El paisaje envolvente de Alex Katz en el Guggenheim
Su obra está en las colecciones de los principales museos, incluido el Guggenheim. Alex Katz, conocido fundamentalmente por sus retratos, presenta en Bilbao monumentales paisajes, su obra más desconocida
ALEX Katz (Nueva York, 1927) está considerado uno de los iconos vivos de la pintura figurativa norteamericana y uno de los precursores del arte pop. Su trabajo se ajusta muy bien a su personalidad. Katz habla en frases cortas; el exceso siempre le ha parecido de mal gusto. El artista estadounidense, que muestra en su pintura una energía más propia de un joven que la de un octogenario, es un hombre elegante y sofisticado. Como la realidad que retrata en sus lienzos.
A Katz le gusta pintar rostros sonrientes de mujeres y paisajes. El Guggenheim Bilbao expuso hace tres años su serie Smile, once retratos femeninos de granformato que el museo adquirió para sus colección permanente. “Cuando entrabas a la sala, veías a las mujeres y ellas te miraban a ti. El efecto era impresionante”, explica el pintor. Despreciado por el canon de la crítica y tachado de artista superficial durante décadas, Katz asiste por fin a un reconocimiento unánime.
El creador norteamericano vuelve ahora a la capital vizcaina para presentar una de las facetas más desconocidas de su obra, sus paisajes, reunidos en una exposición en la que se muestran las diferentes etapas en las que ha cultivado este género, abarcando desde creaciones de los años 80 hasta sus últimas pinturas. “Es como si alguien me hubiera dado un millón de dólares. Estoy encantado de cómo ha quedado mi obra en el museo. No podía encontrar un espacio mejor que el Guggenheim Bilbao para mostrar estas pinturas de gran formato”, asegura.
La muestra se compone de 35 cuadros de grandes dimensiones, de hasta nueve metros de largo, que reflejan distintos momentos del atardecer o amanecer en los bosques y arroyos de Maine (Nueva York), lugar donde el pintor reside durante parte del año. “Cuando era estudiante en una escuela de arte moderno, teníamos que retratar a un modelo mientras leía el periódico, sin moverse. La sociedad dictaba hasta dónde había que llegar, pero yo quería hacer algo diferente. Cuando abandoné la escuela, con 20 años, comencé a pintar paisajes, era una forma también de alejarme de la influencia europea, de lo que venía de París, de Picasso y de Matisse, pero mis paisajes no eran buenos, no eran interesantes, no valían nada”, por lo que en la década de los 60 se centró en la producción de retratos femeninos sobre superficies planas.
Fue en los ochenta, cuando volvió al género paisajístico. “Quería hacer algo distinto y un día me fijé en la nieve y en un árbol que vi desde una cafetería y decidí hacer lo que yo llamo paisajes medioambientales. Los paisajes son como agujeros en la pared, pero yo quería hacer que esos agujeros fueran más profundos, como si te pudieras adentrar en el cuadro. La mayoría de paisajes se ven desde la distancia, pero quería hacer una pintura envolvente, una pintura que te rodea y te introduce en el paisaje. En algunos de estos cuadros, también aparecen personajes en el entorno, pero no son el motivo principal de la obra. Esta exposición es como una compilación de mis últimos años de creación”, resume.
Organizada por el High Museum of Art de Atlanta en colaboración con el Guggenheim Bilbao, la exposición se presenta bajo el título de Aquí y ahora, “Más que representar imágenes de una manera fiel, me interesa capturar el instante de la percepción en la pintura. Este momento, que es como un flash explosivo antes de que la imagen se enfoque, es lo que denomino el tiempo presente. ¿Cómo lo hago? Primero realizo un pequeño esbozo y de una manera muy rápida también capto la luz. Por ejemplo, para la obra El sueño de mi madre capté la luz durante cuatro días diferentes, siempre a la misma hora, a las 19.45, y durante veinte minutos”, explica Katz.
La escala a la que pintó sus obras era otra forma de alejarse también de Picasso y Matisse. “Picasso hacía cuadros de salón y mis cuadros no entraban en un salón a no ser que tirases algunas paredes de la casa”, ironiza el artista.
renovador Hijo de inmigrantes de origen judeo-ruso, que huyeron tras perder la fábrica familiar durante la Revolución, Katz nació en Brooklyn y creció en un barrio de clase media de Queens. Comenzó a pintar sobre fondos planos objetos y escenas cotidianas inspiradas en el cine, las revistas o la televisión; pocos podrían imaginar que estaba iniciando uno de los movimientos artísticos que revolucionaría el arte del XX, el pop. Aunque Katz huye de las etiquetas, supo renovar los códigos pictóricos y pasar del arte conceptual al figurativo en un momento crucial.
De su deseo de pintar lo cotidiano, pasó a fotografiar momentos que luego pintaría. Pronto dejó de hacer fotografía, pero ese estilo que muestran muchas de sus obras ha permanecido en él. Por eso algunos de sus cuadros parecen momentos fugaces, intrascendentes, que a su vez transmiten la sofisticación de su estilo. “¿Si me considero un hombre adelantado a mi tiempo? Costó mucho entender mi trabajo, pero siempre ha habido una serie de personas que me siguieron. Al principio, tuve un público muy pequeño, pero poco a poco se fue ampliando”, señala.
La mayoría de los personajes que habitan sus retratos son mujeres. “¿Por qué? Porque es más fácil sacar la belleza de una mujer que la de un hombre. Y a mí me interesa lo que es bello, es lo que tiene sentido para mí”, ironiza Katz. Durante sesenta años, el artista ha plasmado a la mujer en su diversas formas: rubias, morenas, pelirrojas, jóvenes y no tan jóvenes, con miradas y expresiones diferentes... Una realidad amable que considera no es menos real que la que muestra ambientes más sórdidos.
Las modelos de sus cuadros pertenecen a su entorno cercano, “gente que conozco, de mi familia, amigos... Son símbolos que representan a la persona y a las personas que se parecen a esa persona”.
Y una modelo omnipresente desde sus inicios, su musa, su esposa Ada, la mujer más representada en cuadros de la época contemporánea después de Gala (compañera de Dalí). “Ada es fácil de convencer, muy fácil de retratar. Tantas horas posando... La verdad es que es una santa”, bromea.pintura rápida Seguidor confeso de la pintura rápida y de acción de Jackson Pollock, Katz puede llegar a pintar un cuadro en un solo día. A sus 88 años, cada mañana se encierra en su estudio-casa, que mantiene en West Broadway desde 1968 y pinta. Y en verano se traslada a su casa de Maine. “Mentalmente me siento como si tuviera 19 años, estoy con mucha fuerza”, confiesa. El artista neoyorquino tiene algo de atleta, y su paleta está cargada de “energía”. Incluso tuvo que encargar un pincel especial, tan grande que le permitiera acabar el óleo sin interrumpir la creación, en un solo día. “Me costó 1.800 dólares y tardaron muchísimo en fabricarlo; me debieron cobrar por horas, pero creo que ya lo he rentabilizado”, aclara el artista en tono, una vez más, irónico.