PLENTZIA. Ricardo Toja Landaluce, tras haber pasado la primera parte de su infancia en Gordexola y hasta la adolescencia en Canarias, un largo periodo becado en Noruega, muchos años entre Madrid y Bilbao... reformó completamente una casa del siglo XVIII de la zona vieja de Plentzia, desde finales de los 60, y la fue impregnando de arte y rincones sorprendentes.

Con su hijo Miguel de cicerone, paseamos hoy esas callejuelas llenas de sabor marinero, bajo una fina lluvia, y la vivienda del artista nos asalta, coqueta, con colores de ikurriña, anunciando esta morada espejo de la personalidad del autor. "Aquí vivió los años más felices de su vida Ricardo", dice, sentido, su hijo, hablando a veces del gran pintor en presente, otras por el nombre. Con admiración, con nostalgia.

Y es que Ricardo Toja no pasó inadvertido por la vida, hasta que la abandonó, a regañadientes, el pasado 30 de septiembre. Impresionó a Bernardo Atxaga, al exigente y laureado alcalde Azkuna, al poeta Javier Agirre Gandarias, al pintor Eduardo Sanz, incluso al poliédrico y magistral Jorge Oteiza, siendo amigo del audaz Blas de Otero, de Menchu Gal y del historiador del arte Gorka Mayor López, quien estos días le añora desde la vecina biblioteca de la calle plentziarra de Goienkale...

El espléndido profesor y crítico de arte Xabier Sáenz de Gorbea subraya la valía del polifacético artista vizcaino y, de forma especial, su personalidad "amable, cordial". Xabier ha comisariado la exposición Ismael Fidalgo y la generación de artistas de la posguerra, que se encuentra en la sala de Juntas Generales en Hurtado de Amezaga, en Bilbao, y que realmente no protagoniza Fidalgo. Se trata de algo así como el caldo de cultivo en el que nadó Toja Landaluce para crear y compartir, con su admirado Fernando Maidagan, Acebal Idígoras, José Ibarrola, Oteiza, Iñaki García Ergüin, José Barceló, Ana María Marín... Muchos de ellos, también, participaron en la muestra y libro del Centenario del Athletic Club, con sus particulares visiones del deporte, del equipo rojiblanco... Conforman la "generación perdida", apunta Sáenz de Gorbea con pasión, la despertada por aquellos años prolíficos pero difíciles. En los que la obra de Toja era "más fuerte, enérgica, vital". Un autor generoso y minucioso, coinciden los que le conocieron bien y los que le siguieron.

En un esmerado catálogo, que compila la trayectoria de Fidalgo, verá la luz en unos días la última entrevista que concedió su amigo Toja. Un bonito homenaje, prevé Xabier.

Buen karma y mucho arteLa casa del espíritu de Toja

De obras y libros de dichos autores está nutrida la acogedora casa plen-tziarra, en la que Andrés Nagel aparece en lugares insospechados, con esos hombres que llegan, ingrávidos, al techo, junto a la cocina, y que parecen mirar al usuario del baño del piso del medio... El nadador surge, en tonos coloristas, de la pared de una salita de estar, bañándose plácidamente. En todas las estancias hay bastantes libros, agrupados por temas. Y, por ejemplo, conchas de todos los tamaños en uno de los lavabos. Muchos guiños a la diversión -una bruja, un barco de colores, una marioneta...-. Y poca obra de Ricardo y bastante de dos de sus autores fetiches, José María Urzelai -en un óleo, Urzelai le dedica el cuadro- y Alfredo Alcain. Influencias definitivas en la trayectoria de Toja.

Los últimos años de la vida de este interesante artista estuvieron salpicados por diversas enfermedades, pero él "estaba muy apegado a la vida, a querer y ser querido", y disfrutó mucho de esta casa, donde quiso morir, renunciando al final a la atención hospitalaria. El dormitorio donde expiró tiene algo de camarote, ya que los motivos marítimos se despliegan en forma de libros, fotografías, maquetas... En un cajón, cercano a un espacio para dibujar -no pintar-, dibujos inéditos, detallistas, perfeccionados. Algo que marcó su modus vivendi. "Cuando pasé a la cámara digital, me puse a tirar fotos a tutiplén y, al verlas, me decía ¡Eso no es una foto!", bromea con cariño su hijo Miguel, heredero del alma artística de su padre, componiendo música, escribiendo, narrando con calma e interés.

Frente a un jardín, con un limonero de hermosos frutos, un silencioso rincón para el piano. Algunas partituras son de Miguel. En una recoleta cocina, algo bohemia, un bodegón del pintor a modo de friso. Muchos detalles cotidianos dispuestos de forma juguetona. Un lugar hospitalario donde el tranquilo Ricardo, siempre sin prisa para pintar, siempre disfrutando de la pintura, recibía con gusto a sus amigos. Allí pasó muchas horas Gorka Mayor, charlando, tomando algo, riendo...

La personaDel amor, los hijos y la amistad

Tanto motivo marítimo hila con la vida del padre de Ricardo, Germán, que era marino y no quería que su hijo se dedicara a pintar. En cambio, él tocaba el laúd, así que no era un severísimo hombre de uniforme. Por su profesión tuvieron que vivir en Canarias cuando Toja tenía 6 años. Al principio el futuro artista se resistió, pero luego le cogió el gusto a la vida sureña. Eran tiempos del hambre, y el curioso Ricardo, siempre con alma exploradora, nadaba y cogía con anzuelitos peces de piscifactoría, para después hacer trueques. Ya mayor, Ricardo lo contaba sin complejos, travieso, y ahora lo rememora, sonriendo, Miguel.

Parece que la tenacidad y el buen gusto de Toja han dejado impronta en sus hijos. Miguel es un doctor en Bioquímica que últimamente se ha decantado por la docencia, mientras musica poemas de Cernuda, sobre todo desde Iruñea. En el caso de Pablo, estudió Física y es un dinámico asesor de estrategias para empresas, con familia en Madrid y un velero en Bizkaia. "Él era exigente con él mismo y con sus amigos. Buscaba la excelencia siempre. También en la amistad. Con él aprendimos a cuestionarnos las cosas", comenta.

Su amigo Gorka Mayor lo define como "culto. Fino. Nada era porque sí ni de cualquier forma. Perfeccionista, valoraba lo auténtico, lo bien hecho". "Qué difícil es ser consecuente", le dijo una vez. Miguel señala que Ricardo creía "en los círculos concéntricos", de modo que era nacionalista vasco en primer término, pero no entendía que se aplaudiera a Corea si ganaba al Madrid.

Incluso su nieta Itziar ha bebido de ese espíritu positivo, con su blog No dejes de sonreír nunca jamás. Últimamente, era muy feliz con su pareja, Pilar Bilbao. Su ex mujer, Asunción Agirre, empresaria, muy productiva, era más pragmática, aunque resultó un "empuje brutal", valora Pablo. Ella falleció con 64 años.

De maidagan a gauguinUna carrera muy dilatada

Fernando Maidagan fue el primer maestro en la pintura de Toja, cuando le mostraba cuadros del Bellas Artes de Bilbao. Más adelante, con la beca de la Fundación Juan March para artistas, conoció bien Oslo, "en tiempos en que, con Franco, los bañadores llegaban hasta el cuello. Y Ricardo era invitado por una familia entera a la sauna, desnudos. Todo un shock para él", relata Miguel. Al parecer, Toja podía ver al Príncipe Alberto haciendo gimnasia, desde su ventana. Corrían 1965 y 1966.

Toja ya conocía a Asunción, y regresó, pero esa época influyó en algunos de sus cuadros, como los retratos que evocan a Edvard Munch, con su aire expresionista. Y otro autor que influyó mucho en él fue Gauguin, y Ricardo hizo lo propio con paisajes exóticos de Canarias, como podemos comprobar en su estudio, y en la última exposición de su dilatada carrera. De hecho, fue denominado el biznieto de Gauguin. Le gustaba mucho matizar, también al expresarse, y en su etapa final vendió mucho, regaló y retocó -hasta el puntillismo-, y hasta borró obra.

Santiago Amón memoraba en 1978 la Generación Sala Studio, de Madrid de finales de los 50, en la que Toja conoció a Oteiza pero tuvo una estrecha relación con De Otero. Ahí, según Amón, ya se vislumbraba su "magisterio latente". Luego se fue por toda España a fotografiar faros con el pintor Eduardo Sanz.

Siempre con música, a Toja le gustaba trabajar en su sancta santorum de Plentzia, donde aún reposan sus pinceles. Allí podemos ver su tríptico inacabado del Valle de Gordexola. Pero era un gran dibujante, y, según Miguel y Gorka, "la gozaba atornillando, lijando, emplasteciendo. Él decía que la pintura estaba demasiado intelectualizada, que podía ser pedante. Pero que era una cuestión de oficio".

"Siempre se dio más a los demás", dice su hijo Pablo. "Era un personaje que, además de ser mi padre, me ha divertido mucho toda la vida", expresa Miguel, repasando imágenes de un Ricardo de mirada inteligente, algo dandy. Ahora, Alicia Fernández cogerá el testigo de la exposición que él preparaba cuando le llegó el final, con 80 años, y que cristalizará en septiembre.