modos, usted ha vivido momentos mucho más complicados para la cultura vasca.

-Sin duda, por eso trato de hacer críticas constructivas. Más que crítico con la gestión cultural actual, diría que soy ambicioso, porque no quiero que haya propuestas chapuceras, y no hablo solo de la Azoka.

Siempre ha tratado de mostrarse como una persona independiente. En nuestro país, no resulta fácil.

-No ha sido un propósito. Cuando uno tiene un juicio formado, da opiniones que pueden ser discrepantes, incluso de una mayoría. Pero uno tiene que ser consecuente con ese criterio, que las más de las veces es fruto de una reflexión honda. De todos modos, aquí tenemos un problema grave y real: la falta de crítica. Hay crítica, pero sigue siendo condescendiente. Todos somos perfectos, inmejorables... Y no puede ser. Y ha de haber cierta gradación en la crítica, porque ni todo es negro ni todo es blanco. Aquí ha habido momentos en los que la vida cultural ha sido tan precaria que la crítica podía entenderse como un ataque directo a la cultura vasca, como una traición, pero esa época ha pasado.

Vivimos inmersos en la ceremonia de la confusión.

-Por eso es necesaria la crítica y ha de ser gradual, es decir, hay distintos grados, no solo el bueno o el malo.

Tiene que escribir sus memorias...

-No, yo quiero seguir viviendo aquí, en mi tierra. Si escribo eso me seguirían por la calle.

¿Tantos enemigos tiene?

-Quisiera creer que no, pero críticos sí, abundantes.