Dirección: James Mangold. Guionista: Christopher McQuarrie, Mark Bomback. Reparto: Hugh Jackman, Famke Janssen, Svetlana Khodchenkova, Will Yun Lee, Tao Okamoto, Brian Tee, Hiroyuki Sanada, Hal Yamanouchi.
La mutación tiene su gracia en los cómics. Lo que le pasa a Lobezno es otra historia. De vez en cuando se agradece que las mutaciones, uno de los núcleos de la ciencia ficción y los cómics, se regenere a través de la magnética explosión (en términos cinematográficos) de una bomba nuclear que intermedia entre la vida de Lobezno y la malquerida nación japonesa. La primera escena, un ritual de honor y haraquiri, presenta una nueva entrega de ese hombre tan contundente, un "monstruo" a ojos de los demás. Decíamos que la mutación, el auténtico motor-guía de esta película, crea una base de cultivo para la regeneración física y moral (un concepto más sugerente que el trazo frankensteniano del filme). En sus 129 minutos de metraje, Lobezno inmortal despliega una artillería que descabeza al protagonista (Lobezno ya no da mucho de sí) y hace brillar a las dos auténticas valedoras. Una de ellas, la buena, yacía en el vertedero cuando la rescataron y la otra, una mujer mutante, química de profesión y con lengua de víbora, deja huella ahí donde pasa. Desde Kill Bill, la presencia de las mujeres luchadoras entregadas en el encorsetado Japón adquiere tintes más gloriosos. Sin estas dos mujeres, Lobezno no es que se maneje en términos de mortalidad/inmortalidad, simplemente yace desfigurado, salvo algunos arranques de humor (cuando tira a un tipejo por el balcón, por ejemplo) que le hacen más atractivo como personaje. Los héroes atormentados, bajo la pena de una herencia de pena y ajusticiamiento, yacen como animales malheridos. Por eso mismo, tiene especial incidencia en su vida la presencia de un oso, justo antes de que coincida con la japonesa buena.
El atractivo comienzo de Lobezno inmortal da a lugar a algunos tiempos muertos crepusculares en el Lejano Oriente, que resucita vagamente el movimiento jacuza (la mafia japonesa), un universo que pasa de largo por no querer profundizar en él, y en cambio, sucumbe ante la atracción de la iconografía japonesa: sus particulares hoteles, las salas de recreo; el tren de alta velocidad? Sobre este último, se podría comparar el "cara a cara" sobre el tren con lo visto en la última del 007. Ahí demuestra el inmortal Lobezno, un lobo solitario, su engranaje con el mundo: se muestra insólitamente noqueado y saca su rabia para sentirse integrado y querido. El director (Noche y Día e Inocencia interrumpida) nos deleita con alguna figura robótica y alguna escena plástica (las flechas que conforman una telaraña), y poco más. El filme está construido gracias a puntos muertos disfrazados de metamorfosis, química o metafísica. La relación de amor o amores que se nos presentan no son muy estimulantes, y solo algunas acciones aisladas salvan la partitura de una película que desangra el personaje en su sexta entrega. La búsqueda de un nuevo traje que le lleva a Japón no acaba con su inconsistencia. Si en este viraje se habla de inmortalidad, es porque Lobezno quizás necesite unas vacaciones o que nadie le recupere de su solitaria vida en el bosque, entre leña y "aizkoras".