Bilbao. Andrés Vicente Gómez (Madrid, 1943) es un productor con grandes éxitos entre sus casi 120 películas. Con Belle époque consiguió un Oscar. Ahora está entusiasmado con un proyecto novedoso para él: la obra Ay, Carmela.

Un productor de cine que se mete a producir teatro, ¿es más rentable?

No se trata de rentabilidad solamente. Tal y como están las cosas, el cine, si no se le da la vuelta, está muerto. Ay, Carmela es un lujo para cualquier profesional. Ojalá hubiera descubierto antes el teatro. Estoy muy satisfecho con producir esta obra y poderla estrenar en un escenario como el Palacio Euskalduna.

Las compañías teatrales se quejan de que no pueden con el IVA del 21%, una tortura económica del siglo XXI.

Ese impuesto es un disparate, ni el fútbol ni los toros pagan ese IVA. Es un escándalo. Nadie de ningún elenco teatral se lleva un 21% como se lo lleva el señor Montoro.

¿Le satisface hacer teatro?

Esta obra sí. Estoy muy satisfecho, también estoy encantado de poder estar en Bilbao. Hacía tres o cuatro años que por diversas circunstancias no venía por aquí.

Está considerado el productor de cine más importante del Estado.

Lo que sí soy es uno de los más viejos. Mis compañeros se van muriendo y yo me voy haciendo mayor.

¿Cómo empezó en el mundo del cine?

La primera película que yo produje fue en 1965. Se titulaba Comanche blanco, con William Shatner y Joseph Cotten como protagonistas, dos actores americanos, y era uno de esos westerns?

Que se grababan en Almería.

Ni siquiera. Lo hicimos en los alrededores de Madrid, en Manzanares. Anteriormente, había trabajado en tres o cuatro películas como ayudante.

Se quiere ser director de cine, actor... pero, ¿productor?

De todos los oficios del cine, el más desconocido es el de productor porque se confunde productor con empresa productora. Una cosa es la organización jurídica que financia una película y es la propietaria de los derechos; otra cosa es el productor?

¿No es el que pone el dinero?

Aquí sí. Pero en América es personal contratado. He intentado por todos los medios enviar ese mensaje, que una cosa es el productor y otra cosa la productora. De hecho, en ocasiones he trabajado solo como productor. De las 118 películas que he producido, de algunas no soy el dueño. La gente entiende que el productor es un señor con un coche y un puro muy grande.

Y mucho dinero.

También, eso es lo que supone la gente.

¿No es su caso?

No. Yo he ganado muchísimo dinero, no es ningún acto de vanidad decirlo, están ahí los datos. He producido películas que han tenido muchísimo éxito. Si alguien me echa una carrera a éxitos, creo que gano; si echamos una carrera a fracasos, también la gano yo. Junto a los éxitos tengo muchísimos fracasos económicos.

¿Cómo se huele un éxito?

Es muy difícil. Si hubiese una fórmula, los estudios de Hollywood, que tienen departamentos de estudios, sabrían qué películas tienen que hacer y no lo saben. De hecho, de cada 35 proyectos que desarrollan -guiones y adaptaciones que pagan-, solo diez se convierten en películas y solo una es un gran éxito. Ese es el ratio que hay en Estados Unidos. Aquí el ratio es todavía peor porque ningún productor desarrolla 35 proyectos ni se ruedan diez para tener un gran éxito.

¿De qué forma se gestionan los proyectos?

Aquí se desarrolla uno y se hace. Con eso, lógicamente, está condenado al fracaso. De las 130 películas que se hacen, solo una docena cubren su costo y muchísimas de ellas ni siquiera cubren los gastos de distribución. Son películas que no se tendrían que haber hecho.

¿Qué le ha aportado el cine?

Es una forma de vivir. Empecé a trabajar en cine a los 15 años y no he dejado de hacerlo. Aunque en alguna ocasión, como ahora, me he dedicado al teatro y en mi juventud fui mánager de un grupo musical, Los Brincos, pero siempre sin dejar el cine. He estado 25 años casado con una periodista (Carmen Rico Godoy), catorce con otra (Concha García Campoy) y hemos mezclado los mundos muy bien.

Son muchos lo que opinan que el cine que se hace en Estados Unidos es para imbéciles?

No, eso tampoco. Primero, tienen una televisión fantástica, lo vemos en las series que llegan aquí. El drama social lo vemos en televisión y en muchísimas plataformas de pago. Eso hace que la gente adulta haya dejado de ir al cine y que vaya la gente joven. Por ese motivo, las películas se dirigen al mundo del cómic, secuelas... Confían mucho en las segundas partes, en los efectos especiales? En España eso lo ha hecho Santiago Segura con su Torrente. Ahora las secuelas dan más rendimientos. Yo produje Torrente 1 y el 2 dio más, y así sucesivamente.

Cuando hablamos de crisis casi siempre nos dirigimos al teatro pero parece que es el cine el medio que peor está.

La crisis influye, pero lo que más daño hace es el cambio de costumbres. En Madrid, cada vez va al cine más gente mayor y nuestros hijos que están entre 15 y 22 años, antes iban una vez a la semana y ahora van una vez al mes. ¡Pasan tantas horas delante del ordenador...!

¿Y el pirateo?

Influye. Soy de los que piensan que la piratería no es determinante porque la gente a la que le gusta ir al cine, al que le gusta la sala, no piratea.

¿El teatro no le parece un riesgo excesivo?

Es muy arriesgado y, sobre todo, contrariamente al cine, el éxito tiene muy poca compensación económica. En teatro, el éxito es no perder. En cine, de 1990 a 2000 hice seis películas al año, una era un éxito y ese éxito me cubría todo.

¿Ha estado alguna vez en la ruina?

De la ruina no salgo nunca.

Pero reconoce que ha ganado mucho dinero.

Pero también lo he perdido. Aunque he sido muy feliz, he tenido una vida variada, he educado a mis hijos, he viajado y vivo bien.