La directora de las salas de exposiciones de Kutxa, Cristina Beloqui, dijo saldar una "deuda" con Chillida, mientras que el director de la Obra Social de la entidad, Carlos Ruiz, calificó de "regalo" esta muestra que será "un éxito absoluto"
Antes de ofrecer una visita guiada por las tres salas en las que se divide la exhibición, Ignacio Chillida explicó que a la hora de buscar el enfoque para esta exposición sobre su padre, pensó que la "mejor manera de hacerlo era seguir sus huellas", tanto las que dejó en su ciudad, a la que aportó grandes ejemplos de obra pública, como las huellas de un compromiso social y político indudable.
Monumentos y grafismo La primera sala del Kubo se centra en ese aspecto y aborda "la obra más social y comprometida" de Chilida. Varias imágenes proyectadas sobre la pared recuerdan los logos que el artista creó para instituciones como la UPV, las gestoras proamnistía o la propia Kutxa. En unas vitrinas se puede contemplar material como pins, carteles, libros y algunas cartas entre las que destacan dos: una que Eduardo Chillida escribió en 1977 al rey Juan Carlos para pedir la amnistía de los presos políticos vascos y otra que, años después, remitió a ETA para pedir la liberación de Miguel Ángel Blanco.
En la misma estancia se presta atención a nueve de las más de cuarenta obras públicas que Chillida colocó en distintas ciudades de todo el mundo. Se trata de esculturas de escala monumental que abordan aspectos paisajísticos, urbanísticos y arquitectónicos, y que en su mayor parte están dotadas de un fuerte contenido ético.
A través de dibujos, fotos y maquetas de las esculturas, el visitante podrá conocer las interioridades de trabajos como el Monumento a los fueros, de Gasteiz; El elogio del agua, de Barcelona; la escultura de la cancillería de Berlín o El elogio del horizonte, de Gijón, que Chillida consideraba la obra "con la que más cerca estuvo de llegar a los límites inalcanzables". Este apartado, quizá el que soporta "el mayor peso de la exposición", es el que mejor muestra quién era Chillida, que siempre creyó que sus monumentos públicos pertenecían a todo el mundo. "Lo que es de uno es casi de nadie", solía decir.
El espacio central, el más amplio de la muestra, acoge una gran variedad de obras que dialogan con la arquitectura de la sala y que proponen un "recorrido" por esos caminos que a Chillida no le gustaba explicar, "para que cada uno los recorriera libremente respirando mucha paz", según explicó su hijo.
Al inicio hay dos esculturas de su primera época realizadas en materiales infrecuentes para él -Ilarik II, en madera, e Ikaraundi, en bronce-, así como varias grandes esculturas de acero como Monumento a la tolerancia, "fundamental en su recorrido", o Peine del Viento XVII, al que la familia Chillida se refiere como "el peine de la ama" porque el creador lo realizó ante la insistencia de su esposa, Pilar Belzunce. Esta última pieza, con seis toneladas, es la más pesada de la muestra, y para instalarla fue necesaria la intervención de un equipo de ingenieros que confirmaron que la Sala Kubo podía soportar el peso.
También hay espacio para las típicas lurrak (tierras chamota), las gravitaciones de papel, un gran mural de hormigón refractario y alguna pieza de granito (Escuchando a la piedra) y alabastro (Homenaje a Pili), materiales por los que el donostiarra sentía predilección. Por último, al final de la sala hay estudios de La profundidad es el aire, que inspiraron su proyecto fallido para horadar la montaña Tindaya en Fuerteventura.
Y como no podría ser de otra forma, una exposición de la obra del artista donostiarra en su ciudad natal debía incluir un apartado dedicado a su obra más emblemática: el Peine del Viento.