barakaldo. El domingo por la noche, hacia las 22.30 horas, los portales del cielo se abrieron y un apóstol negro bajó a la tierra. La profecía se cumplió. Judas Priest anunció un concierto histórico y los vaticinios cobraron cuerpo en el BEC de Barakaldo, inundado por más de 8.000 almas entregadas. Suena herético, pero que nadie se ofenda: el dios del heavy metal es negro y el domingo envió a los mortales a su predicador más aventajado, un Rob Halford envuelto en cuero bruñido y dispuesto a comerse el escenario. Veni, vidi, vici. El mensaje del apóstol no pudo ser más claro: rock del duro, sonidos extremos y un rango de voz (agudo hasta el infinito) que incitaba al desenfreno.

Judas Priest, el grupo que acabó por definir el sonido del heavy metal a finales de los setenta, la banda que impuso la moda negra entre sus acólitos, ofertó lo mejor de su amplio repertorio a más de 8.000 seguidores que se apelotonaron en el BEC. Celebraban 40 años de carretera, cuatro décadas que han dado de sí y que han servido para coronarles como los dioses del metal. El concierto del domingo estaba encuadrado dentro de la gira Epitaph, con la supuestamente se despiden para siempre de los escenarios, pero al parecer la cosa quedará en amago, porque el bajo del grupo, Ian Hill, ya ha anunciado la posibilidad de sacar un nuevo disco para el 2012. Los seguidores, ajenos al guiño de los británicos, gozaron y se deleitaron con las canciones de siempre.

Arrancaron con el clásico Rapid fire y se asentaron sobre un escenario ambientado en una decadente ciudad industrial. Siguieron con Metal gods, Heading out to the highway, Starbreaker, Judas Rising y Victim of changes, mientras en las pantallas se proyectaba una peculiar road movie. Mientras Halford demostraba que su garganta sigue en forma (aunque la técnica le ayudó a ratos) el joven Richie Faulkner dejó claro que es un sustituto digno de K.K. Downing, guitarrista y cofundador del grupo, que dejó la banda en abril.

Una versión acústica y relajada de Diamonds and rust sorprendió al personal, pero el respiro duró poco y los Judas volvieron a la carga con Prophecy y Night crawler, para acto seguido bautizar el momento cumbre del concierto con la conocida Turbo Lover, un alarde de poderío musical empujado por afinados sintetizadores.

En la segunda parte deleitaron con The sentinel, Blood red skies y The green manalishi, dejando casi para el final grandes clásicos como Breaking the law, que adoptó tintes ásperos (en Kobetamendi sonó más nítido). Un impresionante solo de batería (Scott Travis estuvo sobrado) dio paso a la fulgurante Painkiller, a la que le siguieron Electric Eye y Hell bent for leather; como acostumbra, Halford interpretó esta última pieza subido en una flamante Harley Davidson.

Tras dos horas y cuarto de concierto, el vocalista de Judas Priest salió al escenario envuelto en una ikurrina, se paseó con ella mientras cantaba Living after midnight y la besó mientras el público coreaba el conocido estribillo.

Noche histórica de ruido, de salmos profanos y cánticos apócrifos que contó también con la presencia de otros dos grupos históricos del metal: Saxon y Motörhead. Himnos como Princess of the night o Wheels of steel retumbaron de la mano de Saxon, hasta que apareció en escena Lemmy Kilmister, el inimitable líder de Motörhead, que con su rock sucio, más cercano al punk que al heavy, regaló perlas geniales como Killed by death y Overkill.