AL joven Ganímedes, junto a la escultura de la mitológica ave que le acompaña, le han envuelto en una ikurriña como si fuese aquella figura alegórica de Marianne que encarna la República Francesa. Y con una bandera del Athletic en los años felices de los leones, cuando la gabarra surcaba las aguas de la Ría con un título bajo el brazo. No por nada, según la mitología griega, el hermoso príncipe troyano fue raptado por el dios Zeus, quien lo convirtió en su amante y en el copero de los dioses. El copero. ¡Cómo no iban a vincularle con el Athletic con semejante oficio! Un forofogoitia de tomo y lomo. O de tomo y piedra, como desee verlo su imaginación. El diseño definitivo del emblema de La Unión y el Fénix, la citada escultura, fue realizado en 1911 por el escultor francés Charles René de Saint-Marceaux.

Dicho así, el arranque de este paseo por la memoria de Bilbao parece un revoltijo de datos pero falta uno crucial: La Unión y el Fénix da nombre a un edificio de oficinas y viviendas entre medianeras ubicado en el Arenal. Su estado actual tiene su origen en el proyecto de reforma y ampliación de la casa número 3 del entonces denominado Boulevard, llevado a cabo por el arquitecto Tomás Bilbao en los años 1927 y 1928.

Años atrás aquellas tierras las ocupó el Banco Vasco, fundado el 29 de noviembre de 1917 en Bilbao. Tomó parte en aquel sueño la Banca Irezabal hasta que el negocio abierto en el número 3 de El Arenal se extinguió en 1925 y se planteó una modificación de la distribución interior de los pisos, viviendas y oficinas existentes. Además, la construcción de nuevos pisos altos dentro de lo permitido por la normativa urbanística municipal y la reforma de la fachada construyendo nuevos miradores de fábrica en sustitución de los de madera. Se pretendía armonizar modernidad con tradición.

Como remate de la zona superior de este edificio de La Unión y el Fénix el autor utilizó el Ave Fénix, que era el mismo motivo que tenía el edificio de la propia compañía en Madrid. Fue necesaria una excepción a las Ordenanzas, accediendo a ello el Ayuntamiento de Bilbao por contribuir la solución a embellecer el Arenal, con amplias vistas desde diferentes puntos de su entorno, incluso desde el Ensanche al otro lado de la Ría según recogen los testimonios de la época.

Del cielo al suelo del histórico edificio que atrae la mirada del paseante cuando baja por el puente del Arenal de manera casi hipnótica, hay que recordar que allí, en la planta baja, se ubicaba desde 1876 una página singular de la historia de Bilbao: el histórico café Boulevard, antes, mucho antes, de que el edificio pasase a ser propiedad de la aseguradora, que encargó la mencionada y ambiciosa reforma que comenzó a tomar forma en 1928.

¿Histórico, decía? El café Boulevard hoy languidece con las luces apagadas bajo el rótulo de un cartel en el que puede leerse El Mercante, y que explica cómo el paso del tiempo barrió de la memoria aquellos años gloriosos en los que fue el epicentro de las tertulias literarias que Unamuno espolvoreó por medio mundo y que Robert Capa fotografió durante la Guerra Civil. La estampa de la madre tirando de la mano de su hija al pasar frente al Boulevard sin perder de vista el cielo desde el que amenazaba una lluvia de bombas y metralla es uno de los ejemplos gráficos más sobrecogedores de la guerra.

Había abierto sus puertas como sucursal de otro histórico, el Café Suizo. Pronto se hizo lugar habitual de tertulia para los liberales de la cercana Sociedad El Sitio. La obra fue proyectada ajustándose con fidelidad a aquella corriente cultural imperante en la época, el art-decó. Existían luminarias que eran una copia casi perfecta de las que diseñó Mallet Stevens para la Exposición de París y sus celosías, adornadas con motivos florales, eran prácticamente idénticas a las que ornamentaban la gran puerta de Honor que enlazaba el Grand y el Petit Palais de la propia Exposición. Por otro lado, las aleaciones utilizadas en muchos de los elementos constructivos metálicos parecen más propias de una muestra en la que el país echaba la casa por la ventana que de una instalación comercial. Puro lujo.

Puro Lujo Quizás algunos de ustedes ignoren, siquiera por edad, que hubo dos cafés con el mismo nombre. El primero era grandísimo y ocupaba el espacio donde luego se inauguró el nuevo, que tenía tres o cuatro huecos y ventana a la confitería. El otro estaba a los pies del Hotel de Inglaterra, que luego, como consecuencia de una nueva construcción, dejaría paso al Hotel Almirante. Todo el bajo, hasta la misma calle Correo, estaba ocupado por las instalaciones del negocio.

Al echar la vista atrás aparecen, recortadas, las siluetas de los hermanos Pascual y Paco Pérez Yarza, que siguieron trabajando en la hostelería después de que su padre abriera el Bar Carabanchel de al lado. Luego pondrían en marcha la cervecería de La Salve, al tiempo que regentaban el Café Arriaga en los bajos del teatro. Jamás participaron, pese a los requerimientos de tantos y tantos contertulios de altos vuelos, en las mil y un tertulias famosas allí celebradas.

Pero mejor que describir a algunos como cortos de luces es oír a Miguel de Unamuno cuando escribía algo así como “allí, en el Boulevard, corredores, negociantes, indianos de hilo negro y de hilo blanco; en días de partido de pelota, jugadores y aficionados, mejor dicho, jugador y jugadores, y todos los días vagos que se encuentran porque se citan y otros que no se citan porque se encuentran. Allí se cierran negocios, apuestas inclusive y si se dan alguna vez de palos lindamente dos caballeros, es seguro que irían a molerse las costillas al Boulevard”. Para redondear el encuentro, digamos que el jueves 10 de diciembre de 1903 se sentaba en uno de los divanes del Café Boulevard el reputado novelista y conocido político republicano radical Vicente Blasco Ibáñez. Llegó a la Villa con el fin de documentarse para atacar su próximo libro, al que titularía El intruso. Su acompañante, el doctor Areilza que gasta calle principal en el Botxo, acabaría convirtiéndose en el personaje central de la ficción, dicho sea de paso.

Lástima de algunas de aquellas perdida. Venga un Requiescat por las fabulosas e intensas tertulias, por los elegantes cafés. Fue un irse que ya no volverá. La ciudad ya no se vive a pie de calle.