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Cuando la meta está más lejos

El festival de jazz de gasteiz vivió la noche del miércoles su doble sesión con noa y miguel poveda

Cuando la meta está más lejosFoto: Jorge Muñoz

Tercera cita de la trigésimo octava edición del Festival de Jazz la que el miércoles por la noche tuvo lugar en un Mendizorroza con muy buena entrada aunque sin llegar al lleno. Noa y Miguel Poveda eran los nombres propios de la jornada, tanto por separado como juntos. O mejor dicho, sus voces. Y ambos instrumentos, cada uno en su estilo, dejaron claro que calidad les sobra, pero también que para llegar a componer una jornada redonda hace falta más. Ellos se quedaron a una cierta distancia de la meta.

Antes de entrar en lo que tiene que ver con la materia musical, la cita estuvo también marcada por el conflicto que se está viviendo estos días en Oriente Medio. En las afueras del polideportivo terminó la manifestación de protesta en contra de los bombardeos de Israel justo minutos antes de que la cantante nacida en Tel Aviv saliese al escenario con una nota escrita en castellano en la que reivindicó la paz y culpó del conflicto a los líderes políticos y religiosos judíos y palestinos. También Poveda aprovechó su presencia sobre las tablas para reclamar el entendimiento entre ambos pueblos.

Dejando a un lado estas cuestiones, fue a Noa a la que le tocó arrancar la doble sesión con un concierto muy en su línea, es decir, un ir y venir por distintos géneros y folklores, una fusión enriquecedora en unos casos y prescindible cuando le salió la vena más popera (para olvidar la versión de Eternal Flame de The Bangles, por ejemplo).

Tanto a la percusión como a la voz, la intérprete sabe lo que hace y además tiene la suerte de compartir camino con músicos como Gil Dor y, de manera más reciente, con el contrabajista Adam Ben Erza (se marcó un estimulante solo).

Después tomó el relevo un Poveda acalorado, intenso e incluso atrevido en su repertorio, sobre todo cuando quiso cerrar su paso cantando a Camarón con La leyenda del tiempo. Pero al cantaor le sobró casi toda su banda a excepción del guitarrista Chicuelo (fantástico en todo momento) y no explotó más esa grandeza que transmite cuando canta sin ningún instrumento más presente.

Aún así, es un portento. No hay duda. Eso sí, le faltó dar el paso del maestro Enrique Morente y marcarse un standard de jazz norteamericano. Hay que apuntárselo en los deberes para la próxima vez, máxime cuando repitió en dos ocasiones sus gracias al Festival de Jazz por no tener prejuicios a la hora de contar con músicos del flamenco.

Llegó entonces el momento de los dos bises con Noa y Poveda compartiendo camino. El primero, una versión de Uno queriendo ser dos, se lo podían haber evitado con toda tranquilidad. El segundo, a capela, ya fue otra cosa. Ahí sí que la noche subía el listón, pero claro, ya era el final. El público, por su parte, aplaudió a rabiar, se puso en pie en varias ocasiones e incluso recomendó a gritos al cantante que se quitase la chaqueta mientras un sudor intenso tomaba su rostro.