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El milagro de un amor intenso e intuitivo

El milagro de un amor intenso e intuitivo

Dirección: Abdellatif Kechich. Guion: Abdellatif Kechich y Ghalya Lacroiz (adaptación libre de 'El azul es un color cálido', de Julie Maroh). Intérpretes: Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos. Producción: Francia-España. Duración: 175 minutos.

la vida de Adéle no es una película. Es un milagro. Un milagro meditado, desaforado e inaudito que ocurre raras veces. Y no, no estamos hablando de la trillada idea de autenticidad o veracidad que sobrevuela por aquellas obras que parecen realistas y apelan a la empatía del espectador. Su categoría es otra: parece que sale de un páramo. Que jamás se había contado con tanta intensidad y acierto el flechazo (desterradas quedan las comedias románticas y el universo Disney, y aceptada queda la maravillosa WALL-E). El flechazo fortuito y sigiloso. El nacimiento de una curiosidad.

El director Abdellatif Kechich asombra por la calidad de su película. Calidad en cuanto a sabiduría y calidez en la emulsión sexual y pasional del amor entre dos mujeres. El milagro radica en el extraordinario acierto entre lo primitivo y lo civilizado. La cámara retrata a Adéle como una adolescente que empieza a verse de otra forma y experimentar con lo nuevo. Es un milagro que la cámara sepa recoger la lozanía y el esplendor de un rostro que refleja el ardor, el instinto y la fortaleza mental. Queda lejos del papel arquetípico de lolita seductora ya que asume junto a su nueva amante un papel activo, atrevido y pleno. Cuando el cine es capaz de captar el sonrojo, el brillo o el sofoco como detalles vigorosos, estamos ante un cine que prioriza tanto la superficie como el fondo: cine que capta el brillo de la piel y ejemplifica el enamoramiento, el placer del cuerpo y la agonía del espíritu. De eso trata La vida de Adéle, Palma de Oro en Cannes.

La vida de Adéle es el ejemplo magnánimo del cine sensorial y de sentimientos. Cine de sentido y sensibilidad. Cuando el director retrata la forma de comer, mirar o sorprenderse de Adéle está creando un personaje asombroso e inaudito: la adolescente pasional que explora nuevos territorios. Es sorprendente la boca de las dos protagonistas. La boca representa, sobre todo en el papel de Adéle, su carta de presentación: una acción tan simple y rutinaria como verla devorar los espaguetis da más información sobre ella que cualquier otra acción. Kechich conoció primero a Léa Seydoux para el papel de Emma, una mujer que está en perfecta sintonía con el mundo que representa. El retrato de ella, más hecha y universitaria, es el contrapunto perfecto en una historia de amor que dura 175 minutos. Esta vez conviene recordar la duración al tratarse de una exquisita justificación de calidad-precio.

Es asombrosa la aportación de Adéle a una película que podría ser absolutamente vulgar o absolutamente magistral. Leyendo el guión, difícilmente se podría percibir la grandeza de una película que agudiza la intensidad emocional y primitiva con asombrosa valentía y diligencia. Además, el director no quería reivindicar un cine militante ni caer en estereotipos baldíos.

La confianza creada entre ellas y el director no es algo que se pueda definir bajo el epígrafe de "dirección de actores". Es algo más grande que eso: transmitir la pasión, saber comunicar y convivir con las actrices para que la intuición se apodere de todos ellos y se haga el milagro. No hay nada feo en la mirada: sino la búsqueda de la belleza. Que el director rodara las escenas de sexo como si fueran pinturas y esculturas dice mucho del espíritu de La vida de Adéle.