El brindis del perdón
Aquellas burlas y mofas, aquellas carcajadas que se escucharon en el veneciano teatro La Fenice una lejana noche de 1853, día del estreno de La Traviata, se han convertido, con el paso del tiempo, en las más injustas del mundo del bell canto. Cuenta la leyenda que todo obedeció no a la composición de Giusseppe Verdi sino a la soprano escogida para el estreno, quien por tamaño (era obesa, al estilo clásico de la época...) no encajaba con el papel dramático de Violeta Valery, muerta en escena por una tuberculosis, enflaquecida por la enfermedad. El contraste entre la realidad y la historia generó al final de la ópera, insisto, un torrente de carcajadas en vez de la conmoción propia de un trágico desenlace.
Viene al caso el recuerdo ahora que ayer se celebró la presentación de la sexagésima temporada de la ABAO en el Palacio Euskalduna, ceremonia que concluyó con un clásico en el cóctel: el legendario brindis de La Traviata, el brindis del perdón. Nadie se reía al levantar su copa, gesto que hicieron el presidente de la ABAO, Juan Carlos Matellanes, el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna; la consejera de Cultura, Blanca Urgell, Josune Ariztondo, el director del INAEM, Félix Palomero, José Luis Sabas, Javier Chalbaud, Maite de la Fuente, Begoña Ruiz de Erentxun, Mariví Mendia, María Luis Molina, Jean Paul Laka, el hombre encargado de desgranar una programación singular que comienza con la sin par Simon Boccanegra, ópera con la que Ainhoa Arteta regresará a Bilbao; Manolo Morillo, Juan Ángel Vela del Campo, Santiago Goyarrola, Iñaki Irusta, Natalia Redondo Gurrutxaga, Víctor Pérez de Gezuraga, Dani Ardanza, José Ignacio Berroeta, Carmelo Flores, Sonia Allende, Magdalena Suárez, Mari José Aurrekoetxea y un ingente número de melómanos empedernidos, tantos que el espectáculo hubo de retrasar sus comienzo hasta que Jon Ortuzar y la diligente gente de palacio fue capaz de reubicar a los asistentes que desbordaban el patio de butacas del auditorio central, con capacidad para 2.200 personas. El gentío se armó de paciencia hasta que las luces se apagaron y Koldo Campo apareció para ejercer de maestro de ceremonias.
Fueron testigos de todo cuanto les cuento las hermanas Irma y Miren Testa, Iñaki Zubiaur, Luis Arrieta, Berta Longás, Ramón Barcena, Begoña Muguerza, Vicen López de Aberasturi, Lola Ituarte, Matxalen Pastor, Juan Ortega, Miren Elordui, Cristina Sancristóbal. Juan Carlos Izagirre, Ander Oñaederra, Juan Carlos Marañón y así, ya digo, hasta superar las previsiones más optimistas de asistencia. Fue una noche cargada con la pirotecnia de los efectos especiales que provoca en un melómano conocer, de un solo trago, todo lo que le espera. El vaso medio lleno, no. El vaso rebosante.