Bilbao. Es músico y periodista, pero si le dieran a elegir, Ramón Chao (Lugo, 1935), se queda con sus libros. Con una intensa vida en la que ha trabajado para medios como Le Monde o Radio Francia Internacional, el padre del conocido cantante Manu Chao hace un repaso de su carrera.

Dice que se considera un "niño mimado del franquismo". ¿Por qué?

Para mí el franquismo no fue una etapa tan dura. A los diez años obtuve una beca para estudiar en Madrid. Fui a un colegio de curas, pero creo que eran requetés. A los veinte terminé mi carrera de pianista y Fraga Iribarne me dio una beca para ir a París. Allí se me abrieron los ojos respecto a la situación del Estado español y me pervertí. Cuando me dicen que soy un exiliado, no me parece digno apropiarme de ese término.

¿Cómo recuerda su juventud en Francia?

Cuando llegué estaba angustiado porque no veía porvenir ninguno para mí. Yo era pianista, pero triunfar es difícil. Encontré trabajo en una radio francesa gracias a que querían a alguien que supiera música, castellano y portugués. También pasé dos años estudiando piano, llegando a dedicarle diez horas diarias.

¿Le transmitió a su hijo esa pasión por la música?

A él y a su hermano les enseñé música. Fueron al conservatorio, pero con 12 o 14 años me dijeron "papá, para lo que lo queremos, no necesitamos conservatorio". Hace unos meses le dije a Manu que me sorprendía mucho la actitud y los puntos de vista que tiene ante los problemas de la sociedad. "¿A quién frecuentas tú?", le pregunté. "Eso es de casa", me contestó. Me dejó helado, pero es que a mi casa iban muchos personajes de la época y los críos fueron empapándose.

En Francia le llegarían noticias de lo que pasaba en el Estado español.

Sí. Muchas más que estando en territorio español. Aquí no me enteraba de nada. He ido a un único acto político; fui a protestar contra Inglaterra por Gibraltar. De lo demás no tenía ni idea. Luego empecé a darme cuenta de la situación.

¿Cómo ve los medios de comunicación en la actualidad?

Fatal, pero es una evolución general y universal. La prensa está cada vez más en manos de los grandes capitales. En Francia el único medio que es un poco abierto y liberal es el que pertenece al Estado.

¿Qué espera de este ciclo sobre el cine en el exilio?

Que las películas de Berzosa se conozcan aquí, porque son extraordinarias. He venido a Bilbao sustituyéndole y estoy encantado porque le defiendo más que él a sí mismo.

Y en Francia, ¿tenían total libertad para rodar?

Sí. Yo lo trabajé con Berzosa dentro de la televisión francesa. No teníamos problemas de dinero. No se metían, quizás también tenga que ver porque la gente con la que trabajábamos eran progresista.

Dada la situación franquista, ¿Se hizo necesario el cine reivindicativo?

En aquel momento era necesaria la acusación inmediata de lo que estaba pasando. Lo que hizo Berzosa fue precisamente eso. El que ahora forme parte de la memoria colectiva fue algo que se gestó mucho más tarde.

Tiene un tatuaje por cada libro que ha escrito. ¿Cómo surgió esa particular tradición?

Fue por Juan Carlos Onetti. Yo escribía en Le Monde cuando él estaba enfermo. Me pidieron un obituario para tenerlo preparado. Lo escribí y se lo enseñé al propio Onetti. Me dijo "no chico, lo que tú escribas lo he vivido yo". Me pareció algo precioso. Le pregunté si temía a la muerte y me dijo que no, porque cuando quisiera llamaría a sus personajes. Entonces pensé en superar a Onetti y tatuarme los míos, así que yo me los llevaré puestos.

¿Aún guarda huecos para hacerse más tatuajes?

Si escribo más libros, me los haré.